Eugenio López Alonso: “El mundo del arte me interesa más por pasión que por inversión”
El coleccionista ha conseguido a base de arriesgarse que sus piezas multiplicaran varias veces su valor
¿Qué hace a un gran coleccionista y por qué no hay ninguno igual a otro? Nadie lo sabe con certeza, pero existe un consenso en torno a que no pueden faltar estos atributos: pasión estética, ojo agudo, crítico y pionero, concepción de la colección como un conjunto que, visto integralmente, refleje su tiempo y plantee preguntas indelebles en el espectador y, claro, sentido del riesgo. ¿Cuánto riesgo? Depende del caso, aunque si hablamos de Eugenio López Alonso, cuanto más, mejor.
El arrojo de este mecenas, filántropo y coleccionista ha permitido que sus piezas multiplicaran varias veces s...
¿Qué hace a un gran coleccionista y por qué no hay ninguno igual a otro? Nadie lo sabe con certeza, pero existe un consenso en torno a que no pueden faltar estos atributos: pasión estética, ojo agudo, crítico y pionero, concepción de la colección como un conjunto que, visto integralmente, refleje su tiempo y plantee preguntas indelebles en el espectador y, claro, sentido del riesgo. ¿Cuánto riesgo? Depende del caso, aunque si hablamos de Eugenio López Alonso, cuanto más, mejor.
El arrojo de este mecenas, filántropo y coleccionista ha permitido que sus piezas multiplicaran varias veces su valor, algo de lo que está orgulloso. Pero, lo que es más importante, su trabajo ha permitido que gente que nunca hubiera podido acceder a artistas contemporáneos de élite lo hiciera y, al cabo, se emocionara hasta límites impensables.
No es López Alonso un coleccionista ortodoxo. No lo es porque no estaba destinado a ello, porque dice lo que le viene en gana, porque otorga pocas entrevistas y porque su perfil es más parecido al de una estrella de rock que al de un hombre de la alta cultura. No es a lo que está acostumbrado y, además, López habla de un modo inteligible, entretenido y cautivante.
En este caso, lo hace durante más de 60 minutos en su asombrosa casa de Lomas de Chapultepec, construida en 1976 y remozada en 2015 por Luis Bustamante, en cuya biblioteca recibe a EL PAÍS. Nada aquí podría ser más contemporáneo y, sin embargo, por la excelencia que nos rodea, daría la impresión de que cada detalle se hubiera concebido solo y de que quien toma la batuta fuese una inesperada e infatigable reencarnación de Lorenzo de Médici.
Vestido íntegramente de negro, el mexicano comienza la entrevista exhibiendo aristas propias de un personaje aparentemente vanidoso. Pero a medida que pasa el tiempo la carcasa se va desmoronando. Y López revela que tras aquel golpe de efecto se esconde un hombre tranquilo y orgulloso de que le ha ido bien en la vida -cómo no- pero, sobre todo, un individuo sensible social, personal y artísticamente.
Heredero y multiplicador de una de las grandes fortunas de su país, López adquirió algunas piezas de valor incalculable en plena crisis, entre ellas las de figuras consagradas como Cy Twombly y Roy Lichtenstein. Sin embargo, nunca especuló con lo comprado, pues siguió el instinto que guía a todo gran coleccionista, y ha democratizado notablemente el acceso al arte, primero con la Fundación Jumex Arte Contemporáneo y luego con el Museo Jumex, un majestuoso legado para su patria fundado en el año 2013.
Por allí han pasado James Turrell, Marcel Duchamp, Jeff Koons y Andy Warhol -el Warhol del esplendor de los 60- entre muchos otros, que integran las más de 3.000 obras que colecciona López, quien es miembro de la junta directiva de instituciones tan relevantes como el Museo Tamayo y del MOCA de Los Angeles y ha recibido múltiples medallas, premios y homenajes por su calidad como coleccionista y como filántropo. Quizás por eso cada respuesta suya, tremendamente directa y sincera, sea un remanso.
López tira uno de los dardos más disfrutables de la velada. “Compré mi primer cuadro, de Roberto Cortázar, en 1990. Su obra me había llamado mucho la atención, y desde el momento en que la vi comenzó a manifestarse esta actitud no solo de coleccionar sino de tener algo bonito, algo personal para mí, que en ese momento tenía 22 años. Pero coleccionar en serio, e internacionalmente, no lo hice hasta 1994, cuando llegué a Estados Unidos. Y todo eso me dio felicidad, porque empezar a ver artistas sin saber nada me estimuló”, asegura.
Y agrega: “Al principio, Esthella Provas y Patricia Marshall me ayudaron, pero yo no entendí de qué se trataba este asunto hasta que fui a una casa de subastas. Ahí comprendí que era un mundo importante y que debía conocerlo verdaderamente. Lo más increíble que me pasó en la vida es haber tenido los padres que tuve, quienes una vez más mostraron su clase en aquella ocasión, pues mi padre, que conocía a maestros como Goya y Velázquez pero no sabía nada de arte contemporáneo pese a ser un hombre muy inteligente y con un enorme olfato, me apoyó”.
“A principios de los años 90 -prosigue López- la cotización del mundo del arte bajó enormemente, y yo vi cosas muy bonitas y viajé a conocer galeristas, bienales y museos, y a leer muchísimo de historia del arte. Entonces, aunque evaluaba el factor económico y es cierto que hay obras que 25 años después se han cotizado enormemente, este universo me interesó más por pasión que por inversión”. Y precisa que normalmente le atrae más el lenguaje abstracto que el figurativo, pese a que no hay un elemento que pueda especificar a priori para determinar qué trabajo elije, lo que lo lleva tanto a coleccionar obras de artistas consagrados como jóvenes.
“En el mercado hay mucha oferta, y hay ferias, subastas y galerías. Tampoco se puede comprar todo de todos, ¿no?”, dice sonriendo. Y en medio de elogios a ídolos personales como Jasper Johns, Willem de Kooning y Antoni Tàpies, coloca en el expresionismo abstracto el punto de partida de una colección que, a fines de los años noventa, por falta de espacio en su departamento y por la magnitud que había alcanzado, pasó a integrar la galería de la fábrica Jumex, en Ecatepec primero, y luego la Fundación Jumex, un esfuerzo que fue reconocido antes por la prensa internacional que por la nacional. Hasta llegar al museo, tras cuya inauguración sintió una huella emocional tan honda que hoy, entre risas, la compara con un “postparto”.
¿Qué viene luego del postparto, aunque sea mucho después? Pues lo que cada mecenas decida que será el destino último de su colección. “La idea es que esté en México y que siga adelante. Pero cómo operarlo es algo que no he decidido todavía”, subraya.
La faceta más social de este coleccionista se ve en su beca a jóvenes para estudiar en el exterior o en el sistema que utiliza para subvencionar el acceso masivo a su museo. Fungiendo de insospechado cierre, y con coherencia conceptual, Eugenio López Alonso apunta: “La primera vez que vi a Cy Twombly quedé cautivado: la verdad es que nadie me fascina tanto en todo el mundo. Y si las cosas van bien en el país, en la empresa y en mi vida - porque uno no depende solo de sí mismo- el futuro será brillante, porque más allá de la vanidad de lo que uno hace, hay momentos en que te quedas helado, como cuando una señora, llorando, me agradeció por haber podido ver un Jeff Koons en persona en nuestro México. Recuerdo la manera en que me lo dijo y se me pone la piel de gallina. Entonces es que te das cuenta de que esto vale la pena.” Acaso esa sea su forma de demostrar que él tampoco se repite nunca.