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Los Plómez salvan una imprenta

Un grupo de diseñadores revive el oficio de impresor en un taller en pleno centro de Madrid

La impresora mató a la imprenta tradicional. Esto no es culpa de la crisis ni algo que haya ocurrido ayer, sino una consecuencia natural del desarrollo tecnológico. Los socios de la Familia Plómez son conscientes de ello: aunque hayan aunado sus esfuerzos para montar una imprenta tradicional, no pretenden convencer de que lo retro es el futuro del negocio.

“Es un hobby, pero que no puede hacer uno en su casa, porque no puedes tener una máquina de 500 kilos”, reconoce Juanjo López, uno de los 12 socios de este taller ab...

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La impresora mató a la imprenta tradicional. Esto no es culpa de la crisis ni algo que haya ocurrido ayer, sino una consecuencia natural del desarrollo tecnológico. Los socios de la Familia Plómez son conscientes de ello: aunque hayan aunado sus esfuerzos para montar una imprenta tradicional, no pretenden convencer de que lo retro es el futuro del negocio.

“Es un hobby, pero que no puede hacer uno en su casa, porque no puedes tener una máquina de 500 kilos”, reconoce Juanjo López, uno de los 12 socios de este taller abierto en pleno centro de Madrid.

“La Familia Plómez en realidad no es una imprenta, sino una asociación cultural”, añade. Allí se realizan talleres con los que poder financiar este capricho colectivo. “Nos gusta enseñar a otros diseñadores de dónde sale todo eso que ellos conocen por la pantalla de un ordenador”, explica López.

Ninguno de los miembros de esta particular familia vive de la imprenta. “Viabilidad tiene, la justa eso sí, porque con los talleres pagamos el alquiler, pero es imposible que dé de comer a 12 personas”, admite uno de sus fundadores.

Las máquinas son difíciles de encontrar, no son baratas y mucho menos cómodas para transportar. Por eso pidieron 4.000 euros a través de un vídeo para comprar material, y ya han reunido más de 10.000. “Nos llamó una señora que se quería deshacer de una imprenta que cerró hace 10 años y nos dijo que si no lo comprábamos nosotros lo vendería a un chatarrero al peso”, explica el diseñador, que suele buscar por Internet tipos y piezas de madera y plomo como los que les ofrecía la mujer.

Además de los talleres, la imprenta se nutre de encargos como pósters o invitaciones de boda. “A la gente por lo general lo que le gusta es la huella que dejan los tipos sobre el papel, la mordida”. Sin embargo no siempre fue así. “Antes esa mordida estaba prohibida, era un defecto de mal impresor, pero ahora como es lo único que te distingue del digital, es lo que se busca”.

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