Diego Urdiales y el pesado don de la pureza

Perera corta una oreja de poco peso y Ginés Marín las pierde con la espada ante una seria, mansa y geniuda corrida de Victoriano del Río

Diego Urdiales, ante uno de los toros de su lote en Albacete.EFE

En el toreo, como en la vida, todo tiene dos caras. También los dones, esas virtudes que, desde la cuna, hacen a alguien diferente y especial. La pureza es uno de ellos. Una característica que debería ser imprescindible en un torero. Pero no todos la poseen. Peor; no todos la persiguen. Más bien, lo contrario.

Diego Urdiales es un torero puro. Eso es indiscutible. Uno de esos últimos exponentes del toreo más clásico y ortodoxo. Siempre con la verdad por delante; para lo bueno, y para lo malo. Pero esa pureza puede también jugar malas pasadas. Y no solo en forma de cornada. Porque el tor...

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En el toreo, como en la vida, todo tiene dos caras. También los dones, esas virtudes que, desde la cuna, hacen a alguien diferente y especial. La pureza es uno de ellos. Una característica que debería ser imprescindible en un torero. Pero no todos la poseen. Peor; no todos la persiguen. Más bien, lo contrario.

Diego Urdiales es un torero puro. Eso es indiscutible. Uno de esos últimos exponentes del toreo más clásico y ortodoxo. Siempre con la verdad por delante; para lo bueno, y para lo malo. Pero esa pureza puede también jugar malas pasadas. Y no solo en forma de cornada. Porque el toreo también requiere de recursos y listeza cuando el toro no es el idóneo o, simplemente, uno no tiene su tarde.

Y ese es el gran problema de Urdiales: la trasparencia. Y la frialdad. Cómo dirían algunos, “hay que saber taparse”. Y el riojano no sabe hacerlo. Si está bien, lo demuestra y borda el toreo como pocos; pero si no lo ve claro…

No lo vio claro en su regreso a la plaza de Albacete. Aunque hizo el esfuerzo frente al exigente primero, que fue agriando su comportamiento y acabó defendiéndose, se le vio manifiestamente incómodo y apático ante el cuarto, que, sin ser ningún dechado de bravura, tuvo cierta movilidad y nobleza. Pero Urdiales, que había comenzado su primera labor doblándose con gusto y torería por abajo, no tenía su tarde. Y, esa pureza de alma, esa honestidad que ha llevado a gala durante toda su carrera, esta vez, le pasó factura.

DEL RÍO / URDIALES, PERERA, MARÍN

Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (1º y 6º), muy bien presentados, serios y de buenas hechuras, pero mansos y con más genio que casta. Destacó por su calidad e infinita nobleza el segundo.

Diego Urdiales: estocada (saludos); media estocada (silencio).

Miguel Ángel Perera: dos pinchazos _aviso_ y estocada traserilla y algo atravesada (saludos); estocada caída casi entera perdiendo la muleta (oreja).

Ginés Marín: estocada ligeramente desprendida y contraria _aviso_ y ocho descabellos (palmas y sale a saludar); pinchazo y espadazo defectuoso (saludos).

Plaza de toros de Albacete. Jueves, 9 de septiembre. 2ª de abono. Más de media plaza sobre el setenta y cinco por ciento del aforo permitido.

No tuvo ese problema Miguel Ángel Perera, uno de los más virtuosos ejecutores del (des)toreo moderno. A base de su indudable poderío, y también de temple, estuvo a punto de marcharse a hombros entre el clamor popular. Lo habría conseguido si llega a matar a la primera al segundo de la tarde, uno de esos regalos que caen del cielo. Un animal tan noble y dulce como falto de poder, casta y transmisión.

Y ante tal “carretón”, el extremeño anduvo como si estuviera de tentadero. Muy templado, ligó tandas de redondos y naturales largos y de mano baja, pero carentes de la emoción y verdad que da hacerlo frente a un toro bravo. Además, y al igual que ante el muy serio quinto, lo hizo casi siempre en línea y descargando la suerte. No importaron esas ventajas, ni tampoco que se tirara a matar a los blandos; le dieron la oreja.

Un par de ellas habría paseado Ginés Marín de estar acertado con los aceros. Y bien merecida habría sido la obtenida frente al tercero, un manso encastado y reservón que hubiera hecho sudar al más pintado. Muy frío de salida, cuando sintió la puya sobre el lomo, pegó un arreón, cogió al caballo por los pechos y lo acabó derribando. Correoso en banderillas, llegó al último tercio tan crudo como incierto, y pese a lo mucho que tardeó, midió y escarbó, Marín aguantó con estoicismo y logró robarle muletazos de gran mérito y emoción.

Tampoco fue fácil el sexto, un manso con movilidad que se rajó casi de salida y ante el que el joven extremeño volvió a demostrar valor y frescura.

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