Las goteras destruyen lentamente la catedral de Málaga
La diócesis urge a la Junta de Andalucía un permiso para construir un tejado a dos aguas que salve el edificio y su valioso patrimonio interior, afectados por las humedades desde su construcción en el siglo XVI
En el año 1587, justo un siglo después de la toma de la ciudad por los Reyes Católicos, Luis García de Haro fue nombrado obispo de Málaga. Su gran objetivo fue consagrar la catedral, que llevaba 60 años en obras junto a la antigua mezquita mayor. Quería hacerlo lo antes posible, así que detuvo la construcción —que quedó a medias— y el interior se acabó a toda prisa. El obispo la consagró el 31 de agosto de 1588, pero a cambio dejó una herencia que sigue vigente: las goteras. “La precipitación hizo que no se construyera una cubierta definitiva”, cuenta Juan Manuel Sánchez La Chica, arquitecto t...
En el año 1587, justo un siglo después de la toma de la ciudad por los Reyes Católicos, Luis García de Haro fue nombrado obispo de Málaga. Su gran objetivo fue consagrar la catedral, que llevaba 60 años en obras junto a la antigua mezquita mayor. Quería hacerlo lo antes posible, así que detuvo la construcción —que quedó a medias— y el interior se acabó a toda prisa. El obispo la consagró el 31 de agosto de 1588, pero a cambio dejó una herencia que sigue vigente: las goteras. “La precipitación hizo que no se construyera una cubierta definitiva”, cuenta Juan Manuel Sánchez La Chica, arquitecto titular del templo. Es también autor del proyecto para instalar un tejado a dos aguas basado en el original de 1764 firmado por Ventura Rodríguez, que tampoco se levantó por falta de presupuesto allá por el siglo XVIII. El de ahora costará alrededor de 10 millones de euros, pero antes de buscar el dinero hace falta la aprobación de la Junta de Andalucía, que lleva ocho meses analizando el proyecto.
Un paseo por el templo desvela sus muchas peculiaridades, como la mezcla de arquitecturas. Se levantó al estilo renacentista sobre planta gótica —un palacio dentro de un castillo— durante el siglo XVI. En el siglo XVIII se retomó la construcción bajo los cánones del barroco, trabajos que evitaron, de paso, que el inmueble se viniera abajo, muy deteriorado ya entonces por sus problemas con la evacuación de aguas. En esa fase, para integrar el antiguo edificio y el nuevo, los arquitectos debieron solucionar las tensiones causadas por el peso de las bóvedas en los muros, así que el tejado siempre quedó en un segundo plano. Cuando se acabó el dinero, ni se había empezado. Es aún su talón de Aquiles. La falta de dinero impidió, además, la construcción de la torre sur, de ahí que a la catedral se la conozca como la manquita, otra de sus características.
El problema se comprende mejor subiendo algo más de 200 escalones hasta su cubierta exterior. A 40 metros de altura hay una estupenda panorámica sobre la ciudad, pero en primer término se ven 23 bóvedas resquebrajadas. La piel de cerámica que las protege desde 2009 costó 1,6 millones, pero fue ineficaz y hoy está llena de grietas. Lentamente, la lluvia cala hasta el techo interior. Debajo, una red evita que posibles grandes desprendimientos caigan sobre los visitantes del templo, pero no puede filtrar la piedra pulverizada, generando un ecosistema perfecto para hongos e insectos. Es justo lo que ha detectado Teresa Sauret, catedrática de Historia del Arte, al hacer un informe para la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo sobre el peligro que corre la obra La decapitación de San Pablo, de Enrique Simonet, afectada por la humedad. “Habría que mover el cuadro de allí”, comenta Sauret.
“Es una llamada a la atención: el tejado es una actuación que no admite demora”, advierte Francisco Rodríguez, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Málaga, quien recuerda que cerca del lienzo perjudicado hay dos esculturas de los Reyes Católicos firmadas por Pedro de Mena, quien también es autor del coro del templo. Hay más obras valiosas en peligro: Rodríguez enumera el Retablo de Santa Bárbara de Nicolás Tiller o lienzos como La Virgen del Rosario (Alonso Cano) y El convite del fariseo (Miguel Manrique). “Aunque estuviese vacía, la catedral en sí ya tiene un gran valor arquitectónico”, añade el especialista. “El agua está destruyendo lentamente el edificio en todas sus dimensiones”, sentencia Antonio Aguilera, deán de la catedral, por donde han pasado 130.000 personas en los dos últimos meses gracias a una exposición de la Agrupación de Cofradías. “Necesitamos acabar ya el tejado”, ruega Aguilera.
Para que ello ocurra falta la autorización de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que tutela un edificio declarado Bien de Interés Cultural. La Diócesis de Málaga presentó el pasado marzo el proyecto de Sánchez La Chica, pero aún no ha obtenido respuesta. Fuentes de la Administración andaluza se escudan en que se trata de “un asunto complejo” estudiado por la Comisión Provincial de Patrimonio. Mientras, el Ayuntamiento de Málaga, por unanimidad, aprobó el pasado 29 de octubre solicitar al Gobierno autonómico “que realice las gestiones oportunas” para emitir la autorización del tejado cuanto antes. “A veces es desesperante la burocracia en la Administración”, apunta la concejala de Cultura, Noelia Losada (Ciudadanos).
El proyecto planteado por Sánchez La Chica está basado en el original del siglo XVIII, de Ventura Rodríguez. “A efectos de geometría y evacuación de aguas es imbatible”, dice el arquitecto, quien define el tejado a dos aguas como una obra “atemporal, que guarda armonía y soporta el paso del tiempo a nivel constructivo y visual”. Aprobado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, incluye la eliminación de la segunda piel cerámica de las bóvedas para que la piedra transpire y la construcción de pasarelas para visitar la cubierta como si de un yacimiento arqueológico se tratara. Pero va más allá: prevé arreglar el sistema completo de evacuación de aguas de la catedral, que ahora “es un desastre”, según el especialista. Basta observar las bajantes de fibrocemento construidas en los ochenta sobre la fachada o los canalones que rompen cornisas. La obra tiene un plazo de ejecución de unos 24 meses y costará alrededor de 10 millones, cifra que podría aumentar debido a la inflación de los materiales de obra. “El Obispado pagará una parte y luego llamaríamos a muchas puertas, públicas y privadas. Ya se verá. Antes, que nos den el permiso”, sostiene el deán de una catedral que quiere, de una vez, olvidarse de las goteras.