“Sin una sola palabra amable la vida es terrible”
El filósofo Josep Maria Esquirol aboga por profundizar en lo más esencial de las personas en ‘Humano, más que humano’, su nuevo ensayo
El transhumanismo y la ciencia prometen ir más allá de lo humano, pero se da la paradoja de que hoy “nos quedamos cortos en humanidad; se trata de ir más adentro de nosotros, no más allá; podemos colonizar Marte, pero la idea ahí sería la misma: hay que intensificar lo que nos caracteriza como humanos”, sostiene el catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, Barcelona, 58 años). Ese viaje “solo un poco adentro, que ya es mucho” es la razón ...
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El transhumanismo y la ciencia prometen ir más allá de lo humano, pero se da la paradoja de que hoy “nos quedamos cortos en humanidad; se trata de ir más adentro de nosotros, no más allá; podemos colonizar Marte, pero la idea ahí sería la misma: hay que intensificar lo que nos caracteriza como humanos”, sostiene el catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, Barcelona, 58 años). Ese viaje “solo un poco adentro, que ya es mucho” es la razón de ser de su libro Humano, más humano (Acantilado; Quaderns Crema, en catalán), que no deja de ser coherente con su penúltima obra, La resistencia íntima (2015), que le valió el premio Nacional de Ensayo y el Ciudad de Barcelona, donde elogiaba lo cotidiano y abogaba por la vuelta a casa. O sea, ahora toca mirar un poco más hacia el interior.
El nuevo periplo es tan rico y denso en conceptos que alberga uno y quizá su contrario, como cuando reivindica que cada persona es alguien (“Borrar el nombre y asesinar el yo van juntos”, sostiene) en unos tiempos en que apenas uno es un número en el magma del análisis de macrodatos, mientras, alimentada por las nuevas tecnologías, se da cada vez más la hipertrofia del nombre y de la autoría individual, que va contra lo colectivo y el nosotros. “Intento subrayar la maravilla que es la persona humana singular, no hay nada más concreto en la vida que ser cada uno de nosotros y para eso basta con decir el nombre de uno, sencillamente: Juan, Ana… En cambio, la sociedad actual tiende a homogeneizar, la masa es homogénea y, por lo tanto, maleable”. Aunque admite que utiliza “muy poco” las redes sociales, parece evidente que han ayudado a que “el nombre propio pueda degenerar en una egolatría superlativa, en una hipertrofia de egos y desde ahí es difícil relacionarte con el otro porque eso solo se logra si estás en el mismo plano de igualdad; si no, las relaciones quedan maltrechas”.
“Solo habrá habla verdadera cuando hayamos escuchado y hoy nadie escucha
Para ese encuentro con el otro, Esquirol también pide escuchar. “Solo habrá habla verdadera cuando hayamos escuchado y hoy nadie escucha; se habla, pero no se escucha; escuchar va a la baja; ahora solo somos sumatorios de monólogos cuando uno solo puede responder si es escuchado; hoy hay más monólogos superpuestos que diálogos”. Y también falta reducir la velocidad. “La inmediatez y la precipitación del mundo actual no facilitan nada porque para que haya escucha del otro ha de haber paciencia”. En realidad, sostiene, hoy, al hablar, solo se da una educación aparente: “Dejamos que acaben de hablar, sí, pero solo para decir lo nuestro”.
Propone sin miedo Esquirol que se profundice en las “heridas infinitas” que nos hacen más humanos (vida, muerte...). Se trata “no tanto de curarlas como de saberlas llevar”, sostiene en el subtítulo de la obra Una antropología de la herida infinita. Pero para seguir adelante es indispensable el concepto de perdón, “para que el pasado no nos paralice”. Algo que aún no ha hecho la sociedad española con la Guerra Civil. “El pasado es irreversible, no se puede deshacer, pero que sea insuperable no quiere decir que no se le pueda hacer frente; y le hacemos frente con el perdón”. En esa línea, sostiene que “no nos podemos enrocar en el pasado, y el perdón, que no quiere decir olvido, da un margen de maniobra. El perdón es creativo, abre un camino donde no lo había... Y este perdón no lo hemos aplicado a la Guerra Civil, aún hay mucho esfuerzo posible por hacer”.
Si la falta de contacto, como sostiene el filósofo, refuerza la tendencia a la inhumanidad y, por otro lado, el sentir y el sufrir potencian en el hombre el pensar y el luchar, la pandemia vuelve a colocar a las personas en una encrucijada. “Pueden pasar las dos cosas a la vez: se puede incrementar la frialdad y la impermeabilidad por la soledad que comportan las medidas sanitarias, pero en una sociedad masificada, apretada, como está la nuestra, aislada en el fondo, hay pocas relaciones y contactos; estar apretado no es sinónimo de tacto”.
En su ensayo, Esquirol emparenta el malestar de la sociedad actual con la pérdida de profundidad. “El mundo reducido a cosas y funciones vehicula la depresión y la desesperanza”, escribe. Practicante de una “filosofía de la proximidad” e “intrínsecamente pobre” que pespuntea con Nietzsche, Sartre, Arendt, Pere Calsadàliga o Miguel Hernández, el filósofo aboga por “procurar ser feliz con poco”, lo que no quiere decir sin nada, sino “vivir con lo esencial”, concepto laxo hoy, en tiempos de sobreabundancia de objetos. “No es necesario hacer un distingo entre lo material o lo inmaterial, lo esencial es aquello que hace que la vida sea más humana y eso se reduce al pan, entendido como subsistencia y también como casa, y al canto, la palabra amable, con sentido: estamos a la intemperie y necesitamos cobijo, un abrazo, una palabra amable”. Calla y concluye: “Sin una sola palabra amable la vida es terrible”.
“La sociedad actual no promueve ni el afecto ni la sensibilidad
La inhumanidad que más miedo le da al filósofo es “la frialdad, la insensibilidad”. Y no se atreve a decir que hoy estemos en el cénit de esa postura, pero sí que “la sociedad actual no promueve ni el afecto ni la sensibilidad”. Y se añade a la tesis de Adorno tras Auschwitz de que la principal finalidad de la educación debería ser combatir la insensibilidad. “Educar es evitar la frialdad, la indiferencia”, remacha. Y, ligado a ello, alerta sobre la pérdida del concepto de civilización, que no es ni natural ni espontánea. “La cultura no cae del cielo, requiere un esfuerzo; la humanidad demanda esfuerzo y cuidado y Europa se ha olvidado un poco de ello”.
No ha notado, sin embargo, Esquirol, un descenso de alumnos en Filosofía. Al contrario. “Tenemos algunos más, la mayoría provenientes de otras carreras y que ya tienen trabajo. Vienen a cultivarse personalmente, porque una vida sin reflexión no vale la pena: es una vida muy delgada, banal”.
El "cuidado desesperado" de la eutanasia y el suicidio
En la reflexión sobre las heridas esenciales que dan sentido a la vida, Josep Maria Esquirol no rehúye en 'Humano, más humano' ni la eutanasia ni el suicidio, ante las que se muestra comprensivo. “Hay sensatez en el hecho de ayudar a morir bien, sin dolor, ¿quién puede discutir eso? Es un tema de cuidado hacia el otro”, arguye sobre la eutanasia. Y cree, por otro lado, que “se ha estigmatizado” el suicidio. “Si las personas somos más sensibles y menos frías, ¿seremos capaces de condenarlo? Además, la muerte es ella la que siempre viene”. Y remata: “Ambos casos no son ofensas sino amparo y cuidado desesperados”.