David López Canales: “Sentir que hemos fracasado es aún más universal que el fracaso”
El periodista madrileño recrea en ‘El tigre y la guitarra’ la historia del japonés Yoichiro Yamada, que murió en la indigencia en Madrid tras intentar convertirse en estrella del flamenco
“Debe ser uno de estos”. David López Canales (Madrid, 43 años) señala los bancos de piedra de la plaza de Oriente mientras buscamos, como entre tumbas, el que sirvió de último lecho a Yoichiro Yamada, un japonés descendiente de samuráis que, enfermo de flamenco, llegó a España en 1985 para cumplir su sueño y murió en 2006 en la indigencia, en un banco frente al Palacio Real. Consideraba que había fracasado en su intento de convertirse en un gran guitarrista, a la altura de su admirado Víctor Monge Serranito, y así no podía regre...
“Debe ser uno de estos”. David López Canales (Madrid, 43 años) señala los bancos de piedra de la plaza de Oriente mientras buscamos, como entre tumbas, el que sirvió de último lecho a Yoichiro Yamada, un japonés descendiente de samuráis que, enfermo de flamenco, llegó a España en 1985 para cumplir su sueño y murió en 2006 en la indigencia, en un banco frente al Palacio Real. Consideraba que había fracasado en su intento de convertirse en un gran guitarrista, a la altura de su admirado Víctor Monge Serranito, y así no podía regresar a Japón. López Canales sigue sus pasos en El tigre y la guitarra (Pepitas de Calabaza), un apasionante libro que nació mientras investigaba el viaje en sentido contrario de los flamencos que emigraron en los sesenta al país del sol naciente para hacer fortuna, explica este periodista de vocación que nunca ha querido tener un trabajo convencional. “A mí lo que me gusta es contar historias, no los empleos con traje y horario de oficina. Las hojas de Excel me parecen una de las mayores aberraciones creadas por el ser humano”, asegura.
Pregunta. ¿De dónde le viene esa afición de contar historias?
Respuesta. A todos nos gustan las historias. Estamos hechos de ellas. Las necesitamos. Incluso si nos deja una novia o nos echan de un trabajo, esperamos que al menos nos den una buena justificación, que no deja de ser una historia... Alguien tiene que contarlas. Y a mí me gusta hacerlo porque, además, antes tienes que descubrirlas y eso lo haces tú solo, y es un gustazo.
P. Yoichiro Yamada parece un personaje de ficción. ¿Cómo dio con él?
R. Casi por azar, mientras trabajaba en otro libro. Me contaron brevemente su historia y a punto estuve de dejarla pasar. Hasta que, horas más tarde, reaccioné y me dije: “Espera, espera… ¿Un japonés que aparece muerto en la plaza de Oriente? ¿Un hombre que vino persiguiendo un sueño y acabó perseguido por ese sueño?”. Era una historia tan increíble que ya supe que querría conocerla y contarla.
P. ¿Qué le faltó a Yamada para convertirse en un auténtico artista del flamenco?
R. Aquí algunos dirían que un japonés nunca, nunca puede ser flamenco. Otros, que sí. Yo creo que Yamada, sin duda, lo fue. Otra cosa es que triunfase, o no, o cómo tocase. Pero vivió por y para el flamenco y por el flamenco murió.
P. En su libro traza un cierto paralelismo entre la cultura samurái y el flamenco. ¿De verdad hay parecidos?
R. Si se quieren encontrar, sí. Yo lo trazo porque me imagino a Yamada, en su viaje a la locura, en ese viaje a la nada, pensando en los códigos samuráis en clave flamenca, que encajan, o en las claves del uso de la catana, parecidas a las de la guitarra en el modo en que la rapidez se alcanza con la lentitud, en el uso diferente de las dos manos...
P. Yamada escuchó a Paco de Lucía y sintió que le había caído un rayo. ¿Cómo fue su flechazo con el flamenco?
R. A mí me gusta desde pequeño, pero lo tenía aparcado en esa parte de la cabeza donde almacenamos las cosas que creemos que no son para nosotros o que no nos atrevemos a hacer. Hasta que hace unos años me percaté de que estaba ahí cogiendo polvo, lo saqué y no solo empecé a escucharlo, sino que descubrí un universo muy especial, repleto de personajes y buenas historias que merecían contarse. Así que diría que ese fue mi flechazo.
P. El libro también es una crónica de gran fracaso. ¿Qué tiene de atractiva la derrota?
R. La derrota es más literaria, quizá porque es universal: hay más fracaso que éxito. Pero en el caso de Yamada lo que me gusta de su historia es que no es ese fracaso canónico de la derrota, sino el de sentir que se ha fracasado. Me parece aún más universal: todos nos sentimos fracasados en algún momento, por aspiraciones vitales, por trabajos, por relaciones rotas, quizá aún más hoy día por las autoexigencias y las inseguridades. Pero este fracaso, que no puede ser, además, más dañino, no tiene atractivo alguno ni literatura.
P. ¿Es compatible ser aficionado al flamenco y al rock, como es su caso?
R. Por supuesto. Ya bastante fragmentado, medido y etiquetado está el mundo como para que algo como la música, que es de las mejores cosas que tenemos, porque nos emociona, la analicemos en términos de compatibilidades.
P. En el escenario del flamenco madrileño que describe, hay gente que fue muy generosa con Yamada, como Joaquín San Juan, director de la escuela de flamenco Amor de Dios. ¿Esto sigue siendo así?
R. Carlos Pardo, que es un gran guitarrista que vive desde hace décadas en Japón, me dijo un día que los flamencos, si quieren, pueden ser los mejores, los más solidarios y generosos, pero también los peores, unos binladen. Es un mundo de extremos, desde su música o sus letras, de la fiesta a la pena, a sus habitantes.
P. En su carrera como periodista, ha conseguido dar con el espía Francisco Paesa y entrevistar a Charles Manson y a Corinna Larsen. ¿Vio alguna vena flamenca en alguno de ellos?
R. Pues ahora que lo dices, a Paesa sin duda se la veo. Tiene la guasa flamenca, la picaresca, el sálvese quien pueda... Y nunca le he escuchado cantar, pero creo que tiene actuaciones memorables que levantan todavía hoy, cuando se recuerdan, oles.
Francisco Paesa tiene la guasa flamenca, la picaresca, el sálvese quien pueda... Y actuaciones memorables que todavía hoy levantan oles”
P. Este es su tercer libro periodístico. ¿Siente que el formato del reportaje al uso se le ha quedado pequeño?
R. Pequeño no, el reportaje es para mí el género más bonito, porque encierra algo de todos los demás. Pero siento que en los medios en España no hay espacios ni presupuestos para él. El libro es las ganas de contar una historia que te apasiona y de hacerlo casi por pura inconsciencia, más por cabezonería que otra cosa, porque en realidad hay menos dinero y espacio en los libros.
P. ¿Da más alegrías publicar un libro o conseguir una exclusiva?
R. Es que son disciplinas diferentes. La exclusiva son los 100 metros: pura adrenalina y una foto finish cojonuda que te levanta el ego y te ahorra esa semana de psicólogo, aunque dura un suspiro. El libro es una maratón: todo sufrimiento, desde escribirlo hasta intentar convencer a la gente de que lo compre. Es puro masoquismo: si hay placer es solo por ese momento, tiempo después —y no pasa siempre, ojalá—, en que coges tu libro, le echas un vistazo como con miedo y no te dan ganas de quemarlo.
P. Tiene ya otro libro en capilla, sobre el rey emérito. ¿Qué cuenta que no se haya contado ya?
R. ¿Nos parece poco lo que se sabe ya? Ni el guionista más fantasioso hubiera escrito una trama como la que vive la corona en España desde hace una década. Con Juan Carlos I se nos cayó un rey y reaccionamos, entre los discursos políticos y la anestesia en la que vivimos, como si se nos hubiera caído un jarrón. Básicamente, lo que cuento es eso.