Emocionantísimos victorinos
Escribano, dos orejas, y El Cid y Emilio de Justo, una cada uno, brillaron a gran altura con el variado encierro del prestigioso hierro
Manuel Escribano toreó al quinto de la tarde como un consumado artista; mejor, quizá, que la recordada tarde del indultado Cobradiezmos, padre del toro Patatero, al que se le dio la vuelta al ruedo por su exquisita calidad.
El Cid reaparecía después de tres años de descanso y ha superado el examen con buena nota. Su mano izquierda sigue viva y dispuesta a seguir dibujando grandes naturales.
Y también ‘volvía a la vida’ de esta plaza Emilio de Justo tras la gravísima cogida que su...
Manuel Escribano toreó al quinto de la tarde como un consumado artista; mejor, quizá, que la recordada tarde del indultado Cobradiezmos, padre del toro Patatero, al que se le dio la vuelta al ruedo por su exquisita calidad.
El Cid reaparecía después de tres años de descanso y ha superado el examen con buena nota. Su mano izquierda sigue viva y dispuesta a seguir dibujando grandes naturales.
Y también ‘volvía a la vida’ de esta plaza Emilio de Justo tras la gravísima cogida que sufrió en Madrid en 2022, y lo ha hecho con una actuación meritísima ante un complicado victorino como fue el sexto, al que pudo cortarle una oreja tras una pelea épica y heroica.
Y los toros…
Cuando hay toros exigentes, complicados, con genio, que se revuelven en el espacio de una moneda… o los hay nobles, pero no tontos, la piedra del asiento no parece tan dura y nadie se aburre. Tres horas duró la corrida y solo unos pocos corrieron a última hora porque se les echaba encima la cena del ‘pescaíto’ ferial.
Una gran tarde de toros: descastado y noble el primero; deslucido y complicado el segundo; noble, soso y con clase el tercero; del mismo tenor el cuarto; nobilísimo el quinto, y muy difícil el que cerró plaza. Su juego en los caballos fue muy desigual y deficiente. Acudieron algunos con la misma presteza que se repucharon, y ninguno empujó con codicia.
En fin, una emocionantísima tarde de toros, en la que los toreros brillaron a gran altura, exprimieron las bondades de sus oponentes y sortearon con bien las dificultades, que no fueron pocas.
El más beneficiado, sin duda, ha sido Manuel Escribano, que banderilleó con soltura y brillantez a sus dos toros. Pronto le avisó su primero de que tuviera cuidado con su comportamiento y lo buscó con afán de lanzarlo por los aires. Pero el torero no se amilanó, hizo acopio de firmeza, bien colocado siempre, y le robó una tanda de derechazos de un mérito extraordinario. Esperó al quinto de rodillas en los medios, lo veroniqueó con estimable soltura y, tras parearlo con más brillantez que antaño, lo probó por alto con la muleta, comprobó la nobleza del toro, aunque le costaba obedecer al cite, y se dispuso a torear. Con mucho que ganar, se le vio relajado y dibujó muletazos excelsos con la mano derecha, largos, hondos, templadísimos, a cámara lenta, que enardecieron a los tendidos. Sonó la música a mitad de faena, y allí continuó Escribano, borracho de sentimiento, desprendiendo un aroma torero de muchos quilates. La faena estuvo cimentada en la mano derecha, larga de metraje, pero henchida de emoción por la calidad de toro y torero. Paseó eufórico y con todo merecimiento las dos orejas, y Patatero recibió los honores de la vuelta al ruedo.
No se quedó atrás El Cid, que fue recibido con una ovación cariñosa al romperse el paseíllo, y él se esforzó en devolver con creces el afecto recibido. Noble y soso fue el que abrió plaza, y la labor del torero fue correcta, pulcra y sin intensidad, como exigía el toro. Aun así, El Cid había comenzado su labor con la zurda como señal inequívoca de que no se le había olvidado el toreo al natural. Largos y emocionantes fueron los muletazos que surgieron de esa mano ante el cuarto, un animal de carril por el pitón izquierdo, que El Cid aprovechó. Sus dos faenas pecaron de ser largas en exceso, pero el torero se pudo marchar tranquilo tras aprobar con nota tan dificultoso examen de vuelta.
Y Emilio de Justo tenía también una buena papeleta tras su ausencia del año pasado por la cogida en Las Ventas. Y ha demostrado que sigue siendo el torero poderoso, profundo, valeroso y épico que le llevó a las alturas. Se lució de verdad con el buen pitón izquierdo del tercero y hubo naturales extraordinarios, y protagonizó una exhibición de poderío total en el sexto. Protestado de salida, se presentó después como un toro vibrante, dificultoso, que exigía un torero con una disposición inusitada. Ese fue Emilio de Justo, que no se amilanó, le plantó cara de verdad y lo dominó de principio a fin. Cuando tenía la oreja en sus manos falló con la espada.
A las nueve y media terminó la corrida que había comenzado a las seis y media. La gente corrió hacia el Real de la Feria, pero con el ánimo sonriente y satisfecho. Es lo que suele ocurrir cuando hay toros y toreros y se produce el milagro de la lidia.
Martín/El Cid, Escribano, De Justo
Toros de Victorino Martín, correctos de presentación, de variado y muy interesante juego; mansurrones en general en los caballos. Descastado y noble el primero; complicados y deslucidos segundo y sexto; nobles y con clase tercero y cuarto, y extraordinario el quinto, al que se le dio la vuelta al ruedo.
El Cid: casi entera tendida y trasera y un descabello (vuelta al ruedo); estocada trasera (oreja).
Manuel Escribano: estocada trasera (ovación); estocada _aviso_ (dos orejas).
Emilio de Justo: estocada (oreja); pinchazo _aviso_ pinchazo y estocada caída (ovación).
Plaza de La Maestranza. 22 de abril. Sexta corrida de abono. Lleno