Crónica

El clásico mostró sus argumentos

Genius GZA evocó en Barcelona su álbum “Liquid swords” en un concierto muy convincente

El músico Genius GZA.PERFIL DE MYSPACE DE GZA

Cierto, las canciones no son museos conservacionistas, no sólo ofrecen instantes congelados en el tiempo, reflejos de épocas pasadas o presentes en los que nada más cambia la perspectiva de quien contempla. Las canciones son seres vivos que mutan con el tiempo, que ganan o pierden sentido tanto por razones endógenas –producción, sonidos, instrumentación- como exógenas –evolución social, cambios ideológicos, transformaciones estéticas-. Cierto que al margen de su calidad intrínseca lo que mantiene a las mejores canciones –y a algunas no tan buenas-, son las vinculaciones que cada uno mantiene c...

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Cierto, las canciones no son museos conservacionistas, no sólo ofrecen instantes congelados en el tiempo, reflejos de épocas pasadas o presentes en los que nada más cambia la perspectiva de quien contempla. Las canciones son seres vivos que mutan con el tiempo, que ganan o pierden sentido tanto por razones endógenas –producción, sonidos, instrumentación- como exógenas –evolución social, cambios ideológicos, transformaciones estéticas-. Cierto que al margen de su calidad intrínseca lo que mantiene a las mejores canciones –y a algunas no tan buenas-, son las vinculaciones que cada uno mantiene con ellas, lazos por lo general emocionales que explican la permanencia en los gustos de composiciones claramente atropelladas por los hechos. Sirva esta introducción para explicar las razones que indican como desacertada, oportunista e incluso truculenta esta costumbre que ahora menudea de que un artista interprete de forma monográfica su disco más clásico. Era la propuesta de uno de los conciertos centrales del ciclo Los Caprichos de Apolo.

Esta tabarra revisionista sugiere implícitamente que el pasado fue mejor, que los artistas envejecen creativamente por narices hasta el punto que sólo pueden regodearse en lo añejo, que ese pasado es evocable sin que su sentido pierda precisamente sentido y, lo que es peor, que el “yo” del consumidor manda sobre cualquier otra consideración. Porque para atender las peticiones de ese “yo”, se facilita que quien no tenía edad para escuchar en su momento un disco determinado tenga “derecho” a que se lo recreen en directo e íntegro como si nada hubiese ocurrido artísticamente desde el momento de su publicación, como si la obra tuviese el mismo sentido. Se pasa por encima de todo para dar oportunidad de escuchar en vivo lo que no tocó por edad escuchar. Así que a falta de nuevas obras, revolquémonos en las pretéritas.

Dicho esto, reconózcase que el único concierto en España de Genius GZA recuperando su clásico Liquid swords fue estupendo. El disco, fechado en 1995, pasa por ser el mejor de los editados en solitario por los miembros del colectivo Wu Tang Clan, y volviéndolo a escuchar en un Apolo con excelente entrada, se confirmaron los hallazgos de producción, a cargo en su momento de RZA, la dicción y fraseo calmo de Genius y la potencia de sus composiciones. No es que el disco pareciese actual, que no lo pareció, sino que sus canciones y su sonido, reproducido con unas bases que lo mantenían exactamente igual que en disco, mantienen un poder de convicción prácticamente intacto. Las razones habría que buscarlas en el equilibrio entre el poder de unas bases que alternan esquematismo rítmico con la envolvente ambientación de los sonidos, efectos y motivos propios de GZA y de su estética filojaponesa que cuatro años más tarde explotaría en la estupenda banda sonora de Ghost dog de Jim Jarmusch. En suma, una mezcla entre matemática y filosofía, entre minimalismo e hipnosis, entre el sonido rudo de barrio urbano y sutileza oriental de sonidos envolventes.

De esta manera la cita funcionó en todos los sentidos, incluídas una puesta en escena trufada con recursos propios del hip hop. A saber: hubo momento tombolero –“make some noiseeeeeeeee-....Barselona, more noiseeeeeeeeee“; los bises más extraños nunca vistos, -GZA salió a escena solo a firmar autógrafos mientras su disc-jockey soltaba bases de acompañamiento-; paseos entre el público para que éste pudiese tocar a la leyenda mientras recitaba; el clásico recurso de hacer salir de camerino a la parte posterior del escenario a unas cuantas chicas como para señalar que el concierto toca a su fin porque el artista tiene cosas más sugestivas que hacer que darle al micro y ese impagable personaje del equipo que hace fotos desde el mismísimo centro del escenario como si formase parte del espectáculo. Esta mezcla entre fascinación provinciana y despreocupación formal es tan típica del hip hop como las gorras y capuchas que los fieles mantuvieron en uso pese a estar en un interior caluroso. En fin, que todo en su lugar. Solvente y entretenido concierto de un clásico revolcándose en su clasicismo.

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