La música hace sonar su protesta en la calle
El movimiento Alerta Roja, que engloba 90 asociaciones, se moviliza en 28 ciudades de España en defensa de los trabajadores del sector y para pedir medidas urgentes al Ministerio de Cultura
Parece un funeral o una procesión. Todos van de negro y arrastran una flightcase, la caja donde los del gremio guardan sus bártulos. Lo único es que no hay silencio: aporrean el instrumento y gritan “¡somos cultura, queremos trabajar!”. Las movilizaciones, convocadas por Alerta Roja, un movimiento de unificación sectorial de la industria del espectáculo y los eventos —que engloba más de 90 asociaciones—, se han celebrado en 28 ciudades españolas, de Madrid a Valencia, de Ma...
Parece un funeral o una procesión. Todos van de negro y arrastran una flightcase, la caja donde los del gremio guardan sus bártulos. Lo único es que no hay silencio: aporrean el instrumento y gritan “¡somos cultura, queremos trabajar!”. Las movilizaciones, convocadas por Alerta Roja, un movimiento de unificación sectorial de la industria del espectáculo y los eventos —que engloba más de 90 asociaciones—, se han celebrado en 28 ciudades españolas, de Madrid a Valencia, de Mallorca a Zaragoza. Los afectados han elaborado un manifiesto con 14 puntos e Iván Espada, portavoz de Alerta Roja y técnico y diseñador de iluminación, señala que todos son igual de importantes. Piden medidas urgentes y dan prioridad a que les regulen con la negociación de un convenio colectivo sectorial de ámbito nacional.
El coronavirus, la intermitencia y la inestabilidad azotan a los músicos, que se han juntado en la calle en una protesta sin apenas precedentes para el sector. El aforo de las convocatorias era de 600 participantes y los organizadores sostienen que se ha llenado en todas las ciudades. Aun así, varias personas han acompañado bajo la lluvia de Madrid a los manifestantes que arrastraban las cajas como si fuera una penitencia. También les servía para medir la distancia de seguridad.
Centenares de cajas han discurrido también por el centro de Valencia empujadas por técnicos, músicos, productores, artistas de circo, trabajadores de un mercado medieval o actores. Y detrás de esta ruidosa comitiva, perfectamente alineada para mantener la distancia de la covid-19, otros centenares de profesionales de la cultura han cerrado la manifestación convocada para visibilizar su dramática situación por culpa de la pandemia y de las medidas que les impiden trabajar.
“Desde marzo no trabajamos y no se nos da ninguna salida. Nos cancelan los contratos, pero tenemos que seguir pagando los costes de la empresa”, comenta en Valencia Quino, pianista y agente comercial. Lourdes se gana la vida en los mercados medievales ambulantes, que van de pueblo en pueblo. Desde la declaración del estado de alarma, no están permitidos. “Sin embargo, los mercadillos semanales de las ciudades sí que funcionan, ¿por qué nosotros, no, si podemos guardar las mismas medidas de seguridad, con el mismo aforo?”, se pregunta la joven junto a su flightcase.
Encima de la tapa de otra caja con ruedas se ha acomodado el perro de Sheyla, trapecista del circo Wonderland. “Estoy aquí para manifestarme a favor de la cultura”, explica. “No hemos recibido de momento ninguna ayuda”, añade la componente de la troupe del circo que paró su reloj en Cullera en el estado de alarma y allí se quedó.
En Bilbao, para acompañar las protestas, una luz roja iluminó durante todo el día el Soñar, un edificio emblemático ubicado en el muelle de Olabeaga. Esta construcción, decorada con un mural del artista local SpY urban art, alberga las oficinas de Last Tour, promotor de cientos de eventos musicales. La intervención es iniciativa de 24 empresas del sector del Espectáculo y los Eventos de Euskadi.
En Barcelona, la protesta se ha desarrollado en el paseo de María Cristina, entre la plaza de España y las fuentes de Montjuïc. También aquí se han utilizado las cajas de equipos de sonido y luces como elemento escenográfico en el acto reivindicativo. En todo momento se han mantenido las distancias de seguridad y los participantes, 560 personas han portado mascarillas. Unas proyecciones en las torres venecianas de la plaza mostraban el anagrama del movimiento Alerta Roja. La situación del sector en la ciudad es crítica y se especula ya con el cierre definitivo de algunas de las salas de más renombre.
Los profesionales y las empresas culturales representan el 3,8% del PIB español y del sector dependen 700.000 puestos de trabajo. La cantante Annie B Sweet (Málaga, 33 años) resaltaba, días antes de la movilización, su importancia: “La música está llena de heridas y no se merece estar tan hecha polvo. Hay que curarla”.
Para que esas cicatrices sanen, los trabajadores agrupados en Alerta Roja quieren una reunión de manera “trasversal y simultánea”. Esa es la razón por la que rechazaron reunirse con el ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, y mantuvieron la fecha de movilizaciones. Quieren que participen también los departamentos de Trabajo, Industria, Turismo, Asuntos Económicos y Hacienda. En la manifestación de Madrid, el músico Toni Zenet (Málaga, 53 años) se mostraba crítico con Uribes: “Ha sido inexistente”. Y muchos participantes compartían su frustración. “No se le ve, donde está el ministro”, gritaban.
Alfredo Arias (45 años) lleva 20 fotografiando conciertos y también se sumó a la protesta en Madrid: “No hay trabajo, no hay dinero, no hay nadie al timón. Está hundido”. Y Marcela San Martín, programadora de conciertos de 52 años que desde hace varios meses se encuentra en el paro, aseguraba: “Hay gente que no se ha podido acoger a ningún tipo de ayuda porque sus trabajos eran muy intermitentes. Son mínimas, para poder comer y sobrevivir”.
Las demandas de los trabajadores del sector ya están teniendo consecuencias. Rodríguez Uribes ha mantenido esta mañana una reunión con los consejeros de Cultura de las Comunidades Autónomas y la FEMP en la que les ha pedido que se planteen reconocer las salas de conciertos como lugares de cultura y no de ocio nocturno. “Las salas de música en vivo son equiparables a teatros y cines como espacios de cultura”, ha especificado el ministro. Aunque a Espada, portavoz de Alerta Roja, le parece insuficiente: “Si se abren a un 50% seguimos en las mismas. Se requiere que se activen las agendas culturales y locales, alegando precaución”.
Los organizadores sostienen que se están siguiendo “las máximas medidas higiénico-sanitarias”. La incidencia y el impacto que buscan es cualitativo y no cuantitativo. “Por lo tanto, no se va a hacer un llamamiento a la asistencia masiva”. La participación está controladas y limitada: los participantes se tuvieron que registrar para obtener un ticket como medida de prevención frente al riesgo de contagio de la covid-19.
Annie B. Sweet reconoce que la situación le afecta económica y sentimentalmente. “Hay que ser consciente de lo que la cultura significa y es para un país". Siente tristeza y nervios por querer demostrar que las cosas no deberían ser así. El músico Kiko Veneno (Figueras, 68 años) comparte la sensación: “A veces no nos damos cuenta de la importancia de la cultura en España". Admite que ve un porvenir por delante muy incierto. "Estamos muy desnudos”, añade.
Y Jorge Martínez (Avilés, 65 años), de Ilegales, reafirmaba hoy jueves en Madrid los daños para la cultura. Cree que tiene heridas y rasguños de todos los colores. Y que se curan luchando. “Que se luzcan nuestras armas aunque estemos rodeados de cascos enemigos”. Señala que , a pesar de la distancia de seguridad, existe unidad. Y expresa un deseo que muchos en el sector comparten: “Ojalá sea el germen de algo”.