Blanca Muñoz: “Quizás las mujeres tenemos mejor pulso y más paciencia que los hombres para soldar”

La escultora, miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, habla de cómo nació su vocación y por qué los escultores son, de alguna forma, los obreros del arte

La escultora Blanca Muñoz, en su estudio de Puente de Vallecas, Madrid.Olmo Calvo

Blanca Muñoz (59 años, Madrid) se crio en una casa donde había una réplica exacta del Asmodea de Goya. La había pintado su madre, copista autodidacta del Museo del Prado. Sexta de siete hermanos, su familia la educó en la sensibilidad por el arte, la empujó a seguir sus sueños y también a buscarse la vida. “Yo no empecé a vivir de mis obras hasta los cuarenta años”. Hasta el 2 de abril expone sus particulares esculturas de acero inoxidable, nacidas de un amor profundo por la naturaleza, la astronomía y una duda exis...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Blanca Muñoz (59 años, Madrid) se crio en una casa donde había una réplica exacta del Asmodea de Goya. La había pintado su madre, copista autodidacta del Museo del Prado. Sexta de siete hermanos, su familia la educó en la sensibilidad por el arte, la empujó a seguir sus sueños y también a buscarse la vida. “Yo no empecé a vivir de mis obras hasta los cuarenta años”. Hasta el 2 de abril expone sus particulares esculturas de acero inoxidable, nacidas de un amor profundo por la naturaleza, la astronomía y una duda existencial constante, en la Galería Malborough, en Madrid, en una muestra que la señala como gran escultora española.

Su madre fue pintora autodidacta y su padre químico. ¿Quién de los dos influyó más en su personalidad creativa?

Mi madre pintaba, modelaba, tallaba, pero nunca con ambición profesional. Tuvo que dejar la escuela cuando empezó la Guerra Civil y después ya no pudo volver a incorporarse a los estudios. Cuando conoció a mi padre, él le pagó clases en la escuela Peña, que entonces era muy conocida. Allí aprendió muchísimo y luego continuó como copista en el Prado. Era buenísima haciendo figurativo. Siempre estuvo muy frustrada por no haber hecho una carrera, pero es una mujer muy culta, que le daba mil vueltas a muchos universitarios. Él tenía una gran destreza manual, le encantaba rodearse de objetos bellos: siempre estaban restaurando cosas de mis abuelos o bisabuelos... Se complementaban muy bien y nos educaron en esa sensibilidad.

¿Así que siempre se sintió comprendida en su casa?

Y lo más importante: animada por ellos. Yo soy la sexta hija y cuando decidí hacer bellas artes, otra hermana también lo hizo, había ya suficiente trayectoria familiar como para saber que era un camino muy arriesgado en lo económico, pero veían que era claramente mi vocación, y su apoyo me dio la convicción y la seguridad que necesitaba.

¿En qué momento exactamente nace una vocación así?

Desde el colegio, en artes plásticas me metía en unos líos máximos: cosas como hacer una casa tridimensional con patio o coser una muñeca tan grande como yo. Siempre he pensado que el colegio de monjas, del que me fui espantada, fue muy importante. Por ejemplo, los vestidos de canesú en papel seda te hacían pensar en tres dimensiones…

Pero durante mucho tiempo su especialidad fue el grabado.

En la Academia de Roma profundicé la técnica en mi taller de grabado, pero allí fue donde por primera vez vi a escultores en su estudio trabajando a porrazos con las cosas, y me fascinaba, pero el grabado seguía siendo la alternativa más fácil porque te permite llevar el estudio a cuestas y viajar. Más tarde me trasladé dos años con una beca a Ciudad de México. Fue una experiencia muy interesante pero dura. No conocía a nadie, me empecé a interesar por la potencia y grandeza del paisaje mexicano y la influencia en su arqueoastronomía [estudio del conocimiento astronómico que tenían civilizaciones antiguas]. Me imaginaba sobrevolando la geografía mexicana y trasladé esos viajes imaginarios en grabados con una clara intención tridimensional y de esas planchas grabadas nació literalmente mi primera escultura, enorme, pero claro, vivía en un apartamento de 17 metros cuadrados... ese no era el sitio para dedicarme a ello. Cuando volví a Madrid, decidí que quería aprender a soldar y acabé montando mi estudio en Puente de Vallecas.

¿Por qué escogió el acero inoxidable como material para trabajar?

Cuando empecé a hacer escultura utilizaba el acero dulce, el más económico y fácil de trabajar, pero enseguida me di cuenta del esfuerzo físico que supone hacerlas y del milagro que es venderlas, como para que encima un cliente al cabo de los años te diga que se le ha oxidado y ha perdido la luminosidad, fundamental esta para mi idea de construir la luz. Decidí apostar por la máxima calidad, el acero inoxidable, aunque me quite de ir a cenar con mis amigos y me haya privado de muchas otras cosas a nivel personal, yo no quiero medias tintas.

El mundo de la metalurgia es eminentemente masculino. ¿Cómo ha vivido eso?

Quizá las mujeres tenemos mejor pulso y más paciencia que los hombres a la hora de soldar. Quizá por eso mis esculturas son como son. Efectivamente, yo he ido con mi furgoneta a comprar material y varillas y grandes planchas a los polígonos industriales y allí siempre me han tratado muy bien, me interesaban sus oficios. También es cierto que mis padres nos enseñaron la amabilidad y respeto con la gente. Eso me ha abierto muchas puertas y la realidad es que con mis proveedores y talleres, con los que llevo muchísimo años, hay una confianza absoluta. Ellos se motivan también con la obra porque entran a formar parte de tu destino de alguna manera.

¿Los escultores son quizá los artistas más rudos?

No lo sé. Somos quizá más llanos. Mucha gente se sorprende cuando me ve en el estudio, vestida de obrera… ahora ya trabajo como una reina, porque llevo veinte años, tengo calefacción… pero anda que no he pasado frío y me han salido sabañones. Mi padre me decía: “Eso solo nos pasaba en la guerra”. Porque en mi caso no es que yo dijese a mis padres: “Quiero hacer esto” y ellos dijeran: “Yo te pongo un estudio”. Muchos compañeros han tenido esa suerte, pero para mí ha sido muy importante no tenerla.

¿Y diría que su trabajo es peligroso?

En mi caso lo más peligroso son las radiales, que no están pensadas para mujeres. Para mí sería maravilloso tener máquinas más pequeñas y menos pesadas, pero no existen, creo que sólo en Japón. Mi oficio supone muchísimo esfuerzo físico y hay que cuidarse y estar en forma. Fundamental hacer yoga, por ejemplo.

¿Qué pensaría si alguna de sus obras desapareciese sin dejar rastro como la de Richard Serra?

Mientras no perjudique a nadie, creo que me daría exactamente igual. Es más, no sabes la ilusión que me hace cuando veo que no vuelven mis obras al estudio.

Además de artista, ¿se siente también empresaria?

Esto te obliga a ser empresaria, te guste o no. Yo todas mis locuras las he hecho de forma consciente y planificada; como no he dispuesto de medios, tampoco me he precipitado. He ido como una hormiga. Cada vez que tengo X, invierto pensando en el día en que no ingrese un euro de qué podría tirar. De lo último que me desprendería es de mi estudio. Podría acabar viviendo encima de la superficie de una escultura [risas].

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Sobre la firma

Archivado En