Algo se mueve bajo la arena
Los nuevos trabajos y descubrimientos en Saqqara son una oportunidad para repensar el gran yacimiento y ponerlo por fin en el centro del imaginario popular
Siendo como es uno de los mayores sitios arqueológicos de Egipto y un lugar de extraordinario impacto emocional, Saqqara no ha tenido, hasta ahora —cuando parecen empezar a cambiar las cosas—, la suerte de prender en la imaginación popular como Guiza, con sus tres emblemáticas pirámides y la Gran Esfinge, o Lúxor, con sus necrópolis ...
Siendo como es uno de los mayores sitios arqueológicos de Egipto y un lugar de extraordinario impacto emocional, Saqqara no ha tenido, hasta ahora —cuando parecen empezar a cambiar las cosas—, la suerte de prender en la imaginación popular como Guiza, con sus tres emblemáticas pirámides y la Gran Esfinge, o Lúxor, con sus necrópolis (notablemente el Valle de los Reyes) y sus templos (en especial el mismo de Lúxor y el de Karnak). Es dentro del circuito turístico, aunque parezca increíble dada su asombrosa riqueza monumental (16 hectáreas de maravillas), un destino relativamente secundario, que muchos se toman como un peaje fastidioso. Hay ciertas razones para ello: está más a desmano, su reclamo principal (sin olvidar las catacumbas de los sagrados toros Apis del Serapeum, al norte), la magnífica pirámide de Djoser, escalonada, resulta una visión extraña para los cánones prefijados del turista medio (aunque ahora ya se puede visitar el interior), y todo el lugar, con su arena batida por el viento khamasin y en muchas áreas hecha un gruyere por las excavaciones, parece carecer, pese a los esfuerzos de gente como Ian Mathieson, de orden y sistematización.
Saqqara no dispone además en general de grandes iconos mediáticos; para entendernos no hay gran novela o película. Saqqara no tiene asociado un Ramsés II, un Keops, una Nefertiti. A Djoser no lo ha interpretado nunca un Yul Brynner ni a su reina una Joan Collins, y los nombres de otros grandes faraones relacionados con Saqqara, Unas, Teti o los Pepi I y II (todos ellos con pirámides con textos, a diferencia de las mudas de Guiza) no tienen la resonancia para el gran público de los más populares tutmósidas o ramésidas. Saqqara no posee tampoco un Tutankamón (aunque hay que recordar que si Howard Carter no hubiera sido despedido por liarse a bofetadas en el lugar quizá nunca hubiera descubierto la tumba del joven rey). Pero podría tenerlo: aún están por encontrarse en Saqqara el sepulcro y el templo del gran personaje asociado con el lugar, el arquitecto divinizado y polímata Imhotep (nada que ver con el sacerdote malvado de La momia), una de las figuras más carismáticas de Egipto, mano derecha de Djoser e inventor, según la tradición, de la talla de la piedra que permitió levantar las pirámides.
Saqqara no dispone además en general de grandes iconos mediáticos; para entendernos no hay gran novela o película
Saqqara, cuyas estructuras están llenas de galerías laberínticas, pasajes claustrofóbicos y pozos estremecedores, tiene además una espléndida tradición de Indianas Jones de verdad, entre ellos el sabio francés Jean-Philippe Lauer, que trabajó ¡70 años! allí y encontró el pie izquierdo del mismísimo Djoser (o al menos eso creía), y el británico Walter Emery, que se dejó literalmente la vida buscando a Imhotep. Las nuevas excavaciones y descubrimientos en el lugar, con todo el impacto mediático que están consiguiendo y a la espera de ver su exacto alcance científico (enorme en el caso del taller de momificación hallado por Ramadaan Hussein), parece que van a suponer un punto de inflexión en la popularidad de Saqqara y su equiparación por fin en la mentalidad general con los más grandes sitios de Egipto. Algo se mueve bajo la arena.