Crítica

Clásicos populares

Ser responsable de que muchos millones de niños y niñas chinos estudien piano no parece una carga gravosa para Lang Lang

El pianista chino Lang Lang.Álvaro García (EL )

Ser responsable en gran medida de que muchos millones de niños y niñas chinos estudien piano –a fin de emularlo, claro– no parece una carga en absoluto gravosa para Lang Lang. Es más: es muy probable que disfrute con la responsabilidad añadida y que el peso le resulte leve. No hay nada que parezca arredrar al pianista chino, que recibe los aplausos de bienvenida al comienzo del concierto con idénticos gestos y maneras –casi taurinas– que cuando es aclamado y vitoreado al final: tal es la certeza que tiene ya de antemano del éxito posterior. En un ciclo que ha perdido a buena parte de su públic...

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Ser responsable en gran medida de que muchos millones de niños y niñas chinos estudien piano –a fin de emularlo, claro– no parece una carga en absoluto gravosa para Lang Lang. Es más: es muy probable que disfrute con la responsabilidad añadida y que el peso le resulte leve. No hay nada que parezca arredrar al pianista chino, que recibe los aplausos de bienvenida al comienzo del concierto con idénticos gestos y maneras –casi taurinas– que cuando es aclamado y vitoreado al final: tal es la certeza que tiene ya de antemano del éxito posterior. En un ciclo que ha perdido a buena parte de su público fiel desde que lo golpeó el mazo de la crisis económica, y que tiene serios problemas –como cada cual– para llenar la sala sinfónica del Auditorio Nacional, Lang Lang agota las localidades y parece reverdecer viejos tiempos. Tiene el don de despojar al concierto clásico de cualquier sombra de boato y desde su vestimenta (chaqueta corta negra entallada, camiseta blanca) hasta la sensación de cercanía que sabe transmitir, todo apunta a un espectáculo, en el más noble sentido del término, popular, disfrutable y asequible para todos.

El programa de su gira española, que viene tocando desde hace meses por doquier, solo es explicable como el peaje promocional que exige el marketing para difundir su último disco, porque, ¿qué diantres pintan juntos Las estaciones de Chaikovski, el Concierto italiano de Bach y los cuatro Scherzos de Chopin, en este orden? La obra del ruso –una colección de doce pequeñas piezas características descriptivas de algún aspecto de cada uno de los meses del año– es una rareza; trasplantar la italianità de Bach del clave al piano, y con semejantes compañeros de viaje a uno y otro lado, no es tarea fácil; y acometer los temibles Scherzos del polaco, uno detrás de otro, en un recital es una proeza solo reservada a los valientes.

Lang Lang

Obras de Chaikovski, Bach y Chopin. Lang Lang (piano). Auditorio Nacional, 1 de marzo.

Lang Lang se paseó con desparpajo por las miniaturas de Chaikovski, empleándose a fondo en los meses (mayo, junio, octubre) con las músicas más inspiradas y luego tocó el Concierto italiano con precisión y transparencia, sí, pero con poca alma, escasa luz y pulsación en exceso remachada. Tras el descanso llegaron los cuatro Scherzos de Chopin, donde, aquí sí, la luz del arte pianístico de altísimos vuelos del chino nos deslumbró a todos: no es fácil, por ejemplo, oír octavas tocadas como las que se escucharon al final de los Scherzos que abren y cierran la serie, tanto sueltas como ligadas, en escalas o pobladas de saltos. En el debe, sin embargo, le faltó resaltar el trascendental valor de los silencios, esenciales en diseños contrastantes y caracterizados por fuertes dislocaciones rítmicas. Lang Lang se lanza intrépidamente en tromba sobre la música, pero hay silencios elocuentes que no pueden obviarse.

Concluido el concierto oficial, empezaron las propinas, jaleadas casi con más alborozo antes que después de tocadas. Tampoco aquí da Lang Lang puntadas sin hilo y simuló que se deslizaba patinando hasta el piano antes de atacar ¡…y la negra bailaba!, una danza afrocubana de Ernesto Lecuona, de nuevo con unas milagrosas octavas en la sección central. Luego, el delicado Intermezzo de Manuel Ponce y, para delirio del abundante público oriental presente en la sala (mayoritariamente joven y femenino), una pieza china. Cuando volvió a acercarse al piano en lo que parecía el preámbulo de la cuarta propina, Lang Lang amagó y lo que hizo fue, en cambio, recoger la toalla con que se había secado la cara en la segunda parte (una manera gráfica de mostrar que, aunque las apariencias apunten en otra dirección, también él se esfuerza y suda como cualquier mortal) y lanzarla al público. Cualquier día se arrojará él mismo sobre el patio de butacas, en la mejor tradición de las estrellas de rock, y acabarán sacándolo a hombros, o en volandas.

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