Las baquetas de Taylor Hawkins

El fallecido baterista de los Foo Fighters seguía la pauta laboral de su jefe, Dave Grohl

Taylor Hawkins canta un tema de Foo Fighters con Dave Grohl a la batería el viernes, en un concierto en Santiago de Chile.Foto: JAVIER TORRES (AFP)

Parece el inicio de un chiste de baterías, de esos que tanto abundan en la intimidad del rock: érase una vez un grupo con dos bateristas (y aquí se acaba el tópico) que funcionaba perfectamente. Efectivamente, los Foo Fighters rompían los esquemas: cuando una banda estelar (Nirvana, digamos) se desintegra, la persona que está detrás de tambores y platillos no suele salir indemne de la catástrofe. Y más si sobre los restos planea una viuda, Courtney Love, empeñada en reducir la epopeya de Nirvana a la creatividad de su mari...

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Parece el inicio de un chiste de baterías, de esos que tanto abundan en la intimidad del rock: érase una vez un grupo con dos bateristas (y aquí se acaba el tópico) que funcionaba perfectamente. Efectivamente, los Foo Fighters rompían los esquemas: cuando una banda estelar (Nirvana, digamos) se desintegra, la persona que está detrás de tambores y platillos no suele salir indemne de la catástrofe. Y más si sobre los restos planea una viuda, Courtney Love, empeñada en reducir la epopeya de Nirvana a la creatividad de su marido, el desdichado Kurt Cobain.

Courtney pinchó en hueso. Ni el bajista Krist Novoselic ni el baterista Dave Grohl estaban dispuestos a ser borrados de la historia oficial. Aparte de las constantes peleas en el frente legal, Grohl tenía en marcha su particular proyecto musical, que se materializaría como Foo Fighters. El propio nombre (Platillos Volantes) quitaba solemnidad al emprendimiento, que partía libre de los prejuicios sobre el éxito del desaparecido Cobain.

El repertorio de Foo Fighters ofrecía el atractivo de combinar un sonido punk con estribillos pop. Aunque su manual de instrucciones tenía puntos nebulosos: Grohl pasaba al frente de la banda, pero no se privaba de indicar cómo quería que sonara la batería. De hecho, fue el baterista en el primer disco (Foo Fighters, 1995), plasmado en plan Juan Palomo. Durante la grabación del segundo (The Colour and the Shape, 1997) prescindió del baterista de los directos, William Goldsmith, y terminó el álbum con Taylor Hawkins.

Hawkins se ganó el puesto por su entusiasmo y su buen rollo. Amante del surf y la mountain bike, parecía afable y centrado. Demostró su compromiso al dejar de tocar con Alanis Morissette, que entonces llenaba estadios, y abrirse a otro universo sonoro. No había sufrido la fiebre del grunge: sus referencias instrumentales estaban en Roger Taylor (Queen), John Bonham (Led Zeppelin), Stewart Copeland (The Police). Y llegó a un entendimiento con el capo: este podía desfogarse con la batería cuando Hawkins se levantaba a cantar algún tema de los Foo Fighters o de Queen.

Ningún problema con Grohl que, a diferencia del difunto Cobain, no ocultaba su devoción por el rock clásico. De hecho, la arrolladora simpatía de Grohl y su predisposición a meterse en todo tipo de fregados le convirtieron en algo así como el MVP del mundillo del rock. Lo mismo tocaba con Paul McCartney que con David Bowie. Nadie sabe cómo saca el tiempo para presentar programas de televisión, participar en documentales o publicar un libro (The storyteller, 2021).

Para los otros miembros de la banda, se trataba de ajustar su calendario al febril plan de actividades de Grohl. Taylor Hawkins era polivalente con las baquetas y sabía colaborar (figura como coautor de éxitos de Foo Fighters). En los tiempos muertos, imitaba a su jefe; sesiones de grabación, sustituciones, grupos paralelos (The Coastal Riders, The Birds of Satan, los todavía inéditos NHC), vida social con la élite del rock. Y todo tipo de placeres: en 2001, tras una sobredosis de heroína, estuvo dos semanas en coma en un hospital londinense. Salió prometiendo no reincidir.


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