Demasiada agua en la añeja casta de La Quinta

Ginés Marín corta una oreja y Ángel Téllez da una vuelta al ruedo ante una noble y sosa corrida

Remate de Ángel Téllez ante el tercer toro de La Quinta.Philippe Gil Mir

Como ocurre con el vino, la casta brava es una cuestión de medidas. De medidas y de equilibrios. Puede parecer fácil, pero no lo es. Todo lo contrario. Los ganaderos de lidia son verdaderos alquimistas, capaces de uno de los mayores milagros de la naturaleza: la bravura. Por eso, a la hora de equilibrar la casta y la nobleza, hay que tener mucho cuidado. Como el vino, la casta también puede aguarse. Y cuando eso ocurre, la condena es la mansedumbre.

No es el caso de La Quinta, una de las ganaderías más interesantes y regulares de los últimos tiempos y el gran exponente actual de la sang...

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Como ocurre con el vino, la casta brava es una cuestión de medidas. De medidas y de equilibrios. Puede parecer fácil, pero no lo es. Todo lo contrario. Los ganaderos de lidia son verdaderos alquimistas, capaces de uno de los mayores milagros de la naturaleza: la bravura. Por eso, a la hora de equilibrar la casta y la nobleza, hay que tener mucho cuidado. Como el vino, la casta también puede aguarse. Y cuando eso ocurre, la condena es la mansedumbre.

No es el caso de La Quinta, una de las ganaderías más interesantes y regulares de los últimos tiempos y el gran exponente actual de la sangre Santa Coloma. Los cárdenos de los hermanos Conradi aún no han caído en la mansedumbre, no, pero sí lo empiezan a hacer en la sosería. Y esa puede ser la primera señal de alarma.

Es lo que pasó con la corrida lidiada este sábado en la plaza francesa de Mont de Marsan. La de La Quinta fue más buena que mala, les sirvió a los toreros que quisieron y supieron aprovecharla, pero no transmitió la emoción que se espera en este tipo de hierros. Muchos dirán que casi todos los toros “se dejaron”, esa horrenda expresión tan utilizada hoy en día. El problema está en que los toros nunca deberían dejarse; más al contrario, deberían pelear con fiereza y vender cara su vida.

Desiguales en los caballos —la mayoría, sin llegar a ser bravos, cumplieron en varas—, respondieron bien ante los capotes, pero, cuando llegaron al último tercio, siguieron la muleta con nobleza, pero sin transmisión. Algunos humillados, otros a media altura, no se cayeron ni abrieron la boca, pero tampoco embistieron con la exigente codicia de los grandes toros de este encaste.

Así pues, como faltaba picante, recayó en los toreros la tarea de sazonar el espectáculo. Dos de ellos lo hicieron por momentos. Ginés Marín a base de técnica e inteligencia, y Ángel Téllez, por la vía del gusto y la pureza.

El primero cortó una oreja del quinto, un nobilísimo ejemplar que tuvo calidad, pero contadísima casta. Al igual que con el segundo, Marín anduvo a buen nivel con el capote, empezó toreando de rodillas en el centro del ruedo y ejecutó tandas de diversa factura para terminar dejando la muleta muy en la cara y encadenar los redondos y naturales con el objetivo de no dejar parar al toro y llegar más al público. Y acertó.

Téllez, que se presentaba como matador en el país vecino y actuaba en sustitución de Emilio de Justo, firmó los mejores pasajes de la tarde en el tercero, demostrando por qué fue la gran revelación de San Isidro. Ante un astado muy soso, se colocó en el sitio y ejecutó un puñado de naturales preñados de gusto, temple y naturalidad. Vertical, a veces de frente, echó los vuelos de la muleta al hocico, corrió la mano y remató los muletazos en la cadera. El toreo. Habría paseado algún trofeo, pero falló con la espada, como en el sexto, el más deslucido del encierro.

No puso tanto de su parte Antonio Ferrera, ese digno matador de toros duros transfigurado en torero “artista” (quién le habrá engañado…). A él le tocó el toro más encastado y exigente, el primero, que embistió con codicia y a compás por el pitón derecho. Despegado y en línea lo toreó Ferrera hasta que se pasó la muleta a la mano izquierda. Más corto por ese lado, el extremeño se hizo un lío y, ante la sorpresa de los tendidos, se fue a por la espada. Y se montó la bronca. Un buen toro desaprovechado; casi como el cuarto, que tuvo movilidad, pero el defecto de salir casi siempre con la cara por arriba.

Pitado se marchó Ferrera y aplaudidos sus dos compañeros, como el mayoral de La Quinta, que salió a saludar en el tercio. Exagerado reconocimiento tras una corrida que debería invitar a la reflexión. Cuidado con echarle demasiada agua al vino…

La Quinta / Ferrera, Marín, Téllez

Toros de La Quinta, correctos de presentación, sin exageraciones y muy en tipo, desiguales en los caballos, y nobles y sosos en el último tercio. El mejor, el 1º, más encastado; y el peor, el último, muy deslucido.

Antonio Ferrera: pinchazo, estocada caída, un descabello y se echa el toro (bronca); bajonazo (leves pitos).

Ginés Marín: estocada muy trasera, tendida y caída y tres descabellos (silencio); pinchazo hondo y un descabello (oreja).

Ángel Téllez: pinchazo y estocada corta caída y atravesada (vuelta al ruedo); cuatro pinchazos -aviso- tres pinchazos, estocada corta trasera, caída y atravesada -segundo aviso- y un descabello (silencio).

Plaza de toros de Mont de Marsan (Francia). 23 de julio. Cuarta corrida de la Feria de la Madeleine. Lleno.

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