El último viaje de un soldado muerto en la guerra de las Malvinas
Natalia Menéndez dirige el estreno mundial de ‘El salto de Darwin’, una tragicomedia escrita por el dramaturgo Sergio Blanco
Aun acariciando en sus brazos la urna con las cenizas de su hijo muerto —“asesinado”, dice ella—, en la guerra de las Malvinas, cada noche la madre deja una luz encendida por si al apuesto y joven soldado le da por regresar. Lo había hecho así siempre. Y lo seguirá haciendo durante esos tres días en que la familia recorre en coche los 3.744 kilómetros para llegar a los glaciares del sur de Argentina y arrojar allí las cenizas del chico, tal y como él había pedido. La bombilla no se apaga. Tampoco la esp...
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Aun acariciando en sus brazos la urna con las cenizas de su hijo muerto —“asesinado”, dice ella—, en la guerra de las Malvinas, cada noche la madre deja una luz encendida por si al apuesto y joven soldado le da por regresar. Lo había hecho así siempre. Y lo seguirá haciendo durante esos tres días en que la familia recorre en coche los 3.744 kilómetros para llegar a los glaciares del sur de Argentina y arrojar allí las cenizas del chico, tal y como él había pedido. La bombilla no se apaga. Tampoco la esperanza o el dolor, los miedos, la locura o las risas en ese viaje tragicómico de duelo. Natalia Menéndez (Madrid, 1967) firma la dirección de su primer espectáculo como responsable del Teatro Español con El salto de Darwin, una fascinante y tierna road movie escrita por el dramaturgo francouruguayo, Sergio Blanco (Montevideo, 1971). El salto de Darwin se estrena a nivel mundial este viernes en las Naves del Matadero con un elenco formado por Jorge Usón, Goizalde Núñez, Juan Blanco, Cecilia Freire, Olalla Hernández y Teo Lucadamo. La función se representará hasta el 17 de enero.
La obra sumerge al espectador en un universo fascinante de campos de cereales, solitarios parajes y bellísimos paisajes heladores, a bordo de un destartalado automóvil que remolca una pequeña caravana, en el que los padres del soldado, su hermana y el novio de esta, inician un fin de semana de junio de 1982 un viaje por la Ruta Nacional Nº40, que recorre Argentina de norte a sur, mientras la radio va dando cuenta y falseando, en medio de soflamas patrióticas, las últimas batallas de la guerra de las Malvinas. En el camino se toparán con el amor del soldado, de nombre Kasandra, y aparecerá el espectro del fallecido que les acompañará con su guitarra y sus canciones. El salto de Darwin, que tenía previsto su estreno durante el Festival de Otoño y que la pandemia retrasó, es el segundo enamoramiento de Natalia Menéndez con la literatura de Sergio Blanco. El primero fue Tebas Land, la obra que dirigió en 2017, tras ocho temporadas al frente del Festival de Teatro Clásico de Almagro. La pieza era una inquietante tragedia. El salto de Darwin es, en palabras de Menéndez, una tragicomedia en la que se mezcla el humor, la crueldad y la poesía. “Sergio Blanco nos adentra no solo en la lamentable guerra política de las Malvinas, que enfrentó a Argentina y Reino Unido y que se convirtió en un conflicto entre Europa y Latinoamérica, sino en las batallas familiares y personales. El salto de Darwin es un grito en forma de caricia por la paz, por la educación cívica, por la idea que ya apuntó Darwin de la civilización. Esta función es una apuesta por la búsqueda de la empatía, por un mundo en el que nos ocupemos de los frágiles y los diferentes. Es un viaje transformador y sanador el que realiza esta familia, en el que van surgiendo todos los deseos, los monstruos y las apetencias de cada uno”, asegura la directora.
Por correo electrónico, desde Montevideo, Sergio Blanco asegura que con El salto de Darwin quería hablar del viaje, de esa necesidad que tenemos los seres humanos de desplazarnos. “El viaje es la necesidad de desencadenar un doble movimiento que me parece fascinante: el deseo de irse como Moisés, en busca de una tierra prometida, pero a su vez, el deseo de querer regresar siempre al lugar de partida como Ulises. Es una paradoja que en lo personal me habita desde pequeño como si en mí convivieran el judío errante y el griego navegante”, explica el dramaturgo, para quien esta familia que viaja con las cenizas de su hijo descubre que “el amor es una forma de vincularse extremadamente compleja en donde están mezclados aspectos hermosos y monstruosos”. “Finalmente el amor es tan inmenso y abismal como la muerte ¿no?”, añade Blanco, para quien lo importante no es el desplazamiento geográfico, sino el movimiento que se produce en el interior de los seres humanos, frágiles y vulnerables.
El humor no es un registro en el que Sergio Blanco se maneje en su escritura, tanto que confiesa que el mérito no es suyo sino de los personajes. “Si en esta obra hay humor es algo que me sobrepasa y que no depende de mí. Hay algo muy extraño que a veces sucede en la escritura: de golpe, hay un momento en que los personajes empiezan a hablar solos y uno ya no es más responsable. Los personajes empiezan a cobrar vida propia y se independizan de uno y entonces ya no es más uno quien los hace hablar, sino que son ellos quienes, con una autonomía total, me empiezan a hacer comprender cómo es que tienen que expresarse. Es algo extraordinario. En esta obra fueron ellos quienes me fueron exigiendo e imponiendo el humor”.
Punto clave en las teorías de Darwin
Tenía 11 años cuando la guerra dejó de ser sideral o astral, espectacularizada en grandes pantallas, como Star Wars, para entrar de lleno en las casas. La infancia de Sergio Blanco estuvo muy marcada, asegura, por la guerra de las Malavinas. “Eran nuestros vecinos argentinos quienes estaban librando las batallas”, dice por correo electrónico desde Montevideo el dramaturgo, que con 20 años se marchó a vivir a París. “Esa fue la primera vez que para mí la guerra cobró un cierto volumen y, por lo tanto, una cierta gravedad. Es por eso por lo que elegí esta guerra para El salto de Darwin, pero en el fondo también podría tratarse de Saigón, Kosovo, Kabul, Bagdad o Troya. Pero además de todas estas razones, también elegí las Malvinas porque estas islas fueron un punto clave en el famoso viaje que Charles Darwin (1809-1882) hace a mediados del siglo XIX. Unos meses antes de llegar a las Islas Malvinas, Darwin realiza una escala de varios días en Montevideo durante la cual recibe de Inglaterra el segundo volumen de Principles of Geology de Charles Lyell. En su viaje que lo llevará de Montevideo a las islas Malvinas, Darwin lee por primera vez la palabra evolución empleada en su sentido transformista. Y será justamente la lectura de ese texto junto a sus observaciones en los alrededores de Montevideo y en las Malvinas, la que lo conducirá hacia la idea de la evolución y la transmutación de las especies”.