El Roto entra en el Prado de la mano de Goya

El dibujante expone 36 aguadas inspiradas en la obra satírica del genio aragonés

A la izquierda, detalle de 'Riña a garrotazos' y 'Riña de siameses', de El Roto.
Madrid -

A unos pocos metros debajo de donde el dibujante Andrés Rábago, El Roto, explicaba su nuevo trabajo, en el claustro de los Jerónimos del Museo del Prado, cuelga un dibujo de Francisco de Goya titulado No se puede mirar. En él, un condenado por la Inquisición cuelga bocabajo, martirizado. Dos siglos después de que Goya reflejase el horror de la tortura, El Roto le rinde homenaje en una exposición, con el título de ese dibujo, compuesta por 36 aguadas en vitrinas y bajo la gran luz natural del claustro. Su tra...

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A unos pocos metros debajo de donde el dibujante Andrés Rábago, El Roto, explicaba su nuevo trabajo, en el claustro de los Jerónimos del Museo del Prado, cuelga un dibujo de Francisco de Goya titulado No se puede mirar. En él, un condenado por la Inquisición cuelga bocabajo, martirizado. Dos siglos después de que Goya reflejase el horror de la tortura, El Roto le rinde homenaje en una exposición, con el título de ese dibujo, compuesta por 36 aguadas en vitrinas y bajo la gran luz natural del claustro. Su trabajo coincide en la pinacoteca con la fantástica exposición Goya. Dibujos. "Solo la voluntad me sobra", que reúne más de 300 obras.

"He utilizado elementos de su iconografía. He intentado reflejar lo que está pasando en nuestra sociedad en temas que él trató", ha dicho este lunes durante la presentación El Roto (Madrid, 72 años) en alusión al genio aragonés. Como el que ha titulado Lo llaman amor, en el que la zarpa de una bestia desgarra el pecho de una mujer, estampa de un día en el que un hombre ha matado de una cuchillada a su pareja en Tenerife.

La muestra, hasta el 16 de febrero de 2020, fue una propuesta, hace un par de años, del museo al viñetista de EL PAÍS, que dedicó las mañanas de los miércoles a pasear por sus salas. "Tomé apuntes, buscaba obras satíricas pero vi que podía quedar algo muy heterogéneo, hasta que llegué a Goya", ha añadido el premio Nacional de Ilustración en 2012. El Perro semihundido es visto por El Roto con el rostro de Goofy; Saturno no devora a sus hijos, sino salchichas; y la superchería de la religión, con brujas, condenados o penitentes, también es reinterpretada por el humorista gráfico. "No se trata de copias, sino de la reverberación de un terremoto lejano, es el vestigio de su inmenso talento". Con motivo de esta exposición, la editorial Reservoir Books y El Prado han editado un libro que suma 15 dibujos más y dos textos del autor y del comisario de la muestra, José Manuel Matilla.

Acostumbrado, a diario en este periódico, a decir mucho con un dibujo y una frase, El Roto no le da muchas vueltas a cómo ha sido ese camino por las huellas de Goya. "No soy muy de pensar, no me planteaba cómo hacerlo... miraba sus obras y lo he trasladado". Eso sí, hizo un inciso para hablar de una de sus aguadas, sobre la tauromaquia, en la que un torero se dispone a matar a una mosca gigante. "No sé cómo puede celebrarse una corrida que se llama goyesca [en Ronda, Málaga, a comienzos de cada septiembre]. No creo que se le haya pedido permiso para ello a Goya".

El claustro de los Jerónimos del Prado, con los dibujos de El Roto.SAMUEL SÁNCHEZ

Al adjetivo "goyesco" se refirió también Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Prado. "En el museo hablamos de goyesco en el mal sentido de una obra que es una simple imitación, pero El Roto lo es en el buen sentido, en el de captar la forma y fondo de Goya". Lo que puede ver el espectador son "dibujos sintéticos y títulos austeros", agregó. La impresión al contemplar la obra de ambos es similar: "A una primera sonrisa, le sigue una sensación de malestar. Son implacables críticos de la estupidez humana". 

Sobre el espacio que acoge sus dibujos, con tanta luz natural proyectada sobre una visión tan grotesca de la realidad, El Roto destacó que "es un montaje bello y ligero, que permite inclinarse para mirar más próximamente, mejor que si estuvieran en paredes". Una delicadeza que no resta ni un ápice de negrura a estos 36 puñetazos en papel avitelado, como el titulado La construcción, en el que un hombre construye un cadalso, cuya soga tiene anudada a su cuello.

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