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Coordinado por Juan Carlos Galindo

Cuba: subproducto decadente de la Guerra Fría, perfecto escenario de novela negra

Vladimir Hernández publica 'Habana Skyline', policial de libro y retrato preciso de la miseria material y moral en la que vive todo el país

El escritor Vladimir Hernández en Vilassar de Mar.María Elena Durán

Hay tres cosas que tiene claras Vladimir Hernández (La Habana, 1966). Por un lado afirma con fuerza en insiste en que Cuba es un desastre con un culpable, el Estado, y que eso hay que contarlo. Ahí viene la segunda convicción: la novela negra es un excelente vehículo para hacerlo, pero en su versión cubana necesita renovación. La tercera de las premisas complementa a las otras dos: su amor incondicional por la literatura negra, por maestros como Michael Connelly o Dennis Lehane, por las historias criminales que retratan una...

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Hay tres cosas que tiene claras Vladimir Hernández (La Habana, 1966). Por un lado afirma con fuerza en insiste en que Cuba es un desastre con un culpable, el Estado, y que eso hay que contarlo. Ahí viene la segunda convicción: la novela negra es un excelente vehículo para hacerlo, pero en su versión cubana necesita renovación. La tercera de las premisas complementa a las otras dos: su amor incondicional por la literatura negra, por maestros como Michael Connelly o Dennis Lehane, por las historias criminales que retratan una época.

Hernández acaba de publicar Habana Skyline (HarperCollins) la segunda novela de su trilogía policial sobre una ciudad que simboliza los males de un país a la deriva. “De la literatura de la epopeya de los setenta pasamos con Leonardo Padura a la estética de la desilusión. Yo quiero hablar de personajes que abrazan el desastre. Que asumen las reglas y la incertidumbre del momento. Esto es una historia universal. La marginalidad es muy interesante para narrarla en forma de novela negra”, cuenta a EL PAÍS por teléfono desde Barcelona, donde vive desde inicios de siglo.

Como ocurría ya con Habana Réquiem (HarperCollins) Hernández se sirve con habilidad de un grupo de policías con intereses y orígenes muy diversos para ofrecer un fresco de la Cuba de hoy, un lugar casi feudal, con una desigualdad social apabullante y miles de personas malviviendo en barrios decadentes o en los llego y pon, villas chabolistas de inmigrantes del rural como las de cualquier otra ciudad de América Latina. “Me interesa la reorganización de la marginalidad, lo gris, lo ilegal, los pequeños espacios, los feudos de integridad. Cuba vista como el subproducto decadente de la Guerra Fría, que está en el trasfondo, que es la banda sonora de mis novelas.”, asegura Hernández, que ya abordaba este drama en Indómito, novela con la que ganó el L’H Confidencial.

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Entre las varias historias que confluyen en Habana Skyline hay una que se eleva sobre las demás y le da título: la que cuenta la existencia de una droga de diseño made in Cuba cuyos tentáculos corruptores llegan a todas las esferas de la sociedad. El teniente Eddy es el hilo conductor de las tramas, un personaje conflictivo, violento, a ratos inmenso, que recuerda a los policías malos pero irresistibles de James Ellroy “Es la trilogía de Eddy, aunque al principio esté muy enmascarado porque quería contar todo el panorama desde un punto de vista institucional, con todos los tipos de policías”, reconoce el autor cuando se le pregunta por la tentación de darle a este personaje más peso. “Eddy está atrapado en una zanja. No fue policía cuando el comunismo parecía viable porque había una potencia pagando el pato de todo esto; nace demasiado tarde para pertenecer a ese tipo de poli. Pero tampoco es un hijo del desastre, del periodo especial, de los noventa. Eddy nace de la furia. Es el mejor ejemplo de la doble moral que impera en la isla”.

En las novelas de Hernández, fan confeso del músculo narrativo de Lee Child, hay mucha acción. Son policiales puros en los que la denuncia se expresa en situaciones y diálogos. También cuenta con una buena nómina de secundarios: Puyol, el viejo y cansado policía íntegro; Ana Rosa, la capitana trepa; el oficial Batista, representante de todos los males del régimen; Heredia, el investigador sagaz caído en desgracia y más.

El autor de Habana Requiem adora la estructura. Una vez que la tiene, trampas incluidas, lo demás es fácil. Lo resume así: “Cuando pongo la primera palabra la novela ya está escrita en mi cabeza. Lo que no está escrito es lo que se va a decir, lo que ocurre, los giros. Me paso seis meses pensando la novela y la escribo luego rápido”.

Hay una paradoja en Vladimir Hernández: ha empezado a retratar la miseria de Cuba una vez fuera, cuando vino a España por un premio de ciencia ficción y se quedó. “Los libros destilan cubanía, en cada diálogo, en cada cosa que se promete y no se cumple. A veces cuando escribes desde allí no se puede, te haces inmune a la propaganda, pero no lo reflejas. Barcelona me ha dicho muchas cosas sobre Cuba” se defiende con hablar acelerado.

“Parece que en este país cada vez más gente está dando por sentado que vivimos en el salvaje Oeste”, dice Eddy, en uno de sus enfados. Quizás, la mejor prueba de ello es la buena literatura negra que lo relata.

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