Teodoro Sacristán, historia y ejemplo del amigo de los libros
Impulsó y consolidó la Feria del Libro de Madrid, que dirigió entre 2005 y 2016
Tú gritabas “¡Teo!” en cualquier sitio, en una librería, en la Feria del Libro de Madrid, en un acto cultural, en las calles por donde transitaba Teodoro Sacristán y se volvía una cara llena de regocijo, como alguien que acabara de reencontrarse con un amigo por ejemplo en lo alto del Kilimanjaro. Era una alegría delicada y minuciosa, como si por esa sonrisa no hubieran pasado carencias como apisonadoras sino una felicidad que él quiso compartir desde muchacho.
Ya ese contento de enco...
Tú gritabas “¡Teo!” en cualquier sitio, en una librería, en la Feria del Libro de Madrid, en un acto cultural, en las calles por donde transitaba Teodoro Sacristán y se volvía una cara llena de regocijo, como alguien que acabara de reencontrarse con un amigo por ejemplo en lo alto del Kilimanjaro. Era una alegría delicada y minuciosa, como si por esa sonrisa no hubieran pasado carencias como apisonadoras sino una felicidad que él quiso compartir desde muchacho.
Ya ese contento de encontrarse con él está en la memoria, porque Teo, que nació en Madrid en 1951, murió el domingo en la misma ciudad a cuyas calles acudía, para trabajar, para encontrarse, siempre con igual deseo de solidaridad y de sorpresa. Era el hombre tranquilo sonriendo. Hace más de 15 años puso en marcha un sueño, dirigir (con su amigo el librero Fernando Valverde, de Jarcha) la Feria del Libro de Madrid. Ese acontecimiento alcanzó para él un poder metafórico emocionante, porque hasta que llegó a los 26 años Teo no tuvo en las manos un libro propio.
Lo que leyó hasta entonces era lo que había en las estanterías de las escuelas o lo que sacaba de las bibliotecas. Hijo de una familia humilde, vivió en su alma lo peor de la historia de España. Nació en el barrio de Tetuán de las Victorias, su familia era de izquierdas y a su padre le conmutaron una pena de muerte que se transformó en 30 años de prisión en Burgos. Él le contó a este periodista, cuando lo hicieron director de la Feria del Libro en 2005, cargo que ocupo hasta 2016, que su madre encontró al que sería su padre mientras ella visitaba a otros reclusos. Al padre lo llamaban Emilio el Ferralla porque se dedicó a la construcción, por ejemplo, de la hoy sede del Ministerio de Defensa. “Cuando yo nací, aún vivíamos en casa de la cartilla de racionamiento, y la vida familiar estaba entonces marcada por la dificultad…, una odisea”, recordaba.
Esa apelación a la odisea era, en la entrevista, una alusión irónica a su propia historia como lector, porque de los primeros libros que agarró en las bibliotecas uno fue, precisamente, La odisea. Su madre, analfabeta, se sabía las letras y se las enseñó.
Cursó apenas el Bachillerato —”Trabajaba un día sí y otro no, y yo era el hijo único, había que trabajar”—. Se empleó en el CSIC, donde estuvo cerca de científicos como Miguel Artola, Manuel Pérez Ledesma, Jaume Llosa y Luis Alberto de Cuenca. Este le había dicho: “No hay ni izquierdas ni derechas en la cultura”. Y fue el propio poeta el que lo llevó a la Feria del Libro.
Ánimo y curiosidad
Para los que lo vieron trabajar, como su amigo Valverde, fue una persona “inolvidable”. “Nunca le faltó el ánimo ni la curiosidad para rodearse de las personas y las herramientas que le convirtieron en un hombre sabio”, señala. Sucedió en ese puesto a Antonio Albarrán, otro caballero del mundo de los libros, que falleció al principio de la presente pandemia.
Teo, dice Valverde, “logró consolidar en la feria el nivel intelectual y de calidad cultural que esta merecía, incorporando a las universidades de Madrid al evento, brindando a los alumnos de los institutos encuentros de alto nivel con los principales científicos e interesando a los mejores diseñadores e ilustradores para simbolizar el arte y la industria de los libros”. Añade Valverde: “La dignidad de la que siempre hizo gala la mantuvo hasta cuando ya sabía que estaba a punto de partir”.
Decirle adiós a Teo es recordar una emocionante historia que se parece a su decisión cotidiana de alegrar la vida a los que se lo encontraran siempre cerca de las personas y de los libros.