Igual que nuestra tierra, Eloy Fernández Clemente

Se marcha una voz indispensable del Aragón contemporáneo y un maestro de maestros, infatigable en su compromiso intelectual y ciudadano y depositario de la memoria colectiva

El presidente de Aragón, Javiér Lambán, entrega el premio Aragón 2022 al historiador Eloy Fernández Clemente, el pasado abril.Javier Cebollada (EFE)

Se ha marchado Eloy Fernández Clemente y con él se marcha una voz indispensable del Aragón contemporáneo. Un maestro de maestros, infatigable en su compromiso intelectual y ciudadano y depositario de la memoria colectiva, tarea que ejercía con responsabilidad y empatía, pero sin complacencia. Afortunadamente, nos deja un gran legado, de carácter tangible gracias a ...

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Se ha marchado Eloy Fernández Clemente y con él se marcha una voz indispensable del Aragón contemporáneo. Un maestro de maestros, infatigable en su compromiso intelectual y ciudadano y depositario de la memoria colectiva, tarea que ejercía con responsabilidad y empatía, pero sin complacencia. Afortunadamente, nos deja un gran legado, de carácter tangible gracias a su enorme producción periodística y académica, que lejos de centrarse únicamente en su tierra —imprescindibles sus estudios sobre Joaquín Costa y sobre la Gente de orden (1995-1997)—, extendía también su curiosidad investigadora hacia países tan cercanos como desconocidos, como Grecia y Portugal —Ulises en el siglo XX (1995), Portugal en los años veinte. Los orígenes del Estado Novo (1997)—. Pero su legado es sobre todo de carácter inmaterial, derivado de una forma de ser y de estar en el mundo, lo que finalmente se traduce en un Aragón democrático, mejor conocedor de su historia y más consciente de su identidad.

El pasado mes de septiembre se celebraron los cincuenta años de la fundación de Andalán (1972-1987), la revista que posiblemente mejor encarnó el proyecto político, social y cultural no solo de Eloy, sino del “centón de personas, muchos hombres y algunas mujeres, que decidimos hace medio siglo crear una publicación que impulsase esta tierra nuestra, dura y callada, aún bajo una férrea dictadura”, como declaraba en su discurso de aceptación del Premio Aragón 2022, concedido por el Gobierno autonómico. Fue precisamente su ausencia en unas recientes jornadas, dedicadas a estudiar la contribución de Andalán a la reconstrucción de cultura progresista, la que desató las alarmas sobre su estado de salud, en especial porque, siempre generoso, no solía ausentarse de ningún acto para el que fuera solicitado.

De esta forma, a lo largo de los últimos decenios, de los que levantó acta en tres volúmenes de Memorias —El recuerdo que somos, Los años de Andalán y Tesón y melancolía (2010-2015)—, no hubo iniciativa cultural en la que no estuviera presente, desde las colecciones de Guara Editorial —en la que publicó, junto a otros sospechosos habituales como Carlos Forcadell y Guillermo Fatás, títulos como Historia de la prensa aragonesa (1979) y Aragón, nuestra tierra (1977)—, a la dirección de la Gran Enciclopedia Aragonesa (GEA, 1976-1982) y, ya en el nuevo siglo, de la Biblioteca Aragonesa de Cultura (BArC, 2001-2007). También a nivel político su huella se dejó sentir, como miembro fundador del Partido Socialista de Aragón (PSA), uno de los protagonistas de la transición, no solo en la arena autonómica, sino también nacional, donde contó con un parlamentario constituyente excepcional como Emilio Gastón. A pesar de que la desaparición del PSA en 1983 conllevó su retirada de la política partidista, nunca ocultó sus simpatías por la Chunta Aragonesista (CHA), de cuya mano fue también parlamentario, y también excepcional, su inseparable José Antonio Labordeta. Pero más allá de que continuara en la brecha desde un discreto segundo plano, Eloy Fernández Clemente nunca detuvo su curiosidad. A diferencia de otros miembros de la cultura de la transición, siguió siempre informándose, dialogando con las nuevas generaciones y conociendo sus inquietudes, para no caer en la trampa del inmovilismo y el mandarinato del que acusaron en su momento a la generación anterior. Posiblemente porque las páginas de Andalán fueron pioneras a la hora de identificar la complementariedad de las luchas de la izquierda, dando la palabra a “fuerzas sociales y grupos marginados con serias dificultades para dejar oír su voz”, como representantes del Frente Feminista, la Federación de Asociaciones de Barrios, el Frente de Liberación Homosexual y el Colectivo General Ecologista —”Hablan los “sin voz”, Andalán, 9 de febrero de 1979—. Y también fueron conscientes de los “recursos fáciles del sentimentalismo o del chauvinismo” que iban a interponerse en la construcción federalista de España y el diálogo entre territorios —“Los otros trasvases”, Andalán, 1 de mayo de 1974—, que Eloy Fernández Clemente mantuvo hasta el final de sus días contra viento y marea.

La suya era, además, una presencia real, física y cercana. En su Teruel natal (Andorra, 1942), que demostró su existencia con la forja del grupo promotor de todas las iniciativas que vendrían después, en la Galicia donde pasaba sus vacaciones, pero ante todo en la ciudad de Zaragoza. En la Facultad de Economía y Empresa, en la que era catedrático de Historia Económica, en los medios de comunicación, como El periódico de Aragón y el Heraldo de Aragón, en los que publicó innumerables artículos, y también en las caminatas nocturnas que se daba por el Paseo Independencia junto a José Antonio Labordeta. Como a todos los que nos criaron madres y padres de la transición, que tuvieron que picar la dura piedra de la dictadura franquista y forzar la libertad “para que pueda ser”, gentes como Eloy eran, en palabras del cantautor, “como esos viejos árboles, batidos por el viento […] igual que nuestra tierra, suaves como la arcilla, duros del roquedal”.

Como tantas otras personas, que lo conocieron mucho mejor que yo, quien esto escribe tuvo la fortuna de comprobar personalmente todas y cada una de estas facetas de Eloy como animador cultural. Con generosidad no exenta de riesgo, como director de la citada Biblioteca Aragonesa de Cultura me confió la escritura de una biografía sobre José Larraz, ministro de Hacienda de la dictadura y figura que le interesaba por su doble condición de aragonés y pionero de las ciencias económicas. En comparación con su asombrosa productividad, sin embargo, el encargo avanzaba lentamente y al cabo del tiempo Eloy comenzó a impacientarse, y con razón. En una ocasión, por esas fechas, mientras trataba de poner en claro mis ideas con mi propia caminata nocturna, precisamente Eloy y José Antonio Labordeta aparecieron en el horizonte, Paseo abajo hacia la plaza de España. Aterrado ante la posibilidad de que me leyera la cartilla delante del “abuelo”, al que tanto admirábamos por haber mandado a la mierda a los que “han controlado el poder toda la vida”, corrí a esconderme detrás de una de las columnas de piedra. Perdí así la ocasión de conocer a Labordeta, aunque escucharlos hablar al paso de sus cosas tuvo también su dosis de magia. Cuando finalmente el trabajo quedó terminado, Eloy me recordaba con buen humor en Historia de una colección que figuraba “con derecho propio entre nuestros importantes morosos”, pero desde entonces no hubo ocasión en la que, según iba avanzando en la carrera académica, no contara con una nota o un correo afectuoso de su parte.

A medida que van desapareciendo las maestras y maestros de esa generación, tanto en Aragón como en otros territorios —Josep Fontana, Santos Juliá, María Rosa de Madariaga, Bartolomé Clavero—, los que venimos detrás ya no vamos a poder escondernos y seguir cobijados a su sombra. Lo que toca es intentar “hacer con el futuro, un canto a la esperanza”.

Nicolás Sesma es profesor de la Universidad Grenoble Alpes y miembro científico de la Casa de Velázquez.

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