Los chicos de las tiendas de máquinas
La propuesta comercialmente suicida que ha juntado a Pet Shop Boys con Soft Cell
Hoy las modas adelantan que es una barbaridad. Uno podía calcular que la noticia de la asociación entre dos de las bandas señeras del tecno pop de los ochenta tendría un cierto eco en los grandes medios. Pero no, están dedicando sus espacios a asuntos tan trascendentales como el alboroto de Rosalía firmando copias de sus discos. No ironizo ¡eh!: en estos tiempos las iniciativas mercadotécnicas son al menos tan importantes como las musicales. Tan importantes como para que efectivos de la Policía Nacional y la Policía Munici...
Hoy las modas adelantan que es una barbaridad. Uno podía calcular que la noticia de la asociación entre dos de las bandas señeras del tecno pop de los ochenta tendría un cierto eco en los grandes medios. Pero no, están dedicando sus espacios a asuntos tan trascendentales como el alboroto de Rosalía firmando copias de sus discos. No ironizo ¡eh!: en estos tiempos las iniciativas mercadotécnicas son al menos tan importantes como las musicales. Tan importantes como para que efectivos de la Policía Nacional y la Policía Municipal se desplieguen en unos grandes almacenes madrileños para proteger a la Motomami. Que conste que la millonaria inversión de Sony Music incluye una partida de seguridad privada para la diva.
Las bandas en cuestión, dúos en realidad, son Soft Cell y Pet Shop Boys. Surgieron a principios de los ochenta, a caballo de sintetizadores, cajas de ritmos, secuenciadores. A su manera, cada una revelaba los mecanismos con que el pop británico cataliza los descubrimientos ajenos, Primero, la erudición: Marc Almond trabajaba en un club de northern soul en Leeds cuando escuchó la versión original de Tainted Love, de Gloria Jones, una rareza fechada en 1964; convenientemente mecanizada, sería el mayor éxito de Soft Cell. En el caso de Pet Shop Boys, lo que marcaba carácter al principio era su seguimiento de las últimas tendencias en las pistas de baile neoyorquinas, labor facilitada por el trabajo de Neil Tennant como redactor de la revista londinense Smash Hits, lo que se traducía en viajes regulares a Estados Unidos.
A pesar de que la memoria tiende a considerarles compañeros del movimiento tecno, sus carreras no coincidieron en el tiempo ni en los planteamientos. Soft Cell ha pasado más años hibernando que en activo, aunque su ausencia se ha disimulado con la hiperactividad de Marc Almond como solista, al que le debemos audacias como instalarse en Rusia para defender los derechos de la minoría gay, donde dedicó todo un álbum (Heart on Snow, 2003) a piezas clásicas del románs, para entendernos algo así como el equivalente ruso de la copla.
Los Pet Shop Boys profundizaron más en su música y sofisticaron sus presentaciones en directo. Eran estetas, el tipo de gente que llegaba a España y aprovechaba para explorar su arquitectura contemporánea, especialmente las creaciones de su amiga Zaha Hadid. Por el contrario, lo que recuerdo de Marc Almond era su extraordinario olfato para localizar los lugares más canallas de cualquier localidad española.
Por todo ello, sorprende que los Chicos de la Tienda de Mascotas acudieran el pasado año a un concierto de Soft Cell y se entusiasmaran lo suficiente para ofrecerse a remezclar algunos de los temas nuevos. Recuerden que Tennant y Chris Lowe parecían especializados en trabajar con vocalistas femeninas necesitadas de un empujón: Dusty Springfield, Sam Taylor-Johnson, Liza Minnelli…
Finalmente la colaboración se ha plasmado en un dueto entre dos gigantes del synth-pop. Con la producción de Chris Lowe, The Purple Zone suena ahora como un arrebatado tema de Pet Shop Boys con la voz invitada de Almond. Atención a la letra, que podría describir la calcificación de una relación o (todo un clásico del pop británico) la necesidad de romper con una ciudad triste, un barrio deprimente, un ambiente asfixiante.
Opto por la segunda interpretación. El video correspondiente, dirigido por Yassa Khan, se desarrolla en una zona de viviendas municipales, con tiendas anónimas, jubilados, ensimismamiento, entretenimientos limitados y pubs sombríos. Ahora mismo, cuando la industria exige vídeos bling bling, con mucha coreografía y abundante carne, esto es tan chocante como encontrarse con una película de Ken Loach en los Oscar. Imaginen cuánta perversidad: ni siquiera citan a Versace y demás marcas cool.