Libros con vistas a la montaña

La lectura puede transportar a cualquier paisaje, pero en las obras de Guy Laramée, es el paisaje el que se transporta

Madrid -

Leer puede transportar a otros mundos, con otros protagonistas, otras historias, otros paisajes. El universo entero puede volverse del revés. Y entonces, a lo mejor, pueden ser los otros mundos, los otros protagonistas, los otros paisajes, los que se transporten al libro. En fin, no sabemos si lo de los mundos y los protagonistas es factible, pero lo de los paisajes es un hecho, demostrado por Guy Laramée.

Este artista canadiense talla el campo, la montaña o el río sobre la literatura. A ser posible, en volúmenes antiguos. “Porque...

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Leer puede transportar a otros mundos, con otros protagonistas, otras historias, otros paisajes. El universo entero puede volverse del revés. Y entonces, a lo mejor, pueden ser los otros mundos, los otros protagonistas, los otros paisajes, los que se transporten al libro. En fin, no sabemos si lo de los mundos y los protagonistas es factible, pero lo de los paisajes es un hecho, demostrado por Guy Laramée.

Este artista canadiense talla el campo, la montaña o el río sobre la literatura. A ser posible, en volúmenes antiguos. “Porque me atraen más”, escribe en un email en castellano. “Tienen más vida y son más lindos que los nuevos. Antiguamente, se hacían las cosas para que duraran. ¡Hoy las hacemos para que mueran rápido!”.

Con sus tallas bíblicas, en su acepción profana, Laramée intenta, en sus palabras, “reactivar la visión del mundo de los paisajistas románticos del siglo XIX”. Asegura que su meta última es “la contemplación, que consiste en borrar la distinción entre observador y observado”.

Como materiales, además de los propios libros, Laramée utiliza tintas, brea e incluso oro. En un plazo que varía entre dos días y dos meses, dependiendo de la envergadura del proyecto, tiene listas sus bucólicas campiñas. “Mi mayor obra, La Gran Biblioteca, me llevó cuatro meses”, matiza.

Sobre el origen del proyecto, la bombilla que alumbró la idea, cuenta que fue obra de los vaivenes del azar. “Estaba trabajando en un taller donde había una lijadora de metal. No sé de dónde me vino la idea tonta de poner un libro dentro, pero en un par de segundos… ¡Eureka!, el proyecto estaba ahí, frente a mis ojos”, explica. “Vi el paisaje, mi ambivalente relación con el conocimiento analítico… todo estaba allí, en forma de oráculo”.

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