El nuevo Museo Naval destaca “con orgullo” las victorias y minimiza “sin complejos” las derrotas
Tras dos años de reformas, la institución reabre el viernes su sede en Madrid con un discurso revisado y un “enfoque más didáctico”
Tanto el director del Museo Naval, el vicealmirante Marcial Gamboa, como el director del Instituto de Historia y Cultura Naval, el almirante Juan Rodríguez Garat, coincidieron este miércoles en sus palabras durante la presentación de las obras de reforma del céntrico edificio expositivo militar del paseo del Prado, que se inaugu...
Tanto el director del Museo Naval, el vicealmirante Marcial Gamboa, como el director del Instituto de Historia y Cultura Naval, el almirante Juan Rodríguez Garat, coincidieron este miércoles en sus palabras durante la presentación de las obras de reforma del céntrico edificio expositivo militar del paseo del Prado, que se inaugura el próximo viernes: “Un museo sin complejos a la hora de revisar el discurso”. Porque, tras dos años de trabajo y 1,6 millones de inversión (839.000 de ellos para el acceso principal que representa las cuadernas de una nao o de un galeón), el museo “no pide perdón”, lo que se plasma en que se ensalzan más las victorias —como en casi todos los museos militares del mundo, por cierto— y se minimizan las derrotas.
Y eso a la postre ha provocado la polémica, porque el académico Arturo Pérez-Reverte ha denunciado en las redes la desaparición de una obra pictórica que se exponía desde 2014: el cuadro El último combate del Glorioso, de Augusto Ferrer-Dalmau, ha sido trasladado a un despacho del Ministerio de Defensa. ¿La razón? Relataba una derrota: su comandante, Pedro Mesía de la Cerda, se rindió tras presentar batalla a seis fragatas inglesas a la vez en 1747. Aproximadamente 250 cañones contra 70 y después, además, de haber completado su misión de desembarcar las riquezas que transportaba desde América en Galicia. Una derrota un poco sui generis.
El almirante Rodríguez Garat, ante las preguntas de los periodistas, tuvo que responder: “No somos un museo de arte, sino uno que cuenta una historia sin complejos. Respetamos a los seguidores de Dalmau, pero discrepamos”. Y añadió que de los cinco últimos enfrentamientos del Glorioso, solo perdió el último —el que pintó Dalmau— y, además, arrió la bandera, “lo que no hicieron otros muchos”, por lo que, al final, el museo prefiere exponer otra pintura del mismo barco, pero hundiendo uno inglés. “No creo que su comandante hubiese querido que le recordasen así [derrotado]”, atajó el marino.
“Hemos decidido revisar el discurso, buscar un enfoque más didáctico. Vamos a contar nuestra historia”, añadió el vicealmirante Marcial Gamboa, una historia naval de 800 años “al servicio de España”, que abarca desde las flotas castellanas y aragonesas del siglo XIII hasta la actualidad. “Es cierto que hubo un Trafalgar, pero también dos Contraarmadas [ataques británicos fallidos contra España que acabaron con la práctica destrucción de sus flotas], una Rochelle [48 galeras inglesas contra ninguna castellana en 1372], "una nación que mantuvo un imperio durante siglos…”, insistió Rodríguez Garat.
La nueva exposición dividida en siete itinerarios posibles (Ocho siglos de historia, Marinos ilustres, La evolución de la Armada…) muestra unas 3.000 piezas, frente a las 3.500 que ofrecía antes de la reforma. Y sigue manteniendo la espectacular carta de Juan de la Cosa, un documento que elaboró el cartógrafo para los Reyes Católicos — que lo calificaron como secreto— y que muestra por primera vez en la historia el perfil de América.
Luego, el museo se convierte en un trayecto por el devenir de España a través de los mares “sin pedir disculpas”, en palabras de Gamboa. “Una historia equilibrada de victorias y derrotas. Había una tendencia a hablar de la Armada como institución ineficaz. Faltaban los cuadros de las victorias” y 1.200 cartelas que las señalasen. En una de ellas se lee que el Infante don Pelayo fue al rescate de la Santísima Trinidad, el mayor barco de la época, “librándole de la captura”, aunque no se menciona que poco después fue hundido en la batalla de Trafalgar (1805). En cambio sí lo hace con el galeón mercante San Diego, mandado al fondo por los holandeses en 1600 en Filipinas, si bien se deja claro a renglón seguido que Antonio de Oquendo “derrotó a una poderosa escuadra holandesa” unos años después. Ojo por ojo. Sorprende la selección de objetos recuperados del San Diego, incluido su estandarte, que se puede admirar a través de un gran espejo.
Por tanto, se trata de un museo militar donde el orgullo cubre todas sus vitrinas — se hace albacea de las gestas de Roger de Lauria, de Cristóbal Colón, de Blas de Lezo, del almirante Cervera y Topete o de los marinos de las dos armadas en la Guerra Civil — y donde el visitante termina preguntándose cómo perdimos todo con tantas victorias. Lo mismo que en el resto de los museos militares del mundo. Marinos orgullosos y sin complejos.