La galería compite con el museo

Los marchantes-estrella abren gigantescos espacios de exposición en París, Nueva York o Londres, con muestras que logran rivalizar con los grandes centros de arte

La descomunal galería del marchante austriaco Thaddaeus Ropac en Pantin: 5.000 metros cuadrados de espacios expositivos en la periferia de París.

Se encuentra en medio de la nada, entre concesionarios y antiguas fábricas de cerillas y sombreros, al otro lado del bulevar de circunvalación que separa la capital francesa de su periferia norte. De entre todos los lugares, fue en el empobrecido suburbio de Pantin donde Thaddaeus Ropac decidió instalar la nueva sucursal de su galería: 5.000 metros cuadrados repartidos entre una nave industrial y tres edificios circundantes, que en su día albergaron una calderería. El galerista austriaco, que cuenta con Anselm Kiefer, Georg Baselitz y Robert Mapplethorpe en su c...

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Se encuentra en medio de la nada, entre concesionarios y antiguas fábricas de cerillas y sombreros, al otro lado del bulevar de circunvalación que separa la capital francesa de su periferia norte. De entre todos los lugares, fue en el empobrecido suburbio de Pantin donde Thaddaeus Ropac decidió instalar la nueva sucursal de su galería: 5.000 metros cuadrados repartidos entre una nave industrial y tres edificios circundantes, que en su día albergaron una calderería. El galerista austriaco, que cuenta con Anselm Kiefer, Georg Baselitz y Robert Mapplethorpe en su cartera, buscaba un lugar para exponer las obras monumentales que no cabían en su galería del Marais. Hace doce meses, el nuevo espacio se convirtió en la segunda galería más grande del planeta, después de la de Gary Nader en Florida. “A algunos artistas les intimida, pero luego se acostumbran”, asegura Ropac.

Casi nada distingue a la galería de Ropac de un museo. No solo por su tamaño, ni por contar con una librería y un café, sino también por su propio contenido. La nueva exposición, inaugurada hace pocos días con una exclusiva fiesta nocturna, se titula Empire State y aspira a reproducir a pequeña escala la escena artística neoyorquina, con artistas como Jeff Koons, Dan Graham y Julian Schnabel conviviendo con semidesconocidos de perfil pujante.

“Trabajamos de manera parecida a un museo. Tenemos el mismo tamaño y procuramos que las muestras tengan el mismo interés y rigor”, asegura Ropac. Sabe que la comparación tiene sus límites: su principal objetivo sigue siendo “encontrar compradores”. Pero asegura que la mitad de las obras expuestas ni siquiera está en venta. “Somos una galería comercial, pero quiero que seamos algo más. Con exposiciones como esta, hacemos circular nombres nuevos y realzamos nuestro nombre”, apunta el galerista, que en los últimos años ha encargado muestras a comisarios invitados, como Sofia Coppola, Hedi Slimane o Isabelle Huppert. En esta ocasión, ha contado con un aliado casi igual de estelar: Norman Rosenthal, responsable de la muestra Sensation, que consagró a los Young British Artists en la Royal Academy a finales de los noventa.

La de Ropac es la última de las macrogalerías que ha abierto sus puertas en los últimos tiempos, en una tendencia creciente hacia espacios de exposición cada vez más grandes. A pocos kilómetros de Pantin, junto al aeródromo de Le Bourget, el todopoderoso Larry Gagosian inauguró en 2012 la undécima de sus galerías en el planeta: un antiguo hangar habilitado por Jean Nouvel y destinado a dar la bienvenida a coleccionistas millonarios que desembarcan en sus aviones privados.

Estas vitrinas de lujo suponen una auténtica demostración de fuerza en un sector altamente competitivo y que no muestra síntomas de declive. El año pasado, el mercado del arte contemporáneo generó un volumen de negocios de 43.000 millones de euros, según un estudio de la economista Clare McAndrew. Desde 2008, mientras el mundo se hundía, el sector no ha parado de crecer. El mismo día que Lehman Brothers quebró, Damien Hirst vendía un puñado de sus obras por valor de 140 millones de euros en una subasta en Sotheby’s instigada por Gagosian.

Naves industriales, espacios deportivos y viejos hangares alojan estos templos del arte

Puede que el mismo galerista fuera el primero en mover ficha en 2004, al abrir una inmensa galería en una oscura travesía del barrio londinense de King’s Cross. Gagosian expone ahora The show is over, otra muestra temática y transversal sobre la tensión entre figuración y abstracción en la última mitad de siglo, con obras de Fontana, Klein, Lichtenstein, Picabia, Rauschenberg, Twombly o Warhol, entre varias decenas más. Se han visto museos bastante peor dotados.

Cruzando Regent’s Park, la histórica Lisson Gallery acaba de inaugurar Nostalgic for the future, pensada como un observatorio de tendencias de la última escultura británica, que concentra trabajos de Anish Kapoor, Richard Long, Julian Opie o Ryan Gander. ¿Qué la diferencia de lo que expondría cualquier museo? “Pretendemos ser igual de interesantes y democráticos, además de crear un diálogo intelectual para interpretar la relevancia de lo expuesto”, expresa su jefe de contenidos, Ossian Ward. Entre sus objetivos también se encuentra acoger a un público aficionado que se cuenta por centenas de millares. Al sur de Londres, White Cube abrió en 2011 una galería de 5.400 metros cuadrados, por la que en 2012 pasaron 130.000 visitantes.

En Nueva York hay quien se pregunta de qué sirve hacer cola en el MoMA cuando se pueden ver decenas de galerías sin aglomeración alguna en las calles de Chelsea. En los antiguos almacenes del barrio neoyorquino, bajo el paseo vegetal de la High Line, también se detectan movimientos. La galería Hauser and Wirth ha abierto otra supergalería en una antigua pista de patinaje. Y David Zwirner, segundo nombre más poderoso del sector del arte según la lista publicada por Art Review —tras la jequesa Mayasa Bint Hamat al Thani—, acaba de inaugurar un edificio de cinco plantas y 3.000 metros cuadrados, destinado a acoger a los grandes del minimalismo estadounidense, como Dan Flavin, Donald Judd y Doug Wheeler. “Nuestro objetivo sigue siendo comercial”, admite su directora, Kristine Bell. “Exponer a estos artistas en buenas condiciones es una manera de conseguir que su obra se conozca mejor, lo cual hace aumentar su valor en el mercado”. El nuevo espacio complementa el que ya existía una manzana más al sur, que este otoño acoge una exposición de las series fotográficas de Philip-Lorca DiCorcia sobre la prostitución masculina.

No es extraño que los centros institucionales muestren las garras. “Son híbridos interesantes, pero no pueden sustituir la autoridad de un museo”, opina Max Hollein, director del Schirn de Fráncfort, que precisamente exhibió una retrospectiva de DiCorcia hace pocos meses. El artista Richard Serra, expuesto esta temporada por Gagosian y Zwirner, también se ha mostrado reacio a la tendencia y ha proclamado incluso que el tamaño no importa. “Las galerías no tendrían que seguir esta regla de la expansión. La grandeza no es una virtud por sí sola”, ha sentenciado.

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