Romper la tradición para reinventarla
El pianista polaco Marcin Masecki es uno de los músicos más creativos y originales del jazz en Europa. Casi desconocido en España, actúa hoy en JazzMadrid tras su paso por Bilbao
Del avión a hacerse una PCR, y de ahí al teatro. No hay tiempo para pasar por el hotel o descansar un poco: hay que probar, cambiarse y salir a tocar. La música en directo en tiempos de la covid-19 está siempre al borde de la cancelación, de no llegar, de que el público esperado no pueda comparecer. El debut como solista en España del pianista polaco Marcin Masecki (Varsovia, 1982), en el peor año de la historia para la música en directo, fue así: con la agenda trastocada a cuenta de la cancelación de un vuelo y la tensión de cualquier artista que hoy se pone ante un público limitado por toque...
Del avión a hacerse una PCR, y de ahí al teatro. No hay tiempo para pasar por el hotel o descansar un poco: hay que probar, cambiarse y salir a tocar. La música en directo en tiempos de la covid-19 está siempre al borde de la cancelación, de no llegar, de que el público esperado no pueda comparecer. El debut como solista en España del pianista polaco Marcin Masecki (Varsovia, 1982), en el peor año de la historia para la música en directo, fue así: con la agenda trastocada a cuenta de la cancelación de un vuelo y la tensión de cualquier artista que hoy se pone ante un público limitado por toques de queda, confinamientos perimetrales y otras restricciones.
Originalmente, Masecki iba a tocar una única fecha en Bilbao el pasado mayo, de mano del promotor Juan Feijóo y su proyecto Konpartitu, pero la pandemia lo impidió. Meses después surgió la posibilidad de tocar en JazzMadrid y el plan resucitó por duplicado, llevando al Teatro Campos de Bilbao anoche, y esta tarde al Fernán Gómez de Madrid la música de uno de los más excitantes pianistas del mundo: iconoclasta, personal, arrollador… y muy poco conocido fuera de su país. Masecki nunca se ha esforzado particularmente en conquistar el ámbito internacional, y la música que hace, con su personalísimo enfoque, no está llamada a traspasar fronteras masivamente. Pero todo en él es genio y efervescencia: no importa que interprete a Bach, Chopin, música improvisada, jazz tradicional o canciones polacas de los años 20, todo ello queda subyugado a la enorme identidad de Masecki, que arrastra a cualquier repertorio a su caleidoscópico universo musical.
Algunos lo llaman vanguardia, pero lo único verdaderamente vanguardista de su música es precisamente esa identidad, la mano de Masecki en todo lo que toca: “Fui criado en dos entornos, uno de jazz e improvisación y otro de música clásica; las dos tradiciones, desde muy pequeño, eran muy naturales para mí, y todos los elementos de mi música ya existían hace cien años; en el fondo es una mezcla de clásica y de jazz tradicional, no es tan experimental”, explicaba el pianista anoche tras su concierto en Bilbao. “La fusión de diferentes géneros quizá sí es más personal, porque hay una barrera muy grande entre el mundo de la improvisación y el mundo de la clásica pero, para mí, establecer un puente para mezclarlas es lo más natural del mundo; ahí es donde entra mi visión”.
Esa visión se ha extendido a lo largo de proyectos e ideas muy diferentes, desarrolladas a lo largo de toda su carrera, y casi siempre desde una posición inconformista y desafiante: Masecki grabó El arte de la fuga de Bach en la cocina de su casa con un magnetófono, retorció a Scarlatti a golpe de improvisación, grabó las últimas sonatas de Beethoven con unos auriculares especiales para limitar su audición en busca de experimentar la sordera del compositor, resucitó su pasión por James P. Johnson y llevó el ragtime al siglo XXI, participó en la banda sonora de la película Cold War, compuso una sinfonía para piano y la orquesta de metales de bomberos voluntarios de Słupca, y grabó Nocturnos de Chopin con su instrumento más preciado, un pequeño piano de pared de seis octavas que compró por 400 euros y que sería una pesadilla para cualquier intérprete clásico. Todo esto, que puede sonar a extravagancia, sirve para retratar parte del genio de Masecki, que ha hecho brillar cada uno de esos proyectos al margen de cualquier consideración que no sea musical: su creatividad y originalidad se imponen, revelando a un músico fuera de lo común.
Entre sus principales herramientas, por un lado, la ruptura con cánones acústicos en busca de un sonido personal: “en el mundo de la música clásica la grabación tiene que ser siempre neutral, como para que el oyente cierre los ojos y se sienta en el Carnegie Hall. ¿Por qué? En todos los otros géneros no es así, se utiliza la grabación como una herramienta artística”; por otro, su pasión por la deconstrucción: “me siento discípulo de esta línea alemana que viene de Bach o Beethoven, que hacía precisamente esto: sus sinfonías están basadas en motivos cortos, y él trabaja sobre esos motivos, construyendo una narración con ellos y el tiempo. Es un concepto bastante clásico: mostrar algo, cortarlo, hacer un frankenstein y mostrarlo de nuevo”. Masecki aplica este acercamiento tanto a sus interpretaciones de clásica, tan personales, como a sus exploraciones en el jazz, alcanzando un equilibrio asombroso entre el intérprete carismático y el improvisador inagotable.
Cuando toca solo, como en estos conciertos en España, es cuando florece el máximo esplendor de Masecki, gracias a la libertad de su uso con el tiempo en cada pieza que interpreta. Su repertorio más reciente, basado en adaptaciones de canciones clásicas del jazz polaco en los años 20 y 30, empapadas de influencias latinas y judías, es arrastrado por la interpretación viva y cambiante del pianista, en la que la música obedece a esa identidad tan característica. “Pero también está basado en tradiciones antiguas. Por ejemplo, de Chopin dicen que, en ocasiones, cuando tocaba mantenía con la mano izquierda un acompañamiento regular y la derecha iba agógica, a veces más rápido, a veces más lento, jugando con dos tiempos a la misma vez. Yo también busco esas irregularidades del tiempo, pero es algo que está en la historia. O la música folk, también, en la que no existe ese tempo rígido: se animan y tocan más rápido, después bajan, y todo es muy natural”.
La referencia a la música folk nos lleva a Thelonious Monk, un claro antecedente ideológico de Masecki, y a lo que contaba Bob Dylan del día que lo conoció, en los años 60: Dylan se presentó como un cantante folk y Monk le respondió “todos somos cantantes folk”. Marcin Masecki, con su piano y su música, siempre entre la tradición y lo inesperado, lo es también. Y hoy en día hay muy pocos músicos con un discurso tan apasionante y original como él.