A la zarzuela le sienta bien el riesgo

En ese rosario de desdichas en que se ha convertido la cultura en tiempos de pandemia, la inauguración de la temporada en el Teatro de la Zarzuela era otra prueba más de las muchas que acaecen en tan atribulado sector. La emergencia, para empezar, partía en dos un ambicioso programa doble, La tempranica y La vida breve. La simbiosis granadina que se pretendía ha tenido que desglosarse en días consecutivos. No es lo peor que podía ocurrir, pero es una pena. Y no es todo, el teatro mismo, el venerable coso de la calle...

En ese rosario de desdichas en que se ha convertido la cultura en tiempos de pandemia, la inauguración de la temporada en el Teatro de la Zarzuela era otra prueba más de las muchas que acaecen en tan atribulado sector. La emergencia, para empezar, partía en dos un ambicioso programa doble, La tempranica y La vida breve. La simbiosis granadina que se pretendía ha tenido que desglosarse en días consecutivos. No es lo peor que podía ocurrir, pero es una pena. Y no es todo, el teatro mismo, el venerable coso de la calle Jovellanos plantea no pocas dificultades para una gestión sanitaria como corresponde. Todo es estrecho: pasillos, camerinos, foso, ambigú. De ahí el desdoblamiento del programa, pero más delicado ha sido reducir unas partituras que piden más de noventa músicos hasta los veintitantos. Otro tanto, sucedía para el coro, jibarizado hasta los 16 cantantes, añadamos mascarillas en muchos momentos.

¿Y cuál ha sido el resultado de todo esto? Una extraña sensación de equilibrio y serenidad que fluía desde la sala en las dos jornadas inaugurales hasta el escenario y hasta, incluso, el desarrollo de las dos obras. ¿Explicación? No se me ocurre otra que la de que la zarzuela convive desde siempre con la provisionalidad, el riesgo y la precariedad. Que se adapta a todo ello como una segunda piel. Se percibe que es un público que profesa una empatía con el género y que sabe de sus quebrantos, y no arriesgo mucho diciendo que esta reapertura va a ser un éxito a poco que las cosas no se agraven.

Naturalmente, no hay éxito sin buen espectáculo, y este Granada lo es.

Giancarlo del Monaco ha teñido la escena de un rojo lúgubre, común a las dos piezas. Ya venía así de la producción de La vida breve que Del Monaco hizo en Valencia, y lo ha incorporado como elemento de cohesión en La tempranica.

La primera de las dos piezas, la inmortal zarzuela de Gerónimo Giménez, está bastante “tuneada”, se la despieza para que quepa un soliloquio entre un maduro Giménez y un joven Falla que se interpelan sobre la admiración del gaditano por la triste historia amorosa de la adolescente gitana. Excelentes Jesús Castejón y Carlos Hipólito. Con un diálogo entreverado y realizado por Alberto Conejero, se inicia una relación que comienza de aquella manera, pero que coge forma; va de la obviedad hasta una cierta trascendencia cuando se sugiere que de lo que se habla es del destino de la ópera o zarzuela nacional, dentro de una crisis de la que solo se sale por los Pirineos. Y queda la música. La tempranica es, fundamentalmente, María, y esta producción es fundamentalmente Nancy Fabiola Herrera, equilibrada en lo vocal, apasionada en lo escénico, madura y agitada a la vez, Herrera señala el punto álgido de esta propuesta. A ello se añade la espléndida prestación de Gómez Martínez desde la reducida orquesta y unos secundarios eficaces, y tenemos una Tempranica curiosa y discutible en la dramaturgia y excelsa en lo musical; los que escuchen y vean a Nancy Fabiola Herrera no lo olvidarán.

Pero el plato fuerte de este programa doble granadino es, sin duda, La vida breve. Aquí se acaban las dudas, es una ópera de factura magistral de la primera a la última nota. Y la producción tiene dos pilares fundamentales, primero lo musical. Gómez Martínez asume la reducción orquestal y consigue combinar la fuerza de la orquesta grande y la filigrana de un grupo reducido, todo dirigido con maestría incuestionable. En cuanto a la puesta en escena de Del Monaco, acierta al situar a la protagonista en un espacio claustrofóbico que indica hasta punto todo es una tremenda neurosis de Salud. Solo así se explica el aberrante comportamiento de su abyecto amante. Y esa caída a los infiernos de la mente la traslada Ainhoa Arteta con solvencia vocal y teatralidad de alta intensidad. Pero es que, además, apenas hay resquicios en la producción, el cuerpo de baile es formidable, el coro, algo desvaído en la distancia, canta con buena atmósfera, muy apreciable el gitano y, en general, todos brillan a gran altura. Ver este programa en dos días diferentes tiene algunas ventajas, pero pierde la potencia de la comparación entre estas dos joyas granadinas. Es lo que hay y se disfruta una inauguración de temporada por todo lo grande.