Chivo expiatorio

El París sombrío y metalizado, casi una premonición futurista, de Chrysalis (2007), la opera prima de Julien Leclercq —en la que se detectaba la confluencia de dos herencias paralelas: la de Feuillade y Franju y la del Jean-Luc Godard de Lemmy Caution contra Alphaville (1965)—, cede su lugar a un territorio muy distinto en el tercer largometraje del cineasta francés: Gibraltar como encrucijada del narcotráfico, zona de frontera donde policía española, agentes de aduanas franceses y autoridades británicas cruzarán sus pasos con terroristas irlandeses, delincuentes comunes y si...

El París sombrío y metalizado, casi una premonición futurista, de Chrysalis (2007), la opera prima de Julien Leclercq —en la que se detectaba la confluencia de dos herencias paralelas: la de Feuillade y Franju y la del Jean-Luc Godard de Lemmy Caution contra Alphaville (1965)—, cede su lugar a un territorio muy distinto en el tercer largometraje del cineasta francés: Gibraltar como encrucijada del narcotráfico, zona de frontera donde policía española, agentes de aduanas franceses y autoridades británicas cruzarán sus pasos con terroristas irlandeses, delincuentes comunes y sicarios, mientras el espectador observa la caída de un tipo normal asediado por las deudas.

Guionista del ambicioso díptico Mesrine. L’instinct de mort y Mesrine. L’ennemi public nº 1 (2008) de Jean-François Richet y de la magistral Un profeta de Jacques Audiard, Abdel Raouf Dafri parece haber aparcado lo mejor de sí mismo en este trabajo para Leclercq: una funcional adaptación del libro autobiográfico de Marc Fievet, confidente al servicio de la aduana francesa que acabó cumpliendo diez años de prisión después de que sus supuestos valedores le dejaran en la estacada. Con un narcotraficante italiano encarnado por Riccardo Scamarcio que, a veces, está a un paso del villano de telefilm y un matón británico (Aidan Devine) capaz de las más hiperbólicas amenazas físicas, The Informant tiene su figura más inquietante en el funcionario de aduanas encarnado con insólito relajo por Tahar Rahim, que, en definitiva, es el gran villano de esta función sobre la instrumentalización institucional de la desesperación.