Cuando los arquitectos eran cavernícolas
Una muestra en el museo Noguchi de Nueva York repasa la obra de los cuatro creadores mexicanos que definieron la arquitectura orgánica
El museo Noguchi es un remanso de sosiego y armonía, dos elementos habitualmente ajenos a la ciudad de Nueva York. El edificio y jardín que alberga la colección de esculturas del artista Isamu Noguchi, alejado de los circuitos culturales de moda, ha sido el lugar elegido para una de las exposiciones más exquisitas de la temporada en la Gran Manzana, sobre el legado de cuatro arquitectos y urbanistas mexicanos, pioneros de la a...
El museo Noguchi es un remanso de sosiego y armonía, dos elementos habitualmente ajenos a la ciudad de Nueva York. El edificio y jardín que alberga la colección de esculturas del artista Isamu Noguchi, alejado de los circuitos culturales de moda, ha sido el lugar elegido para una de las exposiciones más exquisitas de la temporada en la Gran Manzana, sobre el legado de cuatro arquitectos y urbanistas mexicanos, pioneros de la arquitectura orgánica. Con un título tan sugerente como Elogio de las cuevas, la muestra, abierta hasta el 26 de febrero, reúne los principales proyectos de Carlos Lazo, Mathias Goeritz, Juan O’Gorman y Javier Senosiain, el único superviviente del grupo de magníficos que a mediados de siglo XX transformaron radicalmente la visión de la arquitectura y el urbanismo en México, liberándola de influencias foráneas y anclándola a la tierra. Los cuatro fueron pioneros al imbricar el entorno en sus creaciones, y viceversa, en un ejercicio de ecourbanismo, o bioarquitectura, que se adelantó en décadas a las inquietudes de sus epígonos.
Lazo, Goeritz -de origen alemán, radicado y nacionalizado en México-, O’Gorman y Senosiain fueron también artistas y, aún más, creadores de espacios, con una dimensión social de la arquitectura y el urbanismo que abarcó muchas de sus manifestaciones: de la vivienda social al refugio atómico disimulado en la tierra como un topo. Maquetas de sus obras, alguna de ellas inédita, dan fe de su interés por la estructura y la habitabilidad de las cuevas bajo la rúbrica de esa arquitectura orgánica que contribuyeron a definir. El paisaje de sus creaciones es una fascinante visión con ecos del Jardín de las delicias del Bosco o el laberinto de Bomarzo, y bien pudiera haber inspirado los decorados imaginados por Tim Burton. Una formidable serpiente -figura mítica de los aztecas- recubierta de teselas de un rojo brillante se enrosca en una de las salas del Noguchi como la tentación del edén que un día fue la tierra.
La selección de obras de estos cuatro magníficos convierte temporalmente el museo Noguchi en un entorno subterráneo como metáfora para reevaluar el lugar del ser humano en el mundo, su dimensión en la naturaleza, en visiones que resultan premonitorias de la deriva del planeta por el calentamiento global. Las principales obras son una maqueta de El museo experimental El Eco (1953) de Mathias Goeritz, como un avatar del porvenir; la casa-cueva de lava de O’Gorman en Pedregal (México DF); el modernísimo proyecto de vivienda social de Lazo Cuevas Civilizadas, en el que se incluye su diseño de una casa-cueva “de la era atómica” (de 1948, en los albores de la Guerra Fría) en Lomas de Chapultepec, también en la capital mexicana, y la Casa Orgánica (1984) de Senosiain en Naucalpan de Juárez. Todos ellos son ejemplos de la adaptación de estructuras naturales a la vida moderna y de cómo la humanidad puede reconectar con la plenitud primigenia de vivir en armonía con la naturaleza.
Vistas en perspectiva, las obras de los cuatro artistas mexicanos interpelan como un mensaje en la botella: su visión del entorno -es decir, de la relación entre hombre y naturaleza, y viceversa- nunca ha resultado tan relevante como ahora, cuando la crisis climática se acelera. Pero también es un recorrido por la historia de México.
Ricardo Suárez Haro, consultor de arte de quien surgió la idea de la muestra, quiso rendir homenaje “en vida” a Senosiain, el único vivo de los cuatro. “Siempre he considerado que los reconocimientos hay que hacerlos en vida. En México particularmente, tenemos algo que le decimos el malinchismo, que es que tiene que venir el reconocimiento del exterior para que te valoren, [máxime] al ser un tipo de arquitectura inusual y con la carencia de educación visual que hay”.
La muestra se proyectó hace dos años, pero la pandemia retrasó los planes. “El montaje no resultó laborioso porque la relación entre los cuatro artistas representados resulta absolutamente fluida y orgánica”, añade el consultor. A Gorman se le dedicó recientemente una exposición en México, pero otras obras de la muestra de Nueva York son inéditas, como un par de maquetas que requirieron varios meses de trabajo. La obra y el legado de los cuatro creadores tienen otro hilo conductor: sus vínculos con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la que dieron clases o crearon escuela.
La dimensión de sus obras rebasa lo artístico. “Carlos Lazo fue ministro de Comunicaciones y Transportes y era el más joven del gabinete. En algún tiempo se mencionó que era presidenciable, en una época de las pocas de bonanza económica en México, el desarrollo estabilizador que le llaman, después de la guerra y [gracias a] las ganancias del petróleo. Entonces Lazo se subía todos los sábados al avión y desde arriba empezaba a planear, a planear carreteras, viaductos”, explica Suárez Haro. Tuvo visión panorámica para desarrollar infraestructuras, “que es algo de lo que la Ciudad de México y el país en general carecen. En México hay muy pocos ejemplos de urbanismo y [el campus de] la Universidad Nacional que planeó es una de ellas. Fueron los comienzos del urbanismo en México”. En 1950, bajo la presidencia de Miguel Alemán, Lazo acometió el proyecto de construcción de la ciudad universitaria más importante de América Latina, en el que empleó dos años.
De la vivienda social al refugio atómico
Las huellas de lo primigenio resuenan en la obra de todos ellos, y a la vez alumbraron una vanguardia vernácula, cada vez más desligada de influencias europeas o estadounidenses, pese a que Lazo se había formado en el vecino del norte. De Lazo puede verse en el Noguchi una maqueta alzada de La Casa-Cueva de la Era Atómica, que aprovechó un cenote, y sus diseños para el proyecto Cuevas Civilizadas, un conjunto de 110 viviendas excavadas en un cañón de un barrio del DF, abandonadas tras la muerte del artista en un accidente aéreo. Fue un proyecto progresista, social.
Goeritz, un alemán que emigró a México en 1949, creó un movimiento llamado Altamira para adoptar y explorar la tendencia al primitivismo en el arte de posguerra. Escultor y pintor, además de teórico del urbanismo, fue autor del Manifiesto de la Arquitectura Emocional, la declaración de intenciones detrás del Museo Experimental el Eco.
Javier Senosiain (1948) fue alumno de Goeritz y ha continuado su obra, apuntalando los principios de la arquitectura orgánica y, un paso más allá, la bioarquitectura. Predicó con el ejemplo: su propia vivienda, la hermosa Casa Orgánica, de 1985 -que puede visitarse previa cita-, se ha convertido en arquetipo de las posibilidades que encierra una cueva. La muestra del Noguchi presenta una detallada maqueta de otra de sus obras, El Nido de Quetzalcóatl, desarrollada entre 1998 y 2007 en Naucalpan. Elementos oníricos se mezclan con la naturaleza y lejanos ecos gaudinianos, sin faltar la consabida serpentina. La Coata, recubierta de mosaicos rojos, es la escultura de una serpiente que se ofrece a la vez como banco para reposar.
De la inventiva distópica de Juan O’Gorman se ha perdido buena parte de sus creaciones, empezando por su cueva-casa (1948-1954), que resultó parcialmente destruida a finales de los sesenta. En sus inicios funcionalista ortodoxo, el también pintor O’Gorman -el último representante de la gran escuela de muralistas mexicanos- pronto derivó hacia la arquitectura orgánica. Diseñó escuelas y viviendas, entre ellas la de Diego Rivera (1931). En esta línea se inscribe el proyecto que realizó para la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria (1949-1951), rodeada por un gigantesco mural de piedras multicolores que repasa la historia de la cultura nacional (1952).
De “proyectos visionarios” en los que revive la imaginación de Le Corbusier y Gaudí califica Dakin Hart, curador senior del Museo Noguchi, la obra de estos cuatro “hacedores del México moderno”. “Del planeamiento urbano a la recreación de mitos contemporáneos, su obra aspira a convertir temporalmente el museo en una especie de entorno subterráneo”.