EL DISCO DE LA SEMANA

Mutante y americana obra maestra

El nuevo álbum del grupo estadounidense recibe una calificación de 9 sobre 10

Portada del nuevo disco de Vampire Weekend.

Podría parecer que Ezra Koenig trata de impresionar al padre de la novia, porque existe un padre de la novia, y es nada menos que Quincy Jones —él y Rashida, la hija de Quincy, llevan juntos un tiempo, hasta son padres de un niño de nueve meses— con este, el primer disco de Vampire Weekend en seis años. No en vano se titula Father of the Bride, en lo que es tal vez un guiño al peso totémico de la producción, en un álbum que es una cascada de autorreferentes que prácticamente redi...

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Podría parecer que Ezra Koenig trata de impresionar al padre de la novia, porque existe un padre de la novia, y es nada menos que Quincy Jones —él y Rashida, la hija de Quincy, llevan juntos un tiempo, hasta son padres de un niño de nueve meses— con este, el primer disco de Vampire Weekend en seis años. No en vano se titula Father of the Bride, en lo que es tal vez un guiño al peso totémico de la producción, en un álbum que es una cascada de autorreferentes que prácticamente redibujan el pop (folk) rock de los años noventa desde los casi años veinte del siglo XXI a la manera en que Pavement hicieron lo propio con el (pop) (garage) rock de los setenta en los noventa.

VAMPIRE WEEKEND

Disco: Father of the Bride.
Sello: Sony.
Calificación: 9 sobre 10.

Ha dicho el propio Koenig que su intención era la firmar un The River propio: ajá, el clásico de Bruce Springsteen: de ahí que sea un álbum doble, después de todo: “Yo también soy un chico de Jersey”, ha dicho. Quería hacer, pues, un álbum río, en todos los sentidos, que albergase, como lo hace, un pedazo de todo lo que le ha traído hasta este punto exacto: Harmony Hall es casi un himno en ese sentido, contiene a Indigo Girls y a Cornershop por igual. Tal vez no hubiera podido hacerlo si Rostam Batmanglij, hasta ahora al mando de la producción de la banda, no hubiera dejado el grupo, cosa que hizo por Twitter a principios de 2016 y que llevó a muchos a temerse lo peor.

Koenig, infinitamente más confesional que de costumbre —Big Blue es casi una reconstrucción de la balada AOR y una fiel al espíritu de desencaje luminoso de la banda— y tan ambicioso como de costumbre es, por momentos, un Gram Parsons que hubiese crecido musicalmente en los años noventa (los duetos con Danielle Haim son pura americana, en especial, Married in a Gold Rush, atentos al guiño neilyoungiano). Otros se erige en casi líder de una boy band fervorosamente cool (How Long?) y juguetea con un noise flamenco delicioso que podría emparentarse con alguno de los clásicos de la bass band White Stripes (Sympathy).

Con el tipo que ayudó a definir el sonido de Modern Vampires of the City, Ariel Rechtshaid, y el guitarrista Steve Lacey (Sunflower y su prueba de escalas, y Flower Moon y su mantra coca-colesco, tienen el carácter jam de dos piezas únicas), el nuevo Koenig, más acompañado de lo que lo había estado jamás (el coro y Haim están por todas partes), se deja llevar como nunca y construye collages sonoros que van del R&B (2021) al hit pop (Stranger), y del folk no tan clásico (Hold You Now) al vocoder (Spring Snow). El resultado es una mutante y muy americana, obra maestra en la que cada canción es un pequeño mundo en expansión. Su propio White Album, dicen.

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