La comedia imprevisible

Me gusta la melodía que oscila, por aparente azar, entre la sonrisa y la tristeza. Me temo que al fondo siempre hay pérdida, como en las obras de Denise Despeyroux

Desde la izquierda, Marta Pérez, Mamen Duch y Àgata Roca, en 'Cancó per tornar a casa'.

Un amigo japonés me dijo una vez que Ninette y un señor de Murcia, la joya de Mihura, era la historia de un hombre que no podía salir de un piso, encerrado por una mujer que quería conquistarle. No le faltaba olfato. El humor de Mihura bracea en una piscina melancólica; y bajo el mejor Jardiel hay un río subterráneo de dolor y demencia. Me quedo con un término medio. La comedia imprevisible; la melodía que oscila, por aparente azar, entre la sonrisa y la tristeza.

Me temo que al fondo siempre hay pérdida, pero mientras tanto...

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Un amigo japonés me dijo una vez que Ninette y un señor de Murcia, la joya de Mihura, era la historia de un hombre que no podía salir de un piso, encerrado por una mujer que quería conquistarle. No le faltaba olfato. El humor de Mihura bracea en una piscina melancólica; y bajo el mejor Jardiel hay un río subterráneo de dolor y demencia. Me quedo con un término medio. La comedia imprevisible; la melodía que oscila, por aparente azar, entre la sonrisa y la tristeza.

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Me temo que al fondo siempre hay pérdida, pero mientras tanto bulle el esplendor de la historia efervescente. Adoro el teatro de Sanzol, de Daulte, de Remón. Las extrañas comedias de Mayorga.

Y, por supuesto, las de Denise Despeyroux. Me dejo muchos nombres, pero ya se ve el estilo: me cautivan las que más se parecen a la vida, en su sorprendente alternancia de tonos y géneros. Su obra anterior, estrenada en la sala Xirgu del Español, Un tercer lugar, nos llevaba por los territorios “lejanos a cualquier tipo de patria”. Por cierto, dijeron que iban a reponerla y no lo han hecho: mucha gente se quedó sin verla. Ahora acaba de escribir y dirigir en la Beckett barcelonesa un feliz encargo de las T de Teatre, Cancó per tornar a casa, en versión catalana de Sergi Belbel. Despeyroux define su nueva función de un modo muy preciso: “Es una fantasía tragicómica, una comedia desesperada donde varios seres extraviados encuentran formas extrañas de estar juntos”.

Cinco criaturas perdidas que buscan volver a casa sin saberlo. Tres exactrices “unidas por el éxito y separadas por el fracaso” (¿o era al revés?). Un hipnotizador y su ayudante, huyendo de la justicia. Y hablando de perdidos: Malcolm Logan, un autor escocés que escribió para ellas su único triunfo. Y se ha esfumado.

Valentina retrata a los personajes con trazos que armarían cuentos estupendos. Renata “ha ido creciendo lentamente, pero no del todo”. Rita tiene una duda profunda: “tomarse un trankimazín, medio trankimazín o trankimazín y medio”. Mientras veía la obra, el hipnotizador, la ayudante y el dramaturgo desvanecido me hicieron pensar en figuras de Vila-Matas. Y, por supuesto, de Despeyroux: su personalidad se vuelve inconfundible cuando de repente reconoces perfiles, humores y, por supuesto, posibles influencias. La risa está en los desencuentros; la tristeza, en sus semillas.

Ahora que lo pienso, hablo de Vila-Matas y, releyendo el texto, también pienso que es, a mi entender, la que más cerca está de los sofisticados juegos de Daulte. Ellas y él son Mamen Duch, Marta Pérez, Carme Pla, Àgata Roca y Jordi Rico. Al estupendo elenco todavía les queda acabar de recorrer, con casi invisibles pasos de danza, los puentes que enlazan las capas de sus criaturas.

Cancó per tornar a casa estará en la sala alta de la Beckett hasta el 28 de julio. Y luego comenzará gira, primero por Cataluña. Si están impacientes por leerla, la doble versión se publicará en septiembre en Mínima Teatro, de Punto de Vista Editores.

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