El museo del futuro para tiempos escrupulosos
Antes de la pandemia, la colección Feuerle proponía en Berlín el arte lento y distanciado. Hoy es un éxito
El teléfono móvil se queda fuera. El ruido de la calle, ya lejano tras las paredes del búnker de la era nazi. La sala, totalmente oscura. Suena música de John Cage. Pasados unos minutos, la vista se acostumbra a la oscuridad y los sentidos se activan hasta ser capaces de distinguir sensaciones atmosféricas antes imperceptibles. Es cuando arranca la visita a la colección Feuerle, que se ha convertido en símbolo del arte lento, que huye de las masas y que se reivindica ahora a la fuerza por la pandemia...
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El teléfono móvil se queda fuera. El ruido de la calle, ya lejano tras las paredes del búnker de la era nazi. La sala, totalmente oscura. Suena música de John Cage. Pasados unos minutos, la vista se acostumbra a la oscuridad y los sentidos se activan hasta ser capaces de distinguir sensaciones atmosféricas antes imperceptibles. Es cuando arranca la visita a la colección Feuerle, que se ha convertido en símbolo del arte lento, que huye de las masas y que se reivindica ahora a la fuerza por la pandemia.
Abrió en 2016 pero, sin saberlo, nació convertido en una suerte de museo del futuro: un aforo muy reducido desde sus inicios y una lujosa distancia física entre el público, propia de tiempos coronavíricos. Por eso, cuando el Gobierno regional de la capital alemana preguntó tras la primera ola de la pandemia qué museos estarían listos para cumplir las nuevas reglas de higiene, en la colección Feuerle levantaron la mano. “No tuvimos casi ni que adecuarlo”, asegura la barcelonesa Sara Puig, cofundadora del espacio.
El lugar lo permite. Este antiguo búnker de la Segunda Guerra Mundial es un espacio gigantesco, de 7.350 metros cuadrados, que el arquitecto minimalista británico John Pawson dejó diáfano. La luz es tenue y no hay nada en la estructura de hormigón visto que distraiga al visitante. Apenas las obras, pocas, muy separadas las unas de las otras y bien iluminadas. Al fondo, una gran terma llena de agua, que se pierde en el horizonte y se confunde con el reflejo del vidrio.
Los de la exposición permanente son objetos procedentes de Camboya y de la China imperial. Se puede ver el mobiliario que regalaban a los emperadores y que son obras de arte que se tardaba años en crear. Hay piezas de las dinastías Qing y Han. Una gran mesa sobre la que se desplegaban dibujos chinos, camas de día para el descanso diurno, un aparador, diminutas estatuas de diosas camboyanas de una fineza asombrosa... Las antigüedades se yuxtaponen con objetos contemporáneos, con la idea de difuminar el tiempo y las categorías, para dar prioridad a la experiencia artística. Cristina Iglesias o Anish Kapoor firman algunas de las obras contemporáneas. Ni rastro de paneles explicativos, que puedan restar intensidad al encuentro con la obra y el lugar. Una noche antes de que Alemania decretara el cierre por un mes de los museos, Désiré Feuerle pasea por su colección privada con la parsimonia que predica. “Mi pasión siempre ha sido el arte asiático”, explica. “Trato de instalarlo en un contexto contemporáneo”, dice en voz baja el coleccionista. “Lo importante es crear un sentimiento de que entras en un lugar único, de que la atmósfera te seduzca”. Ahondar en la idea de cómo mirar, pero sobre todo, de cómo sentir el arte.
Feuerle cree que estamos perdiendo la intuición a golpe de una sobreestimulación que acaba por anestesiar y de ahí la importancia de reaprender a percibir. Algo parecido sostenía la artista Susan Moore, en defensa del llamado slow art (arte lento) durante una charla TED. “Los museos se han convertido en víctimas de su propio éxito. La experiencia de las exposiciones blockbuster es una experiencia miserable”, sostenía en alusión a las aglomeraciones en las salas de los museos. Su tesis se ha convertido meses más tarde en la norma, a la fuerza de una pandemia, que obliga a la distancia social y al menor número de contactos posible.
La atmósfera del museo es especialmente intensa en la llamada sala del incienso, una zona prácticamente desnuda, con apenas una mesa y en penumbra. Hay que quitarse los zapatos para entrar. Se corta incienso fresco de extraordinaria calidad y se quema después, en un ritual milenario que dura cerca de una hora. El maestro de ceremonias transporta el aroma con una delicada pluma. En el museo ofrecen también sesiones de meditación, donde la gente viene con su esterilla y hace sus respiraciones rodeada de piezas de arte. Hay además, “baños de gong”, en los que los asistentes se tumban en medio de la sala en busca del silencio interior.
Por eso, dentro de estos gruesos muros de hormigón, da la impresión de que las obras de arte son casi una excusa, que se trata más bien de un museo de lo invisible, donde la experiencia artística tiene que ver con la aprehensión de una atmósfera capaz de limpiar la mente, aunque sea por un rato.
Lluvia de millones para la cultura en Alemania
Una ventana emerge de forma automática en la página web de la colección Feuerle y anuncia que la galería permanecerá cerrada durante el mes de noviembre. La vida cultural bajó el telón en Alemania a principios de mes, en un nuevo intento del Gobierno por frenar al virus. Museos, salas y cines deben cerrar durante al menos 30 días a pesar de la costosa adaptación a la pandemia a la que se han visto obligados. El cierre ha venido acompañado de un abanico de ayudas financieras para la cultura. Esta semana, Berlín pactó una nueva ayuda, esta vez para autónomos, también del sector artístico, que recibirán un pago de hasta 5.000 euros. Se suman a los 10.000 millones en ayudas, anunciados a finales de octubre, para compensar a las empresas por las pérdidas de noviembre.