En el laberinto de Olafur Eliasson, artista sensorial

El célebre creador escandinavo expone en la galería de Elvira González de Madrid

Olafur Eliasson posa junto a una de sus instalaciones en la galería Elvira González en Madrid.ANDREA COMAS

Puede que este comienzo de siglo se estudie en las escuelas de arte como aquel en que varios creadores buscaron una nueva dimensión sensorial. Dentro de ese apartado brillará con fuerza el nombre de Olafur Eliasson (Copenhague, 1967), como también aparecerán los de Anish Kapoor, Yayoi Kusama, Lygia Pape, Christo, Doris Salcedo...

Se trata de artistas que dominan el gran formato, adheridos a la espectacularidad de los espacios sin medida y la búsqueda interactiva de un público que a veces se acerca a cifras millonarias. Eliasson lo logró en proyectos anteriores, como cuando saltó a la fa...

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Puede que este comienzo de siglo se estudie en las escuelas de arte como aquel en que varios creadores buscaron una nueva dimensión sensorial. Dentro de ese apartado brillará con fuerza el nombre de Olafur Eliasson (Copenhague, 1967), como también aparecerán los de Anish Kapoor, Yayoi Kusama, Lygia Pape, Christo, Doris Salcedo...

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Se trata de artistas que dominan el gran formato, adheridos a la espectacularidad de los espacios sin medida y la búsqueda interactiva de un público que a veces se acerca a cifras millonarias. Eliasson lo logró en proyectos anteriores, como cuando saltó a la fama mundial después de haber ideado un sol magnético y envolvente, hecho de reflejos y bombillas, en la Tate Modern de Londres.

Lo tituló The Weather Project y congregó a la vera de su luz, sus brumas y sus sombras a multitudes de curiosos que pasaron a darse un baño de sana radiación en la sala de la turbina. Más tarde instauró unas cataratas en el East River de Manhattan, con similar impacto. Su obra indaga en la reproducción de la naturaleza con ánimo de avivar una gigantesca convocatoria: “Busco abrazar al público con una dimensión hospitalaria”.

Sin desechar cierta vigencia de la utopía: “Si no tanto, una aproximación a un mundo más idílico. No se trata de mostrar sarcasmo, tampoco ser naíf. Pero sí, honestos. Ya que tenemos el privilegio de ser artistas, no debemos avergonzarnos de perseguir la emoción y encauzarla a través de un lenguaje propio. Abrirnos con nuestra obra a una sensación de inclusión, no de rechazo y sin miedo al desacuerdo. Porque también es cierto que sin desacuerdo, es más difícil lograr éxito”.

Aunque en las grandes dimensiones queda expuesto a la diatriba, también le gusta jugar y buscar a menor escala, entre cuatro paredes. Y volver loco al visitante, en el mejor de los sentidos. Es lo que consigue con su Eco Activity, una obra creada para la galería de Elvira González, en Madrid.

Eliasson ha instalado en dicho lugar algunos espejos y un puñado de anillos de colores. Dice que intenta afianzar el espacio y simular una experiencia no estresante. Pero cuando el cuerpo se adentra allí, pierde el pie, reflejado en una secuencia de fragmentos y geometrías desconcertantes. Dudas de dónde te encuentras y, de alguna manera, te rompes. La espalda te vigila. Una extraña galería de túneles te acecha.

La aparente inocencia de Eliasson arroja quien se acerca hacia un cristalino laberinto de desencuentros. “Llegamos a un lugar cualquiera y lo más importante no es plantearnos de dónde venimos. Eso es una certeza. Sino, adónde vamos después”, comenta Eliasson, en un rincón a salvo de su Eco Activity. “Aquí, la experiencia del pasado, es decir, de dónde llegamos, se repite en blanco y negro. Y la del futuro, en color, dentro de un agujero con anillos infinitos”.

Mientras transitas de un lugar a otro, resulta difícil saber dónde estás exactamente. “Ahí sí busco un elemento desestabilizador. El encuentro con el extraño, con el otro”, comenta. Así ahonda Eliasson en otra sensación, la de perderse. “Porque calibra nuestros sentidos”, dice. En ese aspecto, el artista recomienda adentrarse en la oscuridad. “Es lo más parecido a navegar. Primero, el instinto te conduce a pisar el suelo, después agudizas el oído. Das la vuelta a tus prioridades”.

En su caso, al llegar a Madrid, estaban claras. La mañana en que se inauguró su exposición, acudió a una cita de altura: “Fui al Prado, para ver Las Meninas con mi hija de 12 años. Ella misma me consoló haciendo una comparación con esta obra mía, que se inspira muy directamente en Velázquez. Me dijo que el cuadro era más bonito, pero mi pieza más divertida. Se ganó un helado”.

Tuvo una mañana atareada. Después, se acercó a ver Palimpsesto, la obra que tiene expuesta Doris Salcedo en el Palacio de Cristal del Buen Retiro. Ese homenaje a los ahogados en el Estrecho le ha conmocionado. “Es su mejor obra”, cree Eliasson. Ambos conviven estos días en Madrid, pasado el aluvión de Arco.

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