García Hortelano, o el narrador puro

Amigos, colegas, críticos y autores jóvenes reivindican la figura y el compromiso cívico del escritor de la Generación del 50

Un momento del homenaje a Juan Garcia Hortelano ayer en el Instituto Cervantes. JULIÁN ROJAS

“Déjame que yo lo cuente…”. Era la frase que más podía excitar a los contertulios, a los cómplices provistos de botellas en mitad de la noche o a los desconocidos que quedaban absortos ante el relato, cuando Juan García Hortelano tomaba el relevo de una anécdota y la dotaba de ‘su’ versión. Lo recordaba ayer José Manuel Caballero Bonald en el Instituto Cervantes, donde se le rindió un homenaje en que se dio cuenta del número monográfico que le ...

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“Déjame que yo lo cuente…”. Era la frase que más podía excitar a los contertulios, a los cómplices provistos de botellas en mitad de la noche o a los desconocidos que quedaban absortos ante el relato, cuando Juan García Hortelano tomaba el relevo de una anécdota y la dotaba de ‘su’ versión. Lo recordaba ayer José Manuel Caballero Bonald en el Instituto Cervantes, donde se le rindió un homenaje en que se dio cuenta del número monográfico que le dedica la revista ‘Campo de Agramante’.

Su ironía mordaz, su bondad y su malicia, “a partes desiguales”, como recordaba el poeta andaluz, sus batallas campales en público con otros escritores, como Juan Benet –que acababan en son de paz siempre discordante-, la necesidad de rescatarlo de un torcido olvido, entre otras cosas, hizo que se conjuraran en torno a una mesa Jesús Fernández Palacios, director de la revista que le rinde tributo, el crítico Santos Sanz Villanueva, encargado, según él mismo, “de fijarle dentro del canon”, Caballero Bonald y su hija Sofía García Hortelano, que leyó parte de ‘La glorieta de las devotas’, un texto inédito de su padre, recogido en la publicación.

Fue Víctor García de la Concha, director del Cervantes, quien dio la bienvenida. Pidió que tanto su hija como su viuda, María, también presente, no dejaran de depositar algún día cualquier objeto o legado del escritor en la cámara acorazada de la sede principal.

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Luego se sucedieron las anécdotas. “Como aquel día, recordado por Manuel Vicent, en que se conocieron él y el editor Carlos Barral. Este último pensó al verlo que se trataba de un guardia civil, mientras que Hortelano, a su vez, estaba convencido de que Barral era un legionario”, contó Fernández Palacios.

“Compartimos experiencias políticas, viajeras y etílicas, pero nada se podía equiparar a la diversión de escucharle relatar su versión de los hechos”, comentaba el gran Caballero Bonald. En esa frase, “Déjame que yo lo cuente”, se encerraba la voraz vocación comunicativa de Hortelano. “Aquel sintagma revelaba todo un método de trabajo y una declaración de amor a la palabra”, recordó el poeta.

Entonces comenzaba el espectáculo… “Con los aderezos interpretativos y demás aliños del ingenio, muy pocos narradores gozan de tan buen oído como él”, continuaba su amigo Bonald. Por no hablar de su vertiente humana: “Todo un paradigma de persona, que gastaba un escepticismo alimentado por una afanosa curiosidad”.

Y que ha dejado huella en las generaciones posteriores, tal como recogió Sanz Villanueva: “Una de las cosas que más me ha impresionado es la visión que de él tienen quienes le han sucedido, caso de Marta Sanz, Rafael Reig, Isaac Rosa o Belén Gopegui, que se prestaron a colaborar en el número de homenaje y que se identifican con la estela cívica del autor de ‘Tormenta de verano’, “su novela señera”, según García de la Concha.

Un incesante trabajador de la palabra, muerto en 1992, a los 64 años, de quien nadie hablaba mal y que dejó desperdigada su herencia inédita en carpetas ahora recién revisadas por su familia: “Ha sido doloroso para nosotras el proceso de búsqueda de textos desconocidos”, confesaba su hija Sofía. Pero todo sea por desentrañar en lo oculto algún diálogo como el que leyó ella misma ayer. Todo sea, por arrancarle del olvido.

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