La audacia transhumanista de Cronenberg fascina pero sabe a poco
La película más esperada de Cannes, ‘Crimes of the Future’, seduce con su apuesta por la tumorología como una de las bellas artes y la cirugía como nuevo sexo aunque no resulta transgresora
Los rumores sobre Crimes of the Future, la última película de uno de los grandes provocadores del cine contemporáneo, el canadiense David Cronenberg, llevaban días desatados. Tras el triunfo en el último Cannes de Titane, de Julia Ducournau, película que ponía al día muchas de las ideas del cine de C...
Los rumores sobre Crimes of the Future, la última película de uno de los grandes provocadores del cine contemporáneo, el canadiense David Cronenberg, llevaban días desatados. Tras el triunfo en el último Cannes de Titane, de Julia Ducournau, película que ponía al día muchas de las ideas del cine de Cronenberg, parecía que el maestro de la transgresión y del terror corporal aún tenía la última palabra. Se hablaba de desmayos ante tanta visión de vísceras, de imágenes de una crueldad insoportable. Nada de eso.
Tras la proyección de la esperada película se palpaba cierta decepción —ese displicente “pues no era para tanto”—, que corría por los pasillos del festival de Cannes como un cruel veredicto a un trabajo que, pese a que en su conjunto sabe a poco, posee ideas fascinantes. Por el contrario, en la Quincena de Realizadores, se proyectaba De Humani Corporis Fabrica, de los documentalistas y artistas visuales Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, miembros del Laboratorio de Etnografía Sensorial de Harvard y autores del deslumbrante documental Leviatán. Con su inmersión en los cuerpos de un hospital, Paravel y Castaing-Taylor sí revolvieron las tripas de muchos de los espectadores (algunos incluso se salieron) de una sala que, pese al trago, aplaudió una experiencia tan brutal como reveladora.
Pero volvamos al hombre del día, Cronenberg. Ni los más aprensivos se tapaban los ojos ante el nuevo filme del director de La Mosca o Crash. Entre otras razones, porque los personajes de este filme apocalíptico, oscuro y muy melancólico están muy lejos del Shylock shakesperiano y, si les pinchan, definitivamente, ya no sangran. El protagonista, interpretado por el actor Viggo Mortensen, es un artista de performance, “el nuevo Picasso”, que junto a su principal colaboradora y compañera (Léa Seydoux) se extirpa en directo los tumores de su convulso cuerpo en unas sesiones de cirugía que mezclan trauma, terapia, sexo y creación. El mundo futuro que presenta Cronenberg es una gran metástasis donde el cuerpo humano ya no sufre, el dolor físico ha desaparecido y la carne solo es un campo abierto a la creación en un planeta destruido y corrompido por el plástico.
Crimes of the Future es una película de producción pequeña, rodada en Grecia con escasos medios a los que el veterano cineasta saca un partido prodigioso. Para componer su cuadro apocalíptico le basta el óxido de dos barcos encallados, las fachadas mugrientas de unos edificios que evocan las ruinas de una sociedad industrial acabada y el rostro enfermizo de un transhumanismo desquiciado. La tecnología lo ha devorado todo y lo que queda son unos aparatos extrañísimos, con aspecto de babosos alienígenas, a los que se enchufa esos cuerpos en los que ya no funciona casi nada. De todo, lo más original tiene que ver con esa tendencia del arte contemporáneo entorno al cuerpo, la enfermedad y el renacimiento cíborg.
A través del rostro y las deformaciones de sus personajes, Cronenberg nos habla de un futuro de vísceras mutantes cada vez más alejadas de los viejos cuerpos humanos. Todos los encuentros de Viggo Mortensen, oculto siempre bajo una capa negra, con el inspector de policía que interpreta Welket Bungué son un portento de plasticidad visual, de una belleza oscura total. La película pretende ser una metáfora sobre el cambio climático y cómo el plástico nos corroe por dentro y por fuera. Pero es ahí donde encalla en un discurso demasiado simple y predecible.
La otra película a concurso en la jornada de ayer, Decisión to leave, del director de La doncella, el surcoreano Park Chan-wook, ganador del Premio Especial del Jurado en 2003 por Oldboy, es un noir elegante y muy meticuloso alrededor del amor fou entre un policía coreano y una sospechosa de asesinato china. Un filme absorbente y sensual que acaba siendo un tratado sobre la incomunicación y el sexo en tiempos de móviles y mensajes de WhatsApp. Una historia de amor protagonizada por la maravillosa actriz Tang Wei cuyo seductor perfil de femme fatal Park Chan-wook clava con uno de eso planos perfectos: una mujer que camina entre las rocas con tacones solo puede traer la perdición.
Sus a veces demasiado rebuscados planos pueden acabar siendo algo cansinos, pero Chan-wook es un virtuoso y la mayoría de sus ideas visuales componen un clímax muy depurado y particular. Si a eso añadimos los giros musicales y verbales de una historia sobre un policía insomne, con un fino paladar culinario y evidentes problemas de trastorno obsesivo-compulsivo, acabaremos junto a él arrastrados al abismo por un amor fatal cuyo erotismo de puro gélido quema.