Rocío Márquez, pura y gozosa heterodoxia

El Cante de las Minas aplaude a dos generaciones innovadoras, la de la cantaora onubense y la de Lole Montoya.

Rocío Márquez, en la actuación de este viernes. Pedro Valeros

Hace algunos años este periódico publicó un reportaje titulado "Los hijos de la Niña", en el que se presentaba a artistas, entonces muy jóvenes pero ya exitosos, como Arcángel, Estrella Morente, Mayte Martín o Miguel Poveda.

El reportaje mostraba una evidente paradoja: artistas renovadores, que se plantaban ante la "dictadura" mairenista con naturalidad y sin aspavientos, que no se habían formado en el tablao ni habían pasado calamidades, y que a veces no pertenecían a ninguna tradición familiar, a la hora de buscar raíces miraban muy atrás en el tiempo, por ejemplo, a Pastora Pavón, "L...

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Hace algunos años este periódico publicó un reportaje titulado "Los hijos de la Niña", en el que se presentaba a artistas, entonces muy jóvenes pero ya exitosos, como Arcángel, Estrella Morente, Mayte Martín o Miguel Poveda.

El reportaje mostraba una evidente paradoja: artistas renovadores, que se plantaban ante la "dictadura" mairenista con naturalidad y sin aspavientos, que no se habían formado en el tablao ni habían pasado calamidades, y que a veces no pertenecían a ninguna tradición familiar, a la hora de buscar raíces miraban muy atrás en el tiempo, por ejemplo, a Pastora Pavón, "La Niña de los Peines".

Ahora, una nueva generación, en la que destaca con todo merecimiento la onubense Rocío Márquez, ha logrado perder todo complejo, dar un paso más si cabe y no poner traba alguna a su libertad creadora. La joven cantaora, acompañada por la brillante sonanta de Miguel Ángel Cortés, actuó la noche del viernes en la primera de las galas de la 57 edición del Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión, donde en 2008 arrasó en el concurso del festival y ganó, entre otros premios, la 'Lámpara Minera'.

Rocío se anunciaba en un cartel que completaba, precisamente, alguien que en los años setenta del pasado siglo supuso un verdadero escándalo en las aguas del purismo flamenco: Lole Montoya, que formando pareja con Manuel Molina ("Lole y Manuel") contribuyó a cambiar los caminos de esta música.

Rocío Márquez no dedicó su recital a ninguno de sus últimos discos, "Firmamento" o "El Niño", este último dedicado a recrear los cantes de Pepe Marchena, que en su primera época fue conocido como Niño Marchena. Hizo, como ella misma lo llamó, un recital clásico y variado. Su primer palo, una guajira, ya fue una declaración de intenciones marchenista.

Esta generación, esta artista, innova mirando hacia atrás, saltándose el mairenismo y buscando raíces en Marchena, en Vallejo o en la Niña de los Peines. Claro, todo eso no sería posible sin el eslabón y magisterio reciente de Enrique Morente. De hecho la voz de Rocío, poderosa y educada académicamente, siendo tremendamente personal, tiene ecos de Morente, y siempre de Marchena: ese gusto por el potente melisma. Todo suena en ella nuevo y antiguo a la vez, a años treinta, a ópera flamenca. Como esa seguiriya, por cierto majestuosa, imperial, cantada a la manera antigua, con gran ritmo, al aire de Vallejo.

Una relajada cantaora, mientras espera para la prueba de sonido, antes de la actuación, y en conversación con EL PAÍS, así lo acepta: "Es la ley del péndulo histórico, en realidad todo está escrito en la historia, no podemos olvidarnos de lo que hay en medio."

Y sobre Marchena exclama: "Qué alegría escuchar a Pepe, el variaba las cosas veinte veces, era un genio". Pero advierte con seguridad: "El comienzo del conocimiento está en la repetición, pero sólo el comienzo, no el final". Pureza y heterodoxia, tradición y renovación.

Lole Montoya

Cerraba la noche Lole Montoya, ahora no con el inolvidable Manuel Molina, sino con Juan Carmona y El Paquete. Muchos ya casi no la conocen, pero los que por edad sí conocieron la época dorada del célebre y revolucionario dúo (años setenta del pasado siglo) parecían expectantes, aunque deseando que la voz sonara clara y rotunda, como en los buenos tiempos. Fue un recital de menos a más, en el que ofreció el repertorio esperado con los versos que el olvidado y bohemio escritor Juan Manuel Flores escribía en servilletas de papel en las tabernas de Sevilla y que Manuel Molina convertía en melodías flamencas para Lole. Como esos iniciales: "niña, había una vez una mariposa blanca".

Lole fue calentando la voz y se atrevió con todo, despacio y con gusto. Nadie puede esperar que su voz se mantenga como hace cuarenta años. Pero es que entonces todo era nuevo y venía "la mañana", y seguramente todos éramos jóvenes y felices, o eso creíamos. Pero la noche, en conjunto, fue brillante y bonita, muy completa.

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