Fiona Apple: es complicado hacer un disco mejor

La neoyorquina regresa después de ocho años con una obra rotunda, ‘Fetch the Bolt Cutters’, que recibe un nueve sobre diez

Fiona Apple actuando en Nueva York en agosto de 2015.Jack Vartoogian (Getty Images)

En 1997, Fiona Apple ganó el premio al mejor nuevo artista en los MTV Video Music Awards. Tenía 20 años. Subió al escenario, anunció que no se había preparado nada, que no iba a dar las gracias a quienes se suponía que debía y anunció que este mundo es una mierda. Luego le agradeció a su madre la posibilidad que le había dado recientemente de poder ser amigas. Y se fue. Casi 25 años después, ese discurso sigue explicando tantas cosas sobre esta artista nacida en Nueva ...

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En 1997, Fiona Apple ganó el premio al mejor nuevo artista en los MTV Video Music Awards. Tenía 20 años. Subió al escenario, anunció que no se había preparado nada, que no iba a dar las gracias a quienes se suponía que debía y anunció que este mundo es una mierda. Luego le agradeció a su madre la posibilidad que le había dado recientemente de poder ser amigas. Y se fue. Casi 25 años después, ese discurso sigue explicando tantas cosas sobre esta artista nacida en Nueva York en 1977 como del mundo en el que vivimos, uno en el que te invitan a ser tú mismo, siempre y cuando eso encaje con la idea que el sistema ha formulado de lo que debes ser.

Desde aquel día, Apple estuvo entrando y saliendo del sistema. Convivió con el cineasta Paul Thomas Anderson, mientras ella escribía un disco cuyo título finalmente contendría 89 palabras (When the pawn…) y él rodaba Magnolia; aquella casa debía ser algo digno de verse. Le dejó. Decidió mudarse a Venice Beach y solo salir de vez en cuando para dar un paseo por la playa (no tiene carnet de conducir) con su perro.

Tom Waits, Kate Bush, John y Yoko, pero también Dorothy Parker o Joan Didion se asoman aquí, echan un vistazo y se van, convencidos de que su ayuda no es necesaria

Y en esa casa, con el acompañamiento de tres músicos y usando cualquier artilugio que hubiera a mano, incluidos los restos de su perro recientemente muerto como percusión -se acreditan hasta cinco canes en el disco-, no parando la grabación cuando empezaba a centrifugar la lavadora o invitando a su hermana mayor a que cantara en un tema mientas sostenía a su hija de un año en brazos, se escribió y grabó este Fetch the Bolt Cutters (que se puede traducir por ‘Trae los cortadores de pernos’), su primer disco en ocho años. Y, bueno, es complicado hacer un disco mejor. Tom Waits, Kate Bush, John y Yoko, pero también Dorothy Parker o Joan Didion se asoman aquí, echan un vistazo y se van, convencidos de que su ayuda no es necesaria.

Con un desprecio total por la limpieza y la estructura, este álbum transita tropezando sobre sí mismo y sobre todo lo que encuentra por el camino. Cuando algo le molesta, no la aparta, lo patea y luego graba el ruido que hace al romperse. Hay vodevil, hay pop, hay percusiones de toda forma y color y hay, sobre todo, palabras. Muchas palabras, tantas que a veces se pisan unas a las otras creando un flujo melódico fascinante.

Las canciones hacen siempre lo que creen que deben hacer, no lo que se supone que deben, o lo que uno puede esperar de ellas, una vez empieza a conocerlas. Por ejemplo, For her, acaso el corte más rítmico del largo, desaparece en su último minuto y prácticamente se despide con este verso: “Me violaste en la cama en la que nació tu hija”. “¿Queríais algo que cantar? Probad de cantar esto, listos”, parece decirnos.

Portada del disco de Fiona Apple, 'Fetch the Bolt Cutters'

A veces se ha acusado a Fiona Apple de hacer una música demasiado solipsista, una suerte de dramatización de sus avatares. Como a muchas, a ella no la creyeron, y siguieron cantando y encendiendo mecheros. Hemos venido a bailar y, si tenemos resaca, a sentir. Pero no a pensar y mucho menos a empatizar. Esa era la escena. Ahora, en el mundo del #Metoo, Apple ha decidido servirse de lo personal como medio, no como fin.

Lo hace de forma directa en Ladies, indirecta en Fetch the bold cutters -tal vez la mejor del disco y en la que los ladridos de los perros merecen un Grammy- y de forma divertidísima en la adictiva Under the table, cabaretesca narración de una cena a la que ella que no quería ir y, bueno, ya que está, no se va a callar por mucho que su pareja le pegue patadas por debajo de la mesa. Incluso cuando habla de soledad, lo hace sin resentimiento ni confinamiento, como en esa suerte de misa en el pantano que es Heavy balloon, otra de la muchas cimas que tiene este disco, que más que un álbum es el Himalaya. Prácticamente solo hay ochomiles.

En 1997 nos dijo que el mundo era una mierda. Y nos reímos. En 2020 nos ha explicado por qué. Y nos reímos otra vez. Pero de otra forma.

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