Los locutores depredadores
En ningún país tienen los locutores de radio tanta relevancia social como en Reino Unido, una fama que ha desembocado en demasiados escándalos
Por lo que parece, es un filón inagotable. Y se podría resumir así: locutor británico acusado por abusos sexuales. La pasada semana el huracán mediático se llevaba por delante a Tim Westwood, potente dj de rap con casi cuarenta años de carrera. Una investigación conjunta del diario The Guardian y la BBC Three televisiva ha generado un documental, Tim Westwood: Abuse of Power, donde siete chicas anónimas atestiguan conductas predatorias por parte del locutor, que supuestamente se aprovechaba de su popularidad en el negocio de ...
Por lo que parece, es un filón inagotable. Y se podría resumir así: locutor británico acusado por abusos sexuales. La pasada semana el huracán mediático se llevaba por delante a Tim Westwood, potente dj de rap con casi cuarenta años de carrera. Una investigación conjunta del diario The Guardian y la BBC Three televisiva ha generado un documental, Tim Westwood: Abuse of Power, donde siete chicas anónimas atestiguan conductas predatorias por parte del locutor, que supuestamente se aprovechaba de su popularidad en el negocio de la denominada “música urbana”. Westwood era hijo de un obispo anglicano, pero disfrutaba de un plus de autenticidad callejera tras haber sufrido un tiroteo en 1999, en lo que el ambiente rapero interpretó como un conflicto territorial entre pandillas londinenses.
El presentador ha negado las acusaciones de las chicas, aunque se ha visto obligado a renunciar “temporalmente” a su actual programa, en la emisora Capital Xtra, y cancelar sus próximos compromisos como dj. Sus defensores alegan que los incidentes mencionados ocurrieron entre 1994 y 2013 y no fueron denunciados, aunque en algún caso se filtraron brevemente en las redes sociales sin que hubiera reacciones: todavía no existía el movimiento #MeToo. La respuesta de los responsables del documental: las siete víctimas eran mujeres de color que desconfiaban de encontrar empatía en la policía.
También es cierto que la policía británica ha perdido su ardor justiciero en estos asuntos tras patinazos como el que implicó a Cliff Richard en 2014 como supuesto pederasta. La Metropolitan Police instigó un espectacular registro de la residencia campestre del cantante, después de avisar a la BBC para que cubriera la operación, incluso alquilando un helicóptero. Nada se encontró y las imputaciones contra Richard se desinflaron —entre los denunciantes había aprendices de chantajistas y delincuentes confesos— antes de llegar a los tribunales. Richard sí fue a juicio por “invasión de privacidad” contra la policía y los informativos de BBC TV y ganó abultadas indemnizaciones en ambos casos.
La ofensiva contra el músico y locutores como Paul Gambaccini derivó de las cataclísmicas revelaciones respecto a Jimmy Savile, tal vez el más conocido de los presentadores musicales durante el reinado de Isabel II. Savile, que ostentaba los títulos de Sir y Caballero, falleció a los 84 años con su reputación más o menos intacta. Aunque había docenas de denuncias en su contra, superó todo gracias a su imagen de protector de la infancia y sus estrechas relaciones con la familia real. Solo tras su muerte, en 2011, reventó el dique que contenía toneladas de mierda: Savile violaba a niños y niñas por igual, aprovechando sus estancias como voluntario en hospitales, orfanatos y correccionales; tampoco se cortaba si le surgían oportunidades en las instalaciones de la BBC. Su vida secreta era tan brutal que el reciente documental de Netflix, Jimmy Savile: una historia de terror británica, evita profundizar en, vaya, el pozo de la necrofilia.
Conviene recordar que el estatus profesional de un locutor británico no tiene comparación. El papel central de la música pop en el Reino Unido facilita que los veteranos de la BBC (la radio privada comenzó muy, muy tímidamente en 1973) sean auténticas figuras nacionales. Sus agendas solían estar repletas: publicidad, recopilaciones discográficas, presentaciones de conciertos y premios, sesiones de dj, inauguraciones de tiendas, grabación de discos si tenían un mínimo talento musical. En general, terminaban encabezando programas de televisión (no necesariamente musicales). Resumiendo: sus oportunidades para la promiscuidad sexual eran abundantes.
Y alguien se preguntará si en España ocurrían episodios similares. Debo informar de que no tengo constancia directa; rumores, he escuchado muchos. Los radiofonistas que eran convidados por discográficas en D’Angelo y otros locales de alterne. El jefe de programación, tan cachondo él, que humillaba en su piso de soltero a chavalitos de promoción, a los que grababa en vídeo. El dúo infantil que soportaba a locutores que les metían mano mientras desarrollaban una entrevista. El animador de programas para fans que avisaba con voz sugerente que iba a colarse en la habitación de sus tiernas oyentes para... (los puntos suspensivos eran suyos).