¿Pintura? Sí, pintura

La pintura sigue sin morirse, a pesar de nuestro letargo en Zoom retransmitido por Instagram que nos ha robado la fisicidad

'Hombre dibujando', obra de Guillermo Pérez Villalta que forma parte de la exposición en la Sala Alcalá 31.Oronoz

Si a usted no le gusta la pintura no siga leyendo. Este artículo va de pintura, ese oficio de tantos artistas del siglo XX y hasta del XXI. Porque la pintura sigue sin morirse, a pesar de nuestro letargo en Zoom retransmitido por Instagram que nos ha robado la fisicidad exigida por los cuadros en su misma idiosincrasia. Es la paradoja de nuestra época: jamás hemos tenido más imágenes a mano y nunca hemos mirado menos. Es un consumo visual rápido y un placer escaso: nos hemos quedado sin el gesto del mirar lento. Lo echo de menos.

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Si a usted no le gusta la pintura no siga leyendo. Este artículo va de pintura, ese oficio de tantos artistas del siglo XX y hasta del XXI. Porque la pintura sigue sin morirse, a pesar de nuestro letargo en Zoom retransmitido por Instagram que nos ha robado la fisicidad exigida por los cuadros en su misma idiosincrasia. Es la paradoja de nuestra época: jamás hemos tenido más imágenes a mano y nunca hemos mirado menos. Es un consumo visual rápido y un placer escaso: nos hemos quedado sin el gesto del mirar lento. Lo echo de menos.

Con esta idea llego hasta la exposición de Pérez Villalta en Alcalá 31: el mejor Guillermo en estado puro. Pinturas y objetos, clasicismo y radicalidad, laberintos y templetes… Me pierdo en los detalles. Me sumerjo en la fisicidad del ojo, la que deben sentir los pintores al trabajar. Y no es que reniegue de Instagram ―soy poco dogmática―. Frente a los usuarios ortodoxos de lo digital, pienso que las visualidades lentas y de consumo instantáneo pueden convivir, igual que a finales de los ochenta del XX lo hicieron conceptualismo y pintura.

Al final, los debates no han cambiado tanto entre los supuestos “modernos” y los denostados “antiguos”, cuando a finales de los años ochenta del XX, con el tímido pero decidido avance de la foto y el vídeo, se hablaba de “la muerte de la pintura”. Se trataba, sin embargo, de una reflexión retórica: la pintura no había muerto entonces ni hace un par de años, cuando las dos dimensiones ocupaban las grandes galerías neoyorquinas en Chelsea. Lo reconoció The New York Times: la estrella de la reapertura de otoño en 2019 fue la afroamericana Amy Sherald, presagio del Black Lives Matter. Quedaba claro en los escritos combativos de Lucy Lippard sobre multiculturalidad: también se puede luchar contra el discurso blanco y patriarcal a través de la pintura ―quién lo hubiera dicho―. Algunos dirán, claro, que Sherald es la retratista de Michelle Obama y está vendida al poder. No sé. Quizás son las relaciones que la pintura ha tenido históricamente con el poder lo que en este momento no permite asociarla con otro tema muy a la moda: lo vernáculo. Un toque aún artesano.

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Frente a Pérez Villalta vuelven a mi memoria los años de gran explosión pictórica en Madrid, a pesar del conceptualismo; cómo esa generación no llegó a triunfar en Nueva York porque España no era suficientemente “exótica” para el mercado neoyorquino, como lo sería América Latina después. Miro los cuadros y experimento un placer físico que echaba de menos. Habré perdido la mirada de la juventud de la cual hablaba Breton. Seré una antigua. Pero lo cierto es que estoy harta de esa visualidad de la que todos hablan y en la cual nadie se detiene a mirar. Decido volver a la mirada lenta y artesana. Pintura. Sí, pintura.

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