“Los conflictos ambientales no son anecdóticos, son sistémicos”

El economista Joan Martínez Alier, promotor del Atlas de la Justicia Ambiental, impulsa el registro de delitos en China e India ante la falta de información

Madrid -
Joan Martínez Alier, en el campus de la Universidad Autónoma de Barcelona. / UAB

A sus 82 años, el economista catalán Joan Martínez Alier pasa cada mañana un par de horas revisando el Atlas de la Justicia Ambiental (EJAtlas) que comenzó con un equipo de trabajo en 2012. Ahora recoge casi 3.500 conflictos en el mundo que requieren de una defensa sólida para resolver problemas con las nucleares, de combustibles fósiles, de gestión de aguas y residuos, de extracción de minerales y materiales de construcción, o de amenaza a la vida de activistas o a la biodiversidad. “Los conflictos ambientales no son anecdóticos....

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A sus 82 años, el economista catalán Joan Martínez Alier pasa cada mañana un par de horas revisando el Atlas de la Justicia Ambiental (EJAtlas) que comenzó con un equipo de trabajo en 2012. Ahora recoge casi 3.500 conflictos en el mundo que requieren de una defensa sólida para resolver problemas con las nucleares, de combustibles fósiles, de gestión de aguas y residuos, de extracción de minerales y materiales de construcción, o de amenaza a la vida de activistas o a la biodiversidad. “Los conflictos ambientales no son anecdóticos. No son solo la muerte de líderes como Berta Cáceres. Son sistémicos”, dice tajante el último ganador del Premio Balzán de retos ambientales, dotado con 695.000 euros y visto como un galardón previo al Nobel. “No está mal la cantidad, pero puede ser un sueldo de cualquier directivo de Repsol”, bromea.

Necesitaría millones de euros más solo para hacer frente a los pleitos y defensas de los conflictos reflejados en el mapa que elabora junto a organizaciones, universidades y colaboradores de los cinco continentes. Y más financiación aún para recuperar los daños medioambientales que las empresas causan en terrenos, aguas o poblaciones originarias. Pero, de momento, el también catedrático emérito ha decidido dedicar la mitad del premio, que debe estar destinada a proyectos, a promover la labor de jóvenes investigadores que den visibilidad a los problemas en los países en los que, según considera, cuesta más trabajo conseguir información: China e India. “Sin el compromiso de ellos, poco se puede avanzar. Y no parecen muy implicados en disminuir las emisiones de dióxido de carbono, aunque lo digan”, apunta.

Captura de pantalla del Atlas de Justicia Ambiental (EJATlas).

Recalca el “aunque lo digan” porque incide en analizar la retórica de los gobernantes. Por un lado valora que el cambio climático y el cuidado al medio ambiente esté cada vez mejor posicionado en la agenda política internacional. “En el ámbito de las palabras no se puede negar la transición energética. Está en boca de casi todos los Gobiernos, menos del de Jair Bolsonaro en Brasil. Poco a poco algunos ministros en América Latina están siendo ecologistas, como Víctor Toledo lo ha sido en México, aunque los responsables europeos son menos radicales”, detalla. Sin embargo, critica una falta de compromiso adaptado a las dimensiones de los conflictos. “A veces parecen letanías. Por ejemplo, China tiene la capacidad para reducir las emisiones, pero es muy difícil para ellos defender así su crecimiento económico. Y entretanto la India utiliza cada vez más carbón. No ha inventado otra manera para su desarrollo. Todos los que quieren crecer utilizarán energía solar y eólica, pero además petróleo y gas”.

El investigador denuncia la injusticia climática y la responsabilidad histórica de las emisiones de los países occidentales en una batalla que casi da por perdida. “Tenemos una deuda ecológica de 200 años que deberíamos pagar, sobre todo Alemania y el Reino Unido. Tampoco reconocemos el pasivo ambiental, mencionado por el Papa en la carta encíclica Laudato Si sobre el cuidado de la casa común”, ilustra. En ella se lee: “Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al pesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación…”. “Por ahora solamente hay promesas de reducción de emisiones que confío que se ejecuten. Veamos en la próxima COP”, dice esperanzado quien también fue cofundador en la década de los ochenta de la Sociedad Internacional de Economía Ecológica.

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Su principal tesis consiste en demostrar que la economía industrial que rige el planeta es “entrópica” [que genera desorden], no circular: “La producción y el consumo se basa en buscar materias primas, recursos materiales y naturales que no se reciclan. El 90% de ellos se convierten en basura, se disipan en un mundo finito y se recurre de nuevo a la extracción para comenzar el proceso”, explica. Y en esta práctica de explotación radican los conflictos que después recogen en el atlas interactivo, donde se acumulan centenares de círculos de colores que los identifican por tipos. Destacan hasta ahora en la costa occidental de Sudamérica, el golfo de Guinea, los países del mar Mediterráneo y en el sudeste asiático.

Pero aún queda territorio por auditar y prácticas por destapar. “En las fronteras de la extracción está la gente que protesta, por eso avanzamos también en el estudio del comportamiento de las empresas”, ilustra el experto, que menciona de un tirón casos de abogados encarcelados, de activistas asesinados y de impunidad de las compañías privadas. Espera también por ello un tratado internacional que vincule la responsabilidad empresarial, legal, civil y penal a los daños ambientales y otro contra la proliferación de combustibles fósiles. “Nuestro trabajo sirve de apoyo a movimientos de justicia social en el mundo. Aportamos más información para publicar artículos, tesis y libros que evidencien las injusticias. Hacemos visible lo que no lo es tanto”.

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