La maga del bambú

La japonesa Minako Wada lleva una década como restauradora de papel en el Prado, donde introdujo una milenaria técnica de limpieza

Minako Wada, el viernes, en su estudio en el Prado.INMA FLORES

En la repisa situada junto a su mesa, Minako Wada (Tokio, 50 años) guarda dos pócimas esenciales para su trabajo. Son dos tarros de cristal con restos de cenizas de hojas de bambú y de roble, un polvo que ya los romanos usaban para blanquear y desinfectar la ropa. Wada fue ...

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En la repisa situada junto a su mesa, Minako Wada (Tokio, 50 años) guarda dos pócimas esenciales para su trabajo. Son dos tarros de cristal con restos de cenizas de hojas de bambú y de roble, un polvo que ya los romanos usaban para blanquear y desinfectar la ropa. Wada fue la primera profesional en utilizar esas cenizas para limpiar obras sobre papel en el Museo del Prado, donde trabaja como restauradora desde hace una década.

La especialista ocupa un estudio situado en la primera planta del museo, frente a las puertas esculpidas por Cristina Iglesias. Junto a María Eugenia Sicilia, tiene la misión de velar por el estado de conservación de las más de 30.000 piezas (papel, grabados y fotografías) que se guardan en el gabinete de dibujos del edificio de los Jerónimos. Wada forma parte de un equipo con una veintena de expertos capitaneados por José Manuel Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas.

Ataviada con una bata negra para evitar reflejos en la observación de las obras y protegida con una mascarilla blanca, cuenta que la suya no es la clásica historia del visitante japonés que viene al Prado y pone todo su empeño en trabajar en el museo de sus sueños. “Vine a Madrid en 1994 como empleada de una empresa japonesa con múltiples intereses en España. Yo había estudiado filología hispánica y, en un momento dado, decidí dejar la compañía para matricularme en la Escuela de Conservación y Restauración. Obtuve una beca y me enteré de que convocaban un concurso de restauradores en el Prado. Me presenté y aquí sigo”.

Parca en palabras, le cuesta explicar qué es lo que más le apasiona de su trabajo. Después de darle vueltas, afirma que lo más especial es “poder tocar la obra que ha salido de las manos de Goya, Rubens o Velázquez. No hay nada comparable”.

Su misión consiste en revisar, diagnosticar y reparar las piezas en mal estado. “Somos dos personas dedicadas exclusivamente a ello. Lo más importante es hacer un diagnóstico a tiempo, lo mismo que ocurre con la salud de las personas. Si detectas antes una enfermedad, puedes intervenir con éxito. En caso contrario, es complicado”.

Sin efectos del virus

Los mayores enemigos de la delicada obra sobre papel son, en su opinión, las manos y el paso del tiempo. Descarta cualquier efecto del coronavirus sobre el papel. “Cuando cerramos el museo después del estado de alarma, teníamos muchas dudas y miedo sobre su efecto sobre las obras. Se ha demostrado que no afecta. La Biblioteca Nacional ha hecho un exhaustivo estudio que así lo certifica”.

La última exposición de gran formato de dibujo fue la dedicada a Goya, con más de 300 obras. Planteada como colofón del bicentenario del museo, se clausuró a mediados de febrero. “No se produjeron daños ni por la exposición ni por el virus. Todo volvió a su lugar en perfecto estado”, asegura la restauradora. Goya es, precisamente, la mayor ocupación que tienen entre manos en el taller, debido a que el museo está catalogando toda su obra, tanto la propia como la existente en otras instituciones públicas o privadas. “Hacemos una conservación preventiva con todo lo que nos llega. Se revisa uno por uno y se da un diagnóstico. El cuidado siempre es personalizado”.


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