Estilo propio, historia truculenta

Rosales se preocupa por crear estética con su cámara, rodando planos muy largos, sin ningún corte

Bárbara Lennie y Alex Brendemühl, en 'Petra'.

Puedes ver en Cannes exhaustivas muestras de las cinematografías más exóticas, siempre producidas o coproducidas con capital francés, pero es rarísimo o simplemente milagroso que seleccionen cine español. Con las excepciones ancestrales de sus idolatrados Carlos Saura y Pedro Almodóvar. El resto no existe. Por ello resulta insólito y de agradecer el cariño que le profesan a la obra de Jaime Rosales. Jamás le seleccionan para la Sección Oficial, pero varias veces le han ofrecido un hueco en secciones paralelas. Su última película, Petra, ha sido exhibida en la Quincena de los Realizado...

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Puedes ver en Cannes exhaustivas muestras de las cinematografías más exóticas, siempre producidas o coproducidas con capital francés, pero es rarísimo o simplemente milagroso que seleccionen cine español. Con las excepciones ancestrales de sus idolatrados Carlos Saura y Pedro Almodóvar. El resto no existe. Por ello resulta insólito y de agradecer el cariño que le profesan a la obra de Jaime Rosales. Jamás le seleccionan para la Sección Oficial, pero varias veces le han ofrecido un hueco en secciones paralelas. Su última película, Petra, ha sido exhibida en la Quincena de los Realizadores. Menos es nada.

Aquí descubrí a este director con su inquietante ópera prima Las horas del día. Desde entonces, Rosales ha creado un cine muy personal, sin concesiones a esa cosa tan despreciada como necesaria llamada comercialidad, manteniendo un rigor implacable con lo que desea hacer. Respeto que tenga tan claro su camino pero como espectador a veces me ha resultado insoportable. En el caso de Tiro en la cabeza y Sueño y silencio. Otras películas suyas me interesan y me sentí especialmente conmovido con la devastadora Hermosa juventud, un retrato veraz de una pareja joven del extrarradio a la que la vida les va cerrando todas las puertas, con un presente patético y un futuro aún más sombrío.

En Petra, Rosales se preocupa por crear estética con su cámara, rodando planos muy largos, sin ningún corte, invirtiendo los tiempos en los que transcurre la truculenta historia. Describe el viaje de una mujer angustiada que se ha empeñado en conocer a su verdadero padre deduciendo que es él por las confesiones de su moribunda madre. Este, un artista que solo valora el arte en función del éxito y el dinero que genere, un anciano cínico y despiadado, le presentará a la invitada a su resignada esposa y a un hijo con el que vive en perpetuo enfrentamiento. Y a partir de ahí van a ocurrir todo tipo de cosas trágicas, indeseadas verdades y mentiras oportunistas, una relación que ignora ser incestuosa, venganza aplazada, suicidio, asesinato y finalmente la esperanza representada en una vida nueva, en un poco de luz redimiendo la sordidez anterior.

A la endurecida y dramática protagonista la encarna Bárbara Lennie, cómo no. Seguro que hace muy bien lo que le exigen sus directores, pero me siento agotado de verla interpretar una y otra vez el mismo registro. Creo que necesita urgentemente rodar una comedia, huir del abusivo encasillamiento en seres atormentados. Sigo con cierto interés lo que ocurre en esta película. Y es evidente que posee estilo propio. Lo que dudo es si la sofisticada forma de concebir el cine por parte de Rosales va a encontrar alguna vez auténtico eco entre el público.

Yomeddine, primera película del director egipcio Abu Bakr Shawky, arranca en una leprosería, con su desgraciado y tullido protagonista intentando sobrevivir con lo que pilla en los vertederos. Continúa con el viaje de este, acompañado por un niño que se ha escapado del orfanato para encontrar en un pueblo de las orillas del Nilo a su familia sanguínea, para pedirles explicaciones de por qué cuando era un crío se deshicieron de él enviándole a la leprosería. Por supuesto, lamento la heroica tarea del leproso y el huérfano y les deseo lo mejor. Pero tampoco hay nada que me apasione en su aventurado y miserable retorno a las raíces de su infierno. La rusa Leto, dirigida por Kirill Serebrennikov, un señor al que Putin tiene maniatado, está centrada en algo tan curioso como un grupo de rock en el San Petersburgo anterior a la Perestroika. Algo épico cuando te censuran las letras de las canciones y prohíben a su público que exteriorice su alegría. La protagonizan músicos que descubren casi de contrabando y con sensación de éxtasis a Lou Reed, a Bowie, a Talking Heads, a Blondie. Y en medio dos hombres y una mujer viviendo un complicado amor. Rodada en blanco y negro, que se alterna con videoclips en color y dibujos, Leto tiene cierto encanto y puede inspirar ternura. No pasará a la historia, pero tampoco es desdeñable.

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