“Del nunca máis al outra máis”
La costa gallega vive como una renovada pesadilla las consecuencias de un vertido de plásticos muy lejos de sus costas, pero que extiende la intranquilidad por las Rías
Una frase circula de boca en boca por la costa gallega: “Del nunca máis al outra máis”. Destino y fatalidad en el mismo mar del que salen centollos, calamares, sargos, congrios, rapetas, lenguados y rodaballos de tamaños imposibles… y millones de extrañas bolitas blancas de plástico.
Este martes llueve y hay mar de fondo en la costa de O Grove, en la provincia de Pontevedra. En ti...
Una frase circula de boca en boca por la costa gallega: “Del nunca máis al outra máis”. Destino y fatalidad en el mismo mar del que salen centollos, calamares, sargos, congrios, rapetas, lenguados y rodaballos de tamaños imposibles… y millones de extrañas bolitas blancas de plástico.
Este martes llueve y hay mar de fondo en la costa de O Grove, en la provincia de Pontevedra. En tierra, las redes se desenredan con calma después de una Navidad agridulce de mucha venta y muchas pérdidas. Y hace un frío de carallo. “Y ahora esto”, dice Martín, bajando de un pesquero con nombre de mujer. Salió a las cinco de la mañana del puerto y aunque no ha visto una sola bolita de plástico, percibe un aire extraño. No es fácil escapar a los pellets. En las playas del Carreiro o Area Grande han aparecido miles de ellos que, cuando baja la marea, se mezclan con ramas, conchas, tapas de refresco, trozos de cristal y algas formando una tupida línea marrón que atraviesa la arena blanca bajo un cielo siempre gris. Por el momento los efectos no se sienten en el pescado. Ni Amegrove, una cooperativa líder mundial en el sector del mejillón con más de 100 barcos y 335 bateas, ni la cofradía de pescadores, ni los compradores de la lonja, ni las pescaderas consultadas, han visto bolitas ni en los peces ni en el mar. Pero sí en las playas. Así que el ambiente en la lonja no es triste ni alegre. Las bolitas de plástico son un tema que en el puerto se maneja a la gallega, en voz baja, mientras el mar siga dando.
Pero es un silencio que también hace ruido. Cuando el vertido no existía para nadie, desde Noia, a 113 kilómetros de distancia por carretera de O Grove, pero a solo 39 kilómetros por el mar gracias a la ría, dieron la voz de alarma. Y el boca a boca empezó a correr y los wasaps estallaron con vecinos que se organizaron para ir a las playas el fin de semana a recoger bolas de plástico “y ese saco”, dice el responsable de emergencia del Ayuntamiento de O Grove señalando una bolsa blanca de 25 kilos del mismo material en el que se cargan patatas o cebollas. En total, 1.050 sacos como este llenos de pellets cayeron al mar. Fuera del centro de emergencias, hay otra media docena de bolsas de basura con bolitas de plástico recogidas por los voluntarios mezcladas con vegetación, arena o tapones de refresco que aguardan a que alguien se haga cargo.
“No sabemos nada”, dice Ángeles Domínguez, concejala de Medio Ambiente y encargada de coordinar los efectos del vertido en O Grove, la capital del marisco gallego. “Es como sacar granos de arroz de la arena. ¿Cómo lo recogemos? ¿Cómo lo almacenamos? ¿Usamos guantes? ¿Mascarilla…? ¿Nada?”. Y, además, “¿quién paga esto?”, se pregunta. “Nosotros no tenemos personal ni para las tareas básicas”, dice la edil del Partido Socialista. Cuatro horas después de la entrevista, Galicia eleva al nivel 2 el grado de emergencia, sumándose a lo que hacen Asturias y Cantabria, lo que obliga a la Administración central y autonómica a movilizar recursos y material para la limpieza de la costa. O Grove ha pasado a un nivel más preocupante, pero nadie se ha puesto en contacto con los ayuntamientos de la zona, los primeros en gestionar el golpe.
Hasta el momento, la polémica ha estado centrada en saber qué Administración fue más indolente, investigar la toxicidad de los pellets o averiguar quién es el responsable: el fabricante, el barco o la naviera. Sin embargo, entre todas las polémicas pasó desapercibida otra noticia. El 30 de diciembre, tres semanas después del vertido, aparecieron en esta pequeña península de las Rías Bajas 12 delfines muertos en un solo día, confirma el responsable de Emergencias. Una cifra nunca vista antes en este ayuntamiento de 10.000 habitantes, que triplica su población en verano.
En la cubierta del barco, Manuel Bougallo y cuatro mujeres separan las ostras grandes de las pequeñas después de faenar todo el día en la batea. Las bolitas blancas son uno más de los problemas “de un año para olvidar”, dice con las botas y el traje de agua naranja puesto. En el mes de noviembre perdió prácticamente toda la cosecha de ostras por un problema de salinidad en el agua que mató el bivalvo y ahora empieza de cero la producción. Paradójicamente, Manuel conoce bien estas bolitas de plástico, pero por una razón muy distinta. Ahora que ha tenido que renovar las bandejas de plástico donde cría las ostras, recuerda cómo la fábrica donde las compró almacena para su fabricación decenas de sacos como estos llenos de bolas de PET. Detrás de él, antes de caer la noche, otro barco cargado de congrio, raya y unos impresionantes sargos llega a tierra. “El mar está agitado, pero no se ven manchas ni bolitas en el mar”, dice el capitán. “Ese saco lo encontré la semana pasada”, dice señalando un bulto que las autoridades recomiendan no tocar con las manos, junto a las redes.
¿Hay temor? “Todo depende de la composición de las bolitas”, dice María Ángeles, una de las pocas mujeres de la lonja. “Pero esto no ayuda a unas capturas que han ido bajando”, explica mientras mueve con soltura centollos del tamaño de una cabeza a los que comprueba el vientre. Decenas de bichos de gruesas y largas pinzas que intentan escapar de la caja para no viajar a Madrid o a Barcelona en la próxima hora.
En el ambiente, una extraña sensación con 21 años de antigüedad recorre el cuerpo de quienes aquí viven del mar, que directa o indirectamente son prácticamente todos. De repente, términos que parecían desechados como “brigadas de limpieza”, “protocolos”, “almacenaje de residuos” o “guantes de látex” vuelven a escucharse en la costa desde Portugal a Cantabria, evocando los peores días del Prestige, en noviembre de 2002. Dos décadas después se ha recuperado el ecosistema y el fondo marino vuelve a dar un plancton que es un manjar para el marisco. “En Francia esta ostra tarda en crecer así seis meses”, dice Bougallo señalando sus moluscos. “Pero aquí en dos meses ya mide el doble gracias al plancton que solo tienen estas rías”. Mientras tanto, en las playas, la marea no perdona y cada día deja sobre la arena restos de redes, nasas, compresas, bolsas de patatas fritas, botes de desodorante... y bolitas blancas. Uno más de los problemas junto a la orilla.
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