Columna

Pedro Sorela, la exigencia del estilo

El periodista trabajó en la sección de Cultura de EL PAÍS durante 13 años

El periodista Pedro Sorela, en la Redacción de EL PAÍS en 1986.MANUEL ESCALERA (EL PAÍS)

Pedro Sorela ha muerto. Nació en Bogotá en 1951, estudió periodismo, oficio que enseñó también a sus colegas, entre otros, a sus colegas de EL PAÍS, en cuya sección de Cultura trabajó durante 13 años. Y murió ayer en Madrid, después de una enfermedad grave que no consiguió despegarle de su pasión, la escritura. Era exigente con sus alumnos porque lo era consigo mismo, como periodista, como novelista y como ensayista.

En EL PAÍS, donde trabajó entre 1988 y 2001, también nos dio lecciones de paciencia. Para él valía más un folio bien esc...

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Pedro Sorela ha muerto. Nació en Bogotá en 1951, estudió periodismo, oficio que enseñó también a sus colegas, entre otros, a sus colegas de EL PAÍS, en cuya sección de Cultura trabajó durante 13 años. Y murió ayer en Madrid, después de una enfermedad grave que no consiguió despegarle de su pasión, la escritura. Era exigente con sus alumnos porque lo era consigo mismo, como periodista, como novelista y como ensayista.

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En EL PAÍS, donde trabajó entre 1988 y 2001, también nos dio lecciones de paciencia. Para él valía más un folio bien escrito que una noticia apresurada. Los elementos del periodismo, desde el rigor a la sintaxis, habitaban en su cerebro bien trabajado, el de un estudiante que no cesó de serlo. No hay alumno que haya salido de sus enseñanzas que no pondere en él lo mismo que ponderamos los que lo tuvimos a nuestro lado: no era solemne, pero era riguroso; no establecía con la escritura, la periodística, la literaria, una relación casual o azarosa: todo lo que escribía o decía tenía la sustancia del estudio previo, de la comprobación. El suyo era un gusto por la exigencia de estilo.

A EL PAÍS llegó de la agencia Europa Press, cantera de otros compañeros nuestros. Es inolvidable su llegada al periódico: con ese paso mesurado, marcando el territorio con su mirada clara, pasó a una Redacción a la que él ya tenía afecto. “Yo tengo que estar ahí”. Escribió, sobre todo, entrevistas a grandes escritores; en su alma estaba formándose un escritor formidable, y tenía también sitio en aquel corazón multidisciplinar para albergar la ambición docente. Cuando dejó EL PAÍS abrazó la literatura y la docencia, como profesor en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. De su paso por el periódico dejó abundante ejemplo de su concepto (y de su práctica) de la crónica periodística. Entre sus maestros estuvo su paisano Gabriel García Márquez, a cuyos inicios dedicó un estudio, El otro García Márquez: los años difíciles. Su cultura periodística le permitió visitar con solvencia y ritmo otras escrituras, como las de Jorge Luis Borges, Stendhal o Shakespeare. Y su alma rabiosamente literaria dio de sí títulos en los que volcó aquella exigencia que marcó su estilo: Aire de mar en Gádor, Viajes de Niebla, Trampas para estrellas y Ya verás.

El 4 de abril Pedro entró en su blog y dejó un texto que tituló La mentira más gorda en menos palabras. Sería su despedida escrita. Ahí contaba su infancia políglota, desafiaba la estupidez que domina la España actual, en la que se cree que “esta es la generación más preparada de la historia”, y defendía a “los profesores antediluvianos” a los que debía en gran parte lo que estaba siendo en la vida, como periodista, como escritor, como profesor. Aquellos esfuerzos a los que lo obligó la educación recibida dieron de sí un prosista extraordinario, un pedagogo exigente, un conversador que sólo se agotaba si se agotaba el otro.

Su familia y sus amigos lo despiden este jueves en el Tanatorio de la M-30, en Madrid, donde estará la capilla ardiente hasta las 13.50 de hoy jueves. En La Almudena se le dará posteriormente la última despedida a este compañero que en EL PAÍS y en todas partes dejó la huella de su paciente, exigente sabiduría.

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