Crítica

Sílvia Pérez Cruz, bálsamo para el alma

Con Marco Mezquida al piano, la cantante ofrece un recital superlativo en Jazzaldia

Sílvia Pérez Cruz y Marco Mezquida.lolo vasco

Era el verano de las mascarillas, de los geles hidroalcohólicos, de las miradas inquietas ante el sonido de una leve tos. El verano de las butacas precintadas, de las sillas separadas, de no saber qué va a pasar. La música en directo volvía tímidamente y era emocionante, porque en algún momento muchos pensaron que, tal vez, la habíamos perdido para siempre. En algunos conciertos la emoción es moneda de cambio, y en este verano de sensaciones encontradas, la voz de Sílvia Pérez Cruz fue todo lo que uno podría necesitar p...

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Era el verano de las mascarillas, de los geles hidroalcohólicos, de las miradas inquietas ante el sonido de una leve tos. El verano de las butacas precintadas, de las sillas separadas, de no saber qué va a pasar. La música en directo volvía tímidamente y era emocionante, porque en algún momento muchos pensaron que, tal vez, la habíamos perdido para siempre. En algunos conciertos la emoción es moneda de cambio, y en este verano de sensaciones encontradas, la voz de Sílvia Pérez Cruz fue todo lo que uno podría necesitar para olvidarse de todo.

Quizá la nueva medida para poder considerar superlativo a un concierto sea esa: que haga que uno se olvide de que lleva esa mascarilla que tantas connotaciones alberga. Con las 950 butacas del aforo reducido del Kursaal de San Sebastián, donde se celebra el Jazzaldia, agotadas desde hace semanas, la cantante y uno de sus más estrechos colaboradores en los últimos tiempos, el pianista Marco Mezquida, ofrecieron ayer un recital sobrecogedor en el que establecieron una conexión fuera de lo común con el público.

Para la vocalista era también un momento especial: cantaba en directo por primera vez desde principios de año y su emoción era evidente, lo que amplificó el efecto de la música. Pérez Cruz es una cantante pura, interpreta con expresividad, pero sin la autoindulgencia de la que pecan otros artistas. Su voz, como su variadísimo repertorio, apela a la tierra y a la memoria, y se crece en la desnudez de la propuesta, “con todas nuestras debilidades y nuestras fuerzas”, como dijo en Donostia. No necesita mucho más que las canciones, el piano envolviéndolas, un sobrio y exquisito sentido escénico, y la sinceridad que transmite su interpretación vocal, sea en el idioma que sea: español, portugués, inglés, japonés o, por supuesto, euskera. En uno de los momentos más emocionantes del recital, hicieron desembocar Cucurrucucú paloma en el clásico Txoria Txori de Mikel Laboa, que el público secundó, conmovido, cantando espontáneamente la melodía hasta el final.

No hay que olvidar la importancia capital de Mezquida en este dúo. El menorquín es un auténtico portento, y su conexión musical con la cantante va mucho más allá de la de un simple acompañante. Este es un proyecto común, en el que voz y piano dialogan, se dejan llevar el uno por el otro, contando las historias de las canciones y generando música que, en directo, es un auténtico bálsamo para el alma.

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