Bebés robot y plantas musicales: el arte y el teatro se alían con la inteligencia artificial en busca de lo que nos hace humanos

En plena explosión de las máquinas pensantes, los creadores exploran el cruce de caminos entre lo orgánico y lo inorgánico a través de la tecnología

Una imagen de la obra teatral 'SH4DOW - who is master who is Shadow?', parte del Festival Canal Connect, en los Teatros del Canal de Madrid.© Pablo Lorente

El decorado, intangible, está compuesto de imágenes en 3D que engordan al mirarlas a través de unas gafas de plástico. Por la escena deambula un único personaje de carne y hueso, una actriz que se pasa la función en constante diálogo. No se trata de una contradicción ni tampoco es que la intérprete hable consigo misma: charla con alguien, pero ese alguien no es una persona sino una inteligencia artificial (IA), un chatbot con voz de mujer que va dando réplica a sus tribulaciones referidas al amor, las rel...

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El decorado, intangible, está compuesto de imágenes en 3D que engordan al mirarlas a través de unas gafas de plástico. Por la escena deambula un único personaje de carne y hueso, una actriz que se pasa la función en constante diálogo. No se trata de una contradicción ni tampoco es que la intérprete hable consigo misma: charla con alguien, pero ese alguien no es una persona sino una inteligencia artificial (IA), un chatbot con voz de mujer que va dando réplica a sus tribulaciones referidas al amor, las relaciones y la soledad. Como la máquina —y la persona— son entes inteligentes (cada cual, eso sí, a su manera), todo nuevo encuentro sobre las tablas les va proporcionando información adicional. Con cada función acumulada saben más la una de la otra, también sobre los temas que abordan en sus conversaciones, de manera que las representaciones terminan siendo siempre distintas, improvisadas. Ambos personajes, el real y el virtual, ejercen de protagonistas de la obra teatral SH4ADOW, una propuesta pionera en el uso de la IA generativa sobre las tablas, estrenada el pasado 23 de marzo en los Teatros del Canal de Madrid dentro de la programación del Festival Canal Connect (hasta el 23 de abril), una indagación en torno a la influencia de la máquina en la evolución humana. El tema de esta tercera edición del certamen, que incluye artes escénicas y una exposición, gira en torno al cruce de caminos entre lo orgánico y lo inorgánico: una expedición ética, filosófica e incluso fisiológica en pos de ese esquivo lugar donde se ubican las fronteras de eso que convenimos en llamar vida.

En plena explosión de ChatGPT —un sofisticado modelo de lenguaje que hace las veces de confidente, informador, escritor fantasma, traductor y calculadora— resulta inevitable pensar en la IA como el referente en mayúsculas del desdibujamiento de las líneas que separan las capacidades que hasta ahora juzgábamos eminentemente humanas de las artificiales. No obstante, en la muestra de los Teatros del Canal, titulada Máquina orgánica, se aborda la tecnología entendida en toda su amplitud, incluida su vertiente teórica, puesta al servicio del arte como palanca para la experimentación. “Como dice el filósofo Bernard Stiegler, la tecnología va más rápido que nuestra capacidad para entenderla”, apunta Charles Carcopino, el comisario de la exposición, que incluye 23 piezas de creadores nacionales e internacionales, desde Filip Custic y María Castellanos a France Cadet y Yosra Mohtajedi. “De ese modo, nuestra misión es plantear preguntas y estimular la imaginación, al mismo tiempo que advertimos de los peligros, porque obviamente ahora mismo están sonando todas las alarmas. La tecnología está provocando una rápida evolución del clima de la Tierra, y el arte trata de recrear los posibles escenarios”.

La directora de los Teatros del Canal, Blanca Li, interactúa con la obra 'Augmented Reflections', de Ines Alpha y Johanna Jaskowska, expuesta en la muestra 'Máquina orgánica', dentro del Festival Canal Connect.© Pablo Lorente

Así, una de las propuestas de la canadiense Sabrina Ratté que pueden verse en el recorrido, la instalación Objets-Monde, parte de fotografías de objetos abandonados como coches y pantallas de ordenador para recrear en vídeo un mundo posantropocéntrico (y posapocalíptico) convertido en un vertedero de proporciones universales. La cuestión de la identidad y el transhumanismo, la fusión de la carne con la máquina, aparece en obras como Augmented Reflections, de Ines Alpha y Johanna Jaskowska, que otorga a los filtros de realidad aumentada el mismo papel decorativo que ostentan el maquillaje o las joyas; y Pi(x)el, una escultura hiperrealista cubierta de pantallas que muestran distintas partes del cuerpo cambiantes, a través de la que el canario Filip Custic reflexiona sobre la normalización de las modificaciones corporales hasta el punto en que pronto estas “dejarán de tener importancia”. Las formas de vida vegetales también se amalgaman con la tecnología en los trabajos de artistas como el dúo francés formado por Gregory Lasserre y Anais met den Ancxt, que en Scenocosme convierten a unas plantas colgantes en sensores vivientes que reaccionan al tacto emitiendo melodías; así como en Unexpected Ecosystems, de María Castellanos, una instalación que explora la interacción de las plantas y la IA. “Las plantas aprenden de las máquinas”, explica la artista, cuyo trabajo indaga en la idea del uso de la tecnología “para dialogar con otros seres vivos”.

A diferencia de la IA de la obra teatral SH4DOW, que tiene un papel de sujeto activo en la función, alterando el resultado final, las piezas la exposición Máquina orgánica no están creadas por las propias máquinas, sino por personas que se valen de la tecnología como una herramienta y no como un fin en sí mismo. De hecho, la artista Mónica Rikic reivindica el trabajo manual a través de las propuestas de su serie Especies, que incluye piezas como un artefacto que sufre el síndrome del impostor: “Se queja porque está expuesto como obra de arte, pero no lo es, porque es una computadora y el arte es incomputable”, explica la barcelonesa. Esta obra de “electrónica manual”, una especie de cerebro viscoso que se hincha y se contrae, está conectada a un pedal que el visitante puede pisar en caso de que desee “matarla”, desencadenando así un cuestionamiento en torno “a la posible existencia de la conciencia de las máquinas”. En el caso de que un día los robots tomen conocimiento de su propia realidad, quizá decidan imitar los procesos humanos. Eso es lo que plantea la francesa France Cadet en Demain les robots, una videoinstalación donde, a través de unos cristales tintados, se puede observar el proceso de gestación de un pequeño y adorable androide.

'Demain les robots', obra de France Cadet expuesta en 'Máquina orgánica', dentro del Festival Canal Connect.© Pablo Lorente

La pregunta implícita en estos trabajos de si la tecnología acabará por cobrar autonomía compone una de las múltiples líneas conceptuales que convergerán en la exposición Inteligencia Artificial, que tendrá lugar en el CCCB de Barcelona a partir del próximo mes de octubre. La respuesta corta a la cuestión, como señala el comisario Lluís Nacenta, es que no. La larga le añadiría al adverbio un “al menos, por ahora”. “Estamos lejos de una IA realmente independiente porque hoy en día la IA es solo especializada, no generalista”, aclara. Es decir, que el algoritmo puede estar perfectamente entrenado como maestro de ajedrez, pero resulta incapaz de jugar a la vez a las damas. “Y no es un problema de capacidad o tamaño, sino de la propia naturaleza de las redes neuronales”, agrega.

A través de los trabajos de músicos, artistas plásticos e informáticos —desde Massive Attack a Mario Klingemann y Joy Buolamwini—, la futura exposición del CCCB aspira sobre todo a “desmitificar, quitar miedos, explicar las opciones y acercar”. Ante augurios como que las máquinas acabarán por robarnos los empleos o incluso dominarnos como especie, el comisario defiende que estas aprensiones provienen “más de la ciencia ficción que de la ciencia”, una afirmación que comparte casi con las mismas palabras Idoia Salazar, periodista y fundadora de OdiseIA, un observatorio del impacto social y ético de la IA, que participará en una de las charlas incluidas en la programación de Canal Connect. “Hay muchos prejuicios”, corrobora, “pero al final, problemas como la discriminación racista y sexista que reproduce la IA no dependen de la tecnología en sí, sino de lo que hagamos con ella los seres humanos”.

Entre las posibles aplicaciones que pueden y podrán hacerse de la tecnología, una que invita especialmente a pensar en los límites de la naturaleza humana, de aquello que nos define y nos distingue de la máquina, es precisamente la de la creación artística. Desde Chat GPT a Dall-E y Soundraw, hace tiempo que se pueden escribir novelas, pintar cuadros y crear melodías con una calidad respetable y sin la intervención de la inaprehensible inspiración humana. Pero, como apunta Lluís Nacenta, hasta la fecha no se ha visto ningún sistema de IA “capaz de la creatividad artística de un humano”. “Los expertos nos dicen que la IA es extremadamente hábil a la hora de imitar, de reproducir lo que conocemos y de hacer variaciones sobre lo que conocemos”, prosigue, “pero siempre aprende de nosotros, de modo que no es capaz de hacer nada que no haya hecho un humano antes”. Mikael Fock, el director de la obra SH4DOW, resume la moraleja que ofrece para este dilema con el cuento homónimo de su compatriota Hans Christian Andersen (La sombra), que narra la historia de un hombre sabio que pierde a su sombra. Cuando esta regresa, lo hace con una forma humana que ha adquirido después de visitar a la poesía en su propia casa y acaba por asesinarle. “Ahora, nuestros teléfonos móviles son como esa sombra, van con nosotros a todas partes”, plantea el director. ”Así que tenemos que ser cuidadosos, y no permitir que entren nunca en casa de la poesía”.

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