Jaime Martín: “Toqué música en la calle y me sirvió para dirigir orquestas”

El músico santanderino es, junto a Gustavo Gimeno, la batuta española más internacional, pero tiene un carisma pegado a la realidad y labrado en una familia con seis hijos que vivía en un piso de 65 metros cuadrados

El director de orquesta Jaime Martín, el 4 de noviembre.Inma Flores

Jaime Martín tiene calle. Por eso desprende un carisma distinto a la hora de dirigir orquestas. Posee la empatía de las aceras, tan ajena a los aislamientos y endiosamientos del podio. Fue flautista de referencia. Hoy, con 56 años, el santanderino es junto a Gustavo Gimeno el director español más internacional: titular de Los Ángeles Chamber Orchestra, la RTE National Symphony de Irlanda, la Gavle en Suecia, que dejará para hacerse cargo a partir d...

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Jaime Martín tiene calle. Por eso desprende un carisma distinto a la hora de dirigir orquestas. Posee la empatía de las aceras, tan ajena a los aislamientos y endiosamientos del podio. Fue flautista de referencia. Hoy, con 56 años, el santanderino es junto a Gustavo Gimeno el director español más internacional: titular de Los Ángeles Chamber Orchestra, la RTE National Symphony de Irlanda, la Gavle en Suecia, que dejará para hacerse cargo a partir de 2022 de la Sinfónica de Melbourne en Australia y principal director invitado de la Orquesta Nacional de España (ONE). Todo el mundo quiere trabajar con él. ¿Por qué…? Ahí van algunas respuestas.

Pregunta. Ha tocado mucho en la calle. ¿Por qué y para qué?

Respuesta. Por placer y por necesidad. Cuando vivía en Santander y empecé a estudiar quinto de flauta, tenía que viajar los viernes por la tarde a Madrid. Llegaba por la mañana en el tren correo y, como había que ensayar previamente y ejercitar, me plantaba en la calle Preciados con mi atril, ahí los hacía. ¡Qué mejor plan! Me sirvió para dirigir orquestas después.

P. ¿Ganaba bien?

R. No solo me sacaba para los bocadillos de calamares, también para una bici de carreras.

P. ¿Por qué eligió la flauta y no otro instrumento?

R. La escogí porque quería tocar el violín.

P. Ah, tiene mucho sentido.

R. Todo el sentido. Decidí dedicarme a la música con ocho años. Después de un concierto al que me llevó mi padre porque le sobraba una entrada. Eso cambió mi vida. La música orquestal para mí, entonces, no significaba nada. Pero no esperaba encontrarme lo que allí vi. La experiencia de la música en vivo. Una orquesta delante de mí, se me caían las lágrimas con la Quinta de Chaikovski. Le dije a mi padre que quería estudiar el violín.

P. ¿Por qué no lo hizo?

R. Entonces en Santander, mi ciudad, para eso había que pagar. Soy el mayor de seis hermanos, vivíamos en un piso de 65 metros cuadrados. No les podía plantear a mis padres ese gasto…

P. ¿Y?

R. Me enteré de que en la banda municipal del Ayuntamiento de Santander daban clases gratis a chavales. Fui solo. Me preguntaron: ¿qué quieres hacer? No sé, respondí. Me sugirieron la trompeta cuando empecé a estudiar solfeo, pero en esa situación, con 65 metros cuadrados, pensé en mis hermanos… Les iba a volver locos. Elegí la flauta.

P. Ahora dirige y dejó de ser solista y tocar como instrumentista en orquestas. ¿Lo echa de menos?

R. Muchísimo. Me dio la oportunidad de conocer a músicos increíbles.

P. El director, en una orquesta, no produce sonido, lo convoca. ¿Es un cambio drástico?

R. Debes sugerir el sonido. Y depende de tu habilidad conseguir que los músicos se acerquen a esa idea de sonido.

P. ¿Cuando eso no ocurre llega la frustración, y si lo superan aparece el asombro?

R. Cuando surge la comunicación entre director y músicos, aparece la libertad. Empiezas a probar cosas. Y a ver dónde llegas. Los ensayos sirven también para el director, sobre todo para romper barreras de desconfianza.

P. Forma parte de la generación que cambió la educación musical en España. ¿Por qué se habla poco de eso?

R. Todo empezó con la creación de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) en el año 1983. Fue una especie de Big Bang.

P. ¿No exagera?

R. En absoluto. Ahí se fraguó esa generación que ahora tiene músicos en las mejores orquestas del mundo. La historia en eso es antes y después, se abrieron las posibilidades y las barreras mentales, se acabó el complejo de inferioridad y comprobamos que podíamos acceder a la élite mundial no como una excepción, sino con normalidad. Nada se puede dar por hecho, de todas formas. Cuidado.

P. ¿Por qué dejó su magnífica carrera de solista por la incertidumbre de convertirse en un buen director?

R. Yo empecé a estudiar dirección muy pronto. Pero cuando tuve el privilegio muy joven de tocar para Claudio Abbado o Zubin Mehta en la Joven Orquesta Europea, decidí apartarlo.

P. ¿Se acomplejó?

R. No, simplemente pensé muy seriamente que me perdería la oportunidad de tocar para gente así y decidí disfrutarlo. Fue algo completamente egoísta.

P. Y de todos ellos, ¿quiénes le marcaron?

R. Termikanov, Harnoncourt y Abbado, que apenas hablaba pero se las arreglaba para enseñarnos a escuchar.

P. ¿Cómo un ecualizador?

R. Exactamente, ecualizaba la orquesta en los ensayos y después en los conciertos se transformaba, te sorprendía y cuando funcionaba, a veces, le veías llorar. Era un poeta, conseguía que la música tuviera sentido horizontal, nada jerárquica.

P. ¿Era más feliz viéndolos a ellos o haciéndolo ahora?

R. Viéndolos gozaba, hacerlo es más peligroso.

P. ¿Cómo se impone hoy autoridad en una orquesta?

R. No la impones, te la ganas convenciéndolos. Es un juego interesante. Debo intentar acercarles a mi visión aunque no estén de acuerdo. Lo mejor que me ha dicho un músico es que habitualmente le duele la espalda al tocar, pero que cuando yo les dirijo, no le pasa.

P. ¿Pesa ser extranjero en el Reino Unido, donde vive, tras el Brexit?

R. Más que pesar, es triste. Allí han llegado al punto de que los restaurantes y otros negocios cierran antes porque no tienen personal, al haberse largado los emigrantes. Triste, muy triste. No entiendo cómo les pudieron engañar. Yo me he sentido extranjero en todas partes. Y es bueno.

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