CRÍTICA | LA VELOCIDAD DEL OTOÑO

Lo que mamá prefiera

Una anciana insurrecta protagoniza un espectáculo risueño, divertido y conmovedor sobre la (in)dependencia

Los ciudadanos hemos pasado a ser gente; los trabajadores, empleados; el Producto Interior Bruto (y no su distribución), índice de riqueza de un país; y los viejos (memoria viva y caudal de experiencia para gitanos, indígenas americanos y para nosotros mismos hasta hace dos generaciones), clases pasivas y lastre para la hacienda pública. De lo poco que importan dice mucho lo nada que aparecen en nuestra cartelera, saturada de personajes jóvenes, guapos y de clase media alta. La velocidad del otoño, excepción feliz, gira en torno a la figura de una anciana que, ante la determinación de...

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Los ciudadanos hemos pasado a ser gente; los trabajadores, empleados; el Producto Interior Bruto (y no su distribución), índice de riqueza de un país; y los viejos (memoria viva y caudal de experiencia para gitanos, indígenas americanos y para nosotros mismos hasta hace dos generaciones), clases pasivas y lastre para la hacienda pública. De lo poco que importan dice mucho lo nada que aparecen en nuestra cartelera, saturada de personajes jóvenes, guapos y de clase media alta. La velocidad del otoño, excepción feliz, gira en torno a la figura de una anciana que, ante la determinación de su hijo dominante a internarla en una residencia, se decide a atrincherarse en casa y a pegarle fuego, si fuera preciso.

La velocidad del otoño

Autor: Eric Coble. Adaptación: Bernabé Rico. Madrid. Teatro Lara, todos los martes de junio.

Eric Coble, dramaturgo estadounidense criado en reservas indígenas de Colorado, habla de la desorientación de quién, por haber vivido la vejez de sus padres lejos de ellos, no sabe como afrontar su propia vejez; de la puesta de los ancianos en manos de instituciones y de la posibilidad no tan utópica de que la sociedad neoliberal vuelva sobre sus propios pasos, planteada a través del diálogo (agonístico, pero orquestado con oportuno sentido del humor) entre Alejandra y el menor de sus hijos, que, tras veinte años fuera de casa, entra inesperadamente por la ventana del balcón.

La afortunada e invisible dirección de Venci Kostov, el encanto de Javier Martín (y la decisión con la que pega el giro táctico copernicano que su personaje da cuando las cosas se ponen feas) y la composición cálida, medida y sin énfasis que Esperanza Elipe, actriz muy lejos de la edad de su personaje, hace de la anciana insurrecta, sirven en bandeja de plata un espectáculo risueño, divertido y conmovedor. La adaptación del universo estadounidense al español está conseguida a grandes rasgos, pero ciertos giros y expresiones pueden afinarse.

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