Najat El Hachmi ahonda en la opresión femenina en su nueva novela

La escritora catalana de origen marroquí cierra con ‘El lunes nos querrán’, premio Nadal, un ciclo narrativo donde indaga sobre mujer e identidad a partir de su biografía

Najat El Hachmi, el pasado 1 de febrero.©Consuelo Bautista

“Ya no puedo dar más; he dedicado mi vida entera a pensar mi vivencia y las de los otros y ya está entendido y explicado”, asegura Najat el Hachmi ante su última novela, El lunes nos querrán (Destino; Edicions 62, en catalán), con la que obtuvo el premio Nadal hace apenas un mes. La historia de dos chicas jóvenes marroquíes de una periferia de la periferia que luchan con inocente ilusión para salir de un entorno opresivo y ser queridas y acept...

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“Ya no puedo dar más; he dedicado mi vida entera a pensar mi vivencia y las de los otros y ya está entendido y explicado”, asegura Najat el Hachmi ante su última novela, El lunes nos querrán (Destino; Edicions 62, en catalán), con la que obtuvo el premio Nadal hace apenas un mes. La historia de dos chicas jóvenes marroquíes de una periferia de la periferia que luchan con inocente ilusión para salir de un entorno opresivo y ser queridas y aceptadas con normalidad (quizá en ese lunes del título) bebe del agua del pozo más íntimo de la escritora catalana de origen marroquí (Beni Sidel, 41 años). Ha ido hasta el fondo como nunca. Y ya no hay más porque antes de ahí salieron también El último patriarca (la sombra del padre) y Madre de leche y miel (homenaje a la madre), que, junto con La hija extranjera (los primeros conflictos generacionales) y esta última (la batalla y la angustia profunda de ella) quizá conformen un friso narrativo definitivo del que ahora toma conciencia y que reata en lo ensayístico Siempre han hablado por nosotras. “Lo próximo escribiré otra cosa, algo distinto”, dice.

Mientras, la lucha de las dos protagonistas de El lunes nos querrán por una vida normal (tomar una Coca-Cola, ver según qué series, ponerse unos tejanos, maquillarse, comer una hamburguesa, hablar con un chico, escoger a su futuro marido…) puede leerse como un homenaje a todas las que han iniciado una revolución silenciosa contra la opresión. De nuevo, feminismo e identidad en la prosa de El Hachmi. “Quería visibilizar estas heroicidades cotidianas, que no lucen ni pasan a la Historia, como un reconocimiento al desencanto que comporta muchas veces esa batalla sorda”. Una lucha clara en los años 90 y cuya transmisión parece haberse difuminado. “Está empezando a ser una herencia perdida porque no se está articulando un discurso que acompañe esa transferencia de experiencias que pasan sólo particularmente de una mujer a otra”. Ella misma es sujeto paciente de esa dificultad. “Si has superado todo esto no quieres revivirlo; cuando he intentado traspasar alguna experiencia a mi hija veo que le provoca un shock que desearía ahorrarle, claro”. Tampoco llega a las jóvenes de hoy porque “la educación actual transmite un legado donde las mujeres, musulmanas o no, no estamos; y si en España ya ha costado dar a conocer el papel de la mujer durante la Transición… Se necesita un cambio en la transmisión de la memoria de valores”, apunta.

La narradora de El lunes nos querrán, escritora en ciernes, se siente utilizada “como un mono de feria” tanto por la comunidad cristiana como la musulmana tras obtener un galardón. El Hachmi sabe algo de eso. “Es difícil esquivar la instrumentalización; cuando gané un premio en bachillerato, me recibió el alcalde de Vic y todo se resumió en una fotografía y darme un libro sobre la ciudad; ni una palabra sobre los sentimientos que le despertó mi texto, si lo leyó, buscaba la foto y basta”. Y argumenta: “Eso es también una forma de racismo y discriminación: dice que mi trabajo no interesa y que seré leída no como yo quiero”. No fue mejor desde el otro lado. “Serví para blanquear el machismo de la religión islámica: con el premio, eres una marroquí ejemplar; si criticas lo más mínimo, una traidora”.

En esa tesitura se mueven las dos jóvenes de ficción, incómodas y desorientadas por ser “de dos mundos”, expresión que El Hachmi destesta. “Me pone nerviosa la palabra multiculturalismo porque oculta, no se quieren ver las fricciones, el choque de valores de las distintas culturas; la idealización de la realidad es siempre una negación del conflicto, pero toda conquista de la libertad hace inevitable el conflicto”. Y vuelve a ponerse de ejemplo: “Nadie es de dos mundos, vienes y vas a lugares concretos; yo venía de Beni Sidel y llegué al barrio de La Calla de Vic… y eso refleja cosas concretas; ser ciudadano del mundo es una expresión vacía para no asumir las complejidades”. Y una de ellas es que “ser multicultural implica una definición de quién es el otro y si no encajas o te niegas a ser el exótico del grupo ya no eres nada… No, no todos los valores culturales son igual de respetables: una cosa es comer cuscús y otra tapar a las mujeres y otra la mutilación genital; hay que establecer jerarquías”.

Destila El lunes nos querrán un punto de pesimismo, ante el que si bien su autora es finalmente optimista (“si podemos explicarlo, empezamos a salir del túnel, el proceso será largo”) reconoce que la situación con relación a hace 20 años “es claramente peor porque el fundamentalismo islámico frena esos cambios: han logrado que los valores que defendían hoy los musulmanes ya no sean los de sus orígenes sino los que crean ahora los que dicen interpretar el verdadero islam; se dan hoy más discursos que controlan la indumentaria que hace 20 años: se lucha ahora no sólo contra la herencia de la tradición sino también contra el mensaje religioso”.

Y hay, además, escasas voces contestatarias. “Son pocas chicas y su desgaste, por los acosos que sufren en las calles y en las redes sociales, es altísimo; muchas veces, además, acaba con la expulsión de tu comunidad y esa soledad es lo peor, no tienes a qué agarrarte… En la novela se tienen ellas dos, pero tú no puedes volver a casa de tus padres si las cosas te van mal como hacen los cristianos; ya es suficientemente duro el caso individual como para tener la presión de tu trabajo de activista”.

A la situación sombría se añade en la novela el papel de los dos maridos, que aparentan una apertura mental que no tienen, asomando un machismo que perpetúa el de sus padres. “Es que fuera de las batallas individuales no hay discursos dirigidos a estos hombres; al contrario, en Occidente se les protege de los discursos feministas porque según qué les dices te pueden acusar de racista; aquí están más protegidos que en sus propios países”. Forma parte, cree, de una “política errónea”, como la laxitud ante el dejar llevar el pañuelo en la cabeza o que los niños estén exentos de algunos deportes como la natación. “Todo esto no cambiará espontáneamente”, avisa la escritora.

Traspasa al lector la angustia existencial de las jóvenes, que se ven obligadas hasta a medir sus jerséis para que cubran lo que han de cubrir de su cuerpo. “O cómo te has de sentar o que no duermas boca abajo porque eso es de mujer fácil… Es así, he crecido con eso y lo que acabas haciendo es justo lo contrario. Y así acabas sexualizándolo todo y odiando ser mujer porque a los 12 años ya te obligan a serlo, niegan tu deseo y a la vez te convierten en objeto de deseo de los otros…”. “Y de ahí”, defiende, “vienen los trastornos alimentarios y otros problemas, no sólo es por la estética: está la trastienda del conflicto de la sexualidad”.

Y en esa angustia bracean la narradora y su amiga supuestamente invencible y asoma un intento de suicidio, aspectos que El Hachmi elude como autobiográficos: “Todo esto está basado en mil historias reales”. De su pozo, en cualquier caso, ya salió bastante.

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