Música clásica al pie de Los Andes, la academia que transforma la vida de los jóvenes latinoamericanos

En el centro de esquí Portillo, se celebra un festival que impulsa a los nuevos talentos en la región

Festival Academia Internacional de Música Portillo en enero de 2020, en Chile.Felipe Elgueta Frontier

El impacto de la transformación social de la música clásica ha sido uno de los principales impulsos del Festival Academia Internacional de Música Portillo, que finaliza este domingo su tercera edición desde lo alto de la cordillera de Los Andes, en Chile, cerca de la frontera con Argentina. Es un paisaje montañoso privilegiado. Uno de los mejores centros de esquí que por algunos días se transforma en una inmensa orquesta multinacional, con vista a la laguna del Inca. Aunque este año el encuentro se...

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El impacto de la transformación social de la música clásica ha sido uno de los principales impulsos del Festival Academia Internacional de Música Portillo, que finaliza este domingo su tercera edición desde lo alto de la cordillera de Los Andes, en Chile, cerca de la frontera con Argentina. Es un paisaje montañoso privilegiado. Uno de los mejores centros de esquí que por algunos días se transforma en una inmensa orquesta multinacional, con vista a la laguna del Inca. Aunque este año el encuentro se ha celebrado a distancia por la pandemia de la covid-19 –solo el equipo directivo está en terreno­–, el espíritu siguió siendo el mismo que en los dos años anteriores: una cincuentena de músicos en formación entre 18 y 30 años, sobre todo de Latinoamérica, becados para escuchar a los mejores y aprender a diario en las clases privadas de las estrellas de la música docta en el mundo.

Festivales musicales con objetivos formativos son comunes en Europa y Estados Unidos, pero no en Latinoamérica. Menos con una mirada integral y motivadora, donde la música se conjuga con clases de liderazgo, yoga o medicina. Es una iniciativa de la chilena Alejandra Urrutia (Concepción, 1975), directora de orquesta y desde 2016, la primera mujer en dirigir la Orquesta de Cámara del Teatro Municipal de Santiago, una de las principales del país sudamericano.

La violinista sabe de la influencia de la música clásica en los niños y jóvenes: desde 2007 y por nueve años dirigió la orquesta de Curanilahue, un pueblo a unos 600 kilómetros al sur de Santiago de Chile que antaño no era conocido sino por su tradición minera, sencillez y problemas sociales, como el desempleo y el alcoholismo. Pero en 1995, el visionario músico Américo Giusti fundó la orquesta juvenil que cambió definitivamente su identidad. Actualmente, luego de tres generaciones de la agrupación, a la localidad se le reconoce tanto en Chile como en el extranjero por transformarse en un motor de nuevos talentos, que le torcieron la mano de un entorno difícil.

“La música es un agente transformador de vidas y comunidades”, relata Urrutia, que motivada por esta experiencia intenta ahora acercar a los grandes de la música con los estudiantes de toda la región en el festival que arrancó el miércoles. “Siendo directora de la orquesta de Curanilahue ocurrió mi propia transformación, porque me di cuenta del poder de la música. En una ciudad con pocos recursos, gracias a la orquesta se produjo una profunda transformación humana”, recuerda la violinista que actualmente es directora asistente del húngaro Iván Fischer, con la Konzerthausorchester en Berlín y la Budapest Festival Orchestra.

En una región con tantas carencias y desigualdades como Latinoamérica, las orquestas juveniles han cambiado vidas de decenas de niños y jóvenes. Una de las experiencias famosas ha sido la de Venezuela, donde José Antonio Abreu fundó en 1975 una organización de escuelas públicas de música, El Sistema, que ha sido replicada en 40 países. Su embajador icónico es el director Gustavo Dudamel, que se formó con Abreu.

En el Festival Academia Internacional de Música Portillo, que tiene actividades gratuitas y en línea para público general, la colombiana María Paula Parias contó la experiencia de la Fundación Nacional Batuta de Colombia, que desde comienzos de los años 90 trabaja por la construcción de tejido social a través de la música con niños, niñas, adolescentes y jóvenes. En el encuentro virtual ¿Cómo la música clásica tiene un impacto de transformación social?, la presidenta de la fundación relató que, en determinados contextos sociales, el tiempo los niños no pasan en el colegio ni con sus padres “representa un alto riesgo”. Es cuando el centro musical y la práctica de un instrumento aparecen como un espacio de “de acogida y felicidad”. “El proyecto tiene una incidencia importante en la prevención de las violencias y de reclutamiento forzado por parte de grupos al margen de la ley”, relató la presidenta de la Fundación Nacional Batuta, que actualmente impulsa una campaña ciudadana para donar 18.000 flautas.

El poder de la música clásica en la transformación social queda en evidencia con decenas de ejemplos de jóvenes músicos latinoamericanos que han saltado desde orquestas humildes de la región a los grandes teatros. Estudiantes de Curanilahue, por ejemplo, han llegado a la Orquesta de las Américas o la Sinfónica de Berlín. Vidas transformadas, como las de Diego Campos, de 26 años, que comenzó a estudiar violín a los siete años con Urrutia en Curanilahue y hoy cursa un máster en Estados Unidos: “¿Música clásica en un campamento minero? Sonaba bastante extraño”, reflexiona el músico.

“La orquesta fue lo que marcó mi infancia y la de mis amigos. Toda mi niñez está relacionada con la música. La primera vez que conocí la capital fue gracias a la música y la primera vez que salí de Chile fue gracias a la música. Nos cambió la vida, porque nos permitió soñar”, cuenta el violinista Campos antes de abordar el avión que lo llevará de vuelta a Dallas, donde estudia hace seis años. Para Yarella Alvear, violinista de 24 años nacida en Curanilahue, “la orquesta llegó a una ciudad de mucha pobreza a brindarnos oportunidades”. Tanto ella como su hermana mayor hicieron de la música su vida, gracias al apoyo de sus padres y su maestra. Ahora, por lo tanto, intenta devolver de alguna forma lo que recibió de niña: enseña violín a pequeños músicos de Nacimiento, cerca de su pueblo natal.

Entre las principales figuras que han participado de esta tercera versión del festival que se realiza en cada enero en medio de Los Andes chilenos está la violinista Kim Kaloyanides (concertino asociada de la orquesta sinfónica de Detroit), el violinista Justin Bruns (concertino asociado de la orquesta sinfónica de Atlanta) o la chelista Katri Ervamaa (profesora en el Residencial College de la Universidad de Michigan). Este 2021, 52 jóvenes músicos de Latinoamérica han aprendido de ellos.

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