La cumbre climática choca contra el muro de los combustibles mientras la ONU pide “flexibilidad” a los países para cerrar un acuerdo
Guterres aplaude el apoyo de muchas naciones a la creación de una ruta para abandonar el petróleo, el gas y el carbón, sobre la que no hay consenso aún en la conferencia de Belém
El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha pedido este jueves a los países a que muestren “flexibilidad” en las negociaciones que se están celebrando en la cumbre del clima de Belém, COP30, que de nuevo se han topado con el muro de los combustibles fósiles. En el debate central de esta cita está la propuesta de impulsar la creación de una hoja de ruta para dejar atrás el petróleo, el gas y el carbón, principales responsables del cambio climático. Pero, aunque hay países que apoyan este asunto, empezando por Brasil, el anfitrión de la conferencia, no hay consenso sobre este punto.
Guterres ha aplaudido que se quiera establecer claridad sobre la transición para dejar atrás los combustibles. Pero también ha advertido de que de Belém debe salir un compromiso de para que los países desarrollados tripliquen los fondos que destinan a adaptación frente a los impactos crecientes del calentamiento para las naciones con menos recursos. En su opinión, el acuerdo final de esta COP30 tendrá que ser un equilibrio entre las demandas para dejar atrás los combustibles fósiles y esa reclamación, fundamentalmente de los países en desarrollo, para que los más ricos aporten mejor financiación para ayudarles a afrontar esta crisis climática.
La COP30 debería rematarse el viernes, aunque año tras año el cierre de estas citas se atasca y nunca terminan en hora. El sistema por el que se tiene que acordar cada texto, cada palabra en cada decisión, se basa en el consenso, lo que significa que cualquiera de los casi 200 países que participan puede levantar la mano y frenarlo todo. Este sistema durante las más de tres décadas de conversaciones sobre cambio climático en la ONU ha hecho que los acuerdos siempre se vean rebajados, aguados.
Entre otras cosas, ha provocado que los textos y pactos que salen de las COP fijen metas y planes referidos a las emisiones de gases de efecto invernadero, pero no establezcan reducciones del uso de la principal fuente que los provocan: los combustibles fósiles. Los petroestados, con Arabia Saudí como cara más visible, siempre se han resistido a que se mencione al petróleo, el gas y el carbón. Solo se debe hablar de los gases, defienden. Es decir, de las balas y no de las pistolas que las disparan.
Pero el Gobierno de Brasil, con Luiz Inácio Lula da Silva a la cabeza, ha llevado el foco de esta cumbre —de la que no estaba previsto que saliera un gran titular o un gran acuerdo— hacia ese tema maldito. Desde el comienzo de la conferencia, Lula ha insistido en la necesidad de que en Belém se impulse una hoja de ruta para que los países rompan con la dependencia de los combustibles fósiles. Un amplio grupo de naciones, que rondaría las 80, aunque no se ha difundido un listado oficial de signatarios aún, defienden esa hoja de ruta. Enfrente tienen a algunos de esos Estados con economías muy dependientes de los combustibles fósiles. Y no hay muchos grises en estas posiciones: unos quieren que se incluya un mandato para fijar esa hoja de ruta de los combustibles y otros no, con lo que resolver este asunto será el mayor quebradero de la presidencia de esta cumbre, en manos de Brasil.
Lula regresó el miércoles a la cumbre para intentar desatascar las negociaciones, pero no se logró una resolución favorable como se pretendía para acordar este mismo miércoles esa declaración política que ponga en el punto de mira a los combustibles, con lo que este jueves siguen las conversaciones. Al final de la jornada de ayer, en una conferencia de prensa, Lula volvió a insistir en que se debe impulsar esa hoja de ruta.
Es paradójico que, precisamente Brasil, sea el que está intentando introducir este tema en la cumbre con más fuerza, porque es un país productor de petróleo que está autorizando nuevas explotaciones. Pero algunos Gobiernos que también son productores, como Colombia, defienden que precisamente por eso se necesita esa hoja de ruta, para que la transición sea justa para todos, también para los que extraen esos combustibles y tienen unas economías dependientes de esos ingresos. “Tenemos que empezar a pensar cómo vivir sin ellos”, dijo este miércoles Lula en la cumbre.
Estas conferencias se celebran bajo el paraguas de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se firmó en 1992. En los más de 30 años de cumbres, solo en una se introdujo una mención a los combustibles fósiles, en la de Dubái de 2023. En aquella cita, se instó a dejar atrás los combustibles. Ahora se quiere continuar con esa narrativa y lo que se pretende es fijar un mandato para que en las siguientes cumbres se pueda aprobar esa hoja de ruta, aunque sin entrar en detalles en este momento.
Los países petroleros, con la OPEP a la cabeza, cargaron contra esa alusión al petróleo, al gas y al carbón durante las negociaciones en Dubái de hace dos años. Pero, finalmente, se logró que se incluyera en un texto que contó con el consenso de todos. Para esa resolución fue fundamental el impulso de la Unión Europea, que en 2023 estaba todavía muy centrada en su agenda verde, y de EE UU, que todavía estaba gobernada por los demócratas.
La situación es muy diferente ahora. Por un lado, Estados Unidos, con Donald Trump, ha abandonado el Acuerdo de París, no ha mandado ninguna delegación a Belém y, en la distancia, sigue remando en la dirección opuesta a lo que se discute en la COP30: esta misma semana la Casa Blanca ha obligado a mantener abierta una vieja planta eléctrica de Michigan, que usa carbón a la que ya no le salen las cuentas para seguir operando y que debería haber cerrado en mayo.
Además, la Unión Europea tampoco es la de 2023, debido al avance de los populismos negacionistas, y su posición en esta cumbre no es robusta. Por ejemplo, entre esos 80 países que sí quieren una hoja de ruta están la mayoría de miembros de la UE, pero no Polonia e Italia. En cualquier caso, tras muchos dilemas y conversaciones internas, la Comisión presentó el miércoles por la noche su propuesta de hoja de ruta, con un calendario a aplicar en las próximas citas, que aspira a que ayude a Brasil a desbloquear las negociaciones.
Próxima cumbre
Mientras, una de las dudas que tenía que despejarse en Belém es dónde será la próxima cumbre. Normalmente, no se llega al último minuto con este asunto abierto, como ha ocurrido en este caso, pero Turquía y Australia, que se disputaban acoger la COP31, han mantenido firmes sus posturas hasta ahora. Finalmente, se ha buscado una solución de consenso: la cumbre se celebrará en Turquía, pero estará presidida por Australia. El país que preside es que el que dirige las negociaciones.
Si no se hubiera resuelto este asunto, la cumbre se hubiera tenido que celebrar en la ciudad alemana de Bonn, donde está la sede del área de cambio climático de la ONU. Pero Alemania no está en su mejor momento en la lucha contra el cambio climático. Y el canciller alemán, Friedrich Merz, no es en estos momentos en el personaje más querido en Belém. Tras visitar la cumbre, ya en un acto en Berlín, Merz sostuvo que ninguno de los miembros de la delegación alemana que estaban en la COP30 quería permanecer allí y que se alegraron de “regresar a Alemania”. Estas palabras han desatado el enfado del Gobierno y los medio brasileños. El miércoles el Gobierno alemán anunció que su país aportaría 1.000 millones de euros al fondo de los bosques tropicales que el Gobierno brasileño ha lanzado durante esta cumbre, un paso aplaudido por el Ejecutivo de Lula.