Opinión

Maliciosos letristas locales

Tras sus éxitos de los sesenta, France Gall se mantuvo en un digno 'mainstream' que no hacía ascos a guiños intelectuales

La cantante France Gall, en un programa de televisión en Francia en 2012.FRANCOIS GUILLOT (AFP)

France Gall ofrece una foto perfecta de cómo fue digerido en gran parte de Europa el terremoto beatle que sacudió la música popular a principio de los sesenta. Provenía de una familia de artesanos musicales participantes del París nocturno de finales de los cincuenta; un ambiente en el que se mezclaban desde viejos chansonniers existencialistas, jazzmen franceses de posguerra y jóvenes bestias pardas como el pianista Serge Gainsbourg. Todos ellos, a raíz del éxito de los de Liverpoo...

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France Gall ofrece una foto perfecta de cómo fue digerido en gran parte de Europa el terremoto beatle que sacudió la música popular a principio de los sesenta. Provenía de una familia de artesanos musicales participantes del París nocturno de finales de los cincuenta; un ambiente en el que se mezclaban desde viejos chansonniers existencialistas, jazzmen franceses de posguerra y jóvenes bestias pardas como el pianista Serge Gainsbourg. Todos ellos, a raíz del éxito de los de Liverpool, se dieron cuenta del inmenso mercado musical que estaba naciendo por la nueva prosperidad económica adolescente. Ni cortos, ni perezosos, se dedicaron a escribir en su lengua estribillos pegadizos y melodías enganchosas, en las cuales vertían detalles de una formación intelectual más compleja que la del pop. La mezcla fue muy eficaz y dio pie al movimiento yeyé que tomaba su irónico nombre del estribillo de She loves you de The Beatles.

Innumerables artistas franceses se limitaron a hacer adaptaciones de éxitos anglosajones, pero no Gall. Al ser hija de un buen letrista, Robert Gall, y tener de manager a otro letrista, Maurice Téze, las primeras grabaciones de France Gall conjuntaban estribillo adictivo con textos que buscaban alguna vuelta de tuerca a la superficialidad.

El éxito además, por esa época, de la Lolita, de Nabokov, en versión cinematográfica de Kubrick, fue el último rasgo definitivo que explicaría su fulgurante aparición a principios de los sesenta. Con imagen de muñeca rubia de dieciséis años, empezó a grabar una retahíla de canciones (No escuches a los ídolos, Poupée de cire, poupée de son, Deja en paz a las chicas, etc.), en gran parte de Gainsbourg, que contraponían en la misma viñeta musical el estereotipo de simplicidad adolescente con la sofisticación de instrumentaciones barrocas e infecciosas. Un tipo de oxímoron musical que en España intentaron recoger artistas como Karina. Esa ambivalencia entre inocencia e insinuación, marca de la casa, le llevaría a chocar con Gainsbourg cuando el muy pícaro le coló, sin ella saberlo, una ingenua melodía (Les sucettes) que, en realidad, era una sorna sobre la felación.

Tras sus irrepetibles éxitos de los sesenta, se mantuvo en un digno mainstream francófono que no hacía ascos a guiños de complejidad intelectual como, por ejemplo, ofrecerle a Godard que le dirigiera un vídeo. Guiños, eso sí, muy contenidos, que no la apearon nunca de su papel de dama pop de la canción francesa.

Sabino Méndez es compositor, guitarrista y escritor.

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